Madrugaron un domingo en Madrid y no precisamente para ir a comprar churros de desayuno.
Habían quedado a las ocho de la mañana para pelearse, para currarse, para darse de hostias, vamos. Los de un bando habían recorrido más de 600 kilómetros para el evento, porque es bien sabido – incluso para mentes elementales como las suyas – que para romperle las piernas al enemigo hay que acercarse. Los del otro bando los esperaban al lado del río, con las bengalas listas para dar la señal de salida. Eh, tíos, cuando suene PUM, ya podemos darnos, pero hasta entonces prohibido tocarse la cara.
Las tribus se diferencian por colores, que a su vez identifican equipos de fútbol. A veces dicen representar una ideología, un partido sin fútbol, y protestan a base de romper mobiliario urbano, acorralar policías o tirar adoquines. Gente que se organiza en manadas, en recuas, en fin todo muy pedestre.
Cabe pensar que si los clubes consiguen sacarlos del Estadio, entonces la montarán fuera, porque esa gentuza se divierte así. Y sin embargo, no es neutral eso de que «si consiguen sacarlos del estadio». Porque para conseguir una cosa, hay que intentarla. Hay que ponerse a ello. Hay que hacer cosas. Cosas concretas. Cosas contundentes. Cosas útiles. Que ya no estamos en primero de fútbol como para decir que si son cuatro descontrolados, que si no me representan, que el club tomará medidas, y bla, bla, bla y unas palabritas de condena. Si se quiere, se hace, hombre. Pero no se quiere hacer. Por desidia o por algo peor que tiene que ver con la conveniencia.
Coger un autobús y recorrerse 600 kilómetros con 43 tacos para zumbar a unos tíos de Madrid no es una chiquillada, ni un error de juventud. Tirar a un tío al Manzanares después de abrirle la cabeza no es un asunto de cuatro chavales descontrolados. Este espectáculo, sea fuera o dentro de un estadio de futbol, es un asunto de orden público. Y eso es una cosa muy seria como para dejarlo en manos de dirigentes que ya han demostrado sobradamente lo que dan de sí.
Unos no son aficionados sino vulgares delincuentes, de acuerdo. Pero hay otros que no son dirigentes, sino vulgares forofos. Me parece que hemos entendido lo primero, pero conviene tomar conciencia de lo segundo. Y entonces igual se puede arreglar algo.