El hereje, de Miguel Delibes

El hereje, DelibesAmbientada en el Valladolid el siglo XVI, El hereje cuenta la historia de Cipriano Salcedo, un comerciante ilustrado que se convierte al luteranismo. Es la historia de su vida, su peripecia desde que nace, y antes, porque nos cuenta también la historia del padre, su paso por el internado, su matrimonio, sus negocios, y su conversión, o mejor dicho, su renuncia a la Iglesia católica frente a una reforma que impulsaba un cristianismo alejado de milagros, idolatrías, reliquias e indulgencias, y de manera más amplia, lejos del cerrilismo, la oscuridad y la brutalidad del catolicismo de aquella época.

No hay que decir mucho de Delibes (Delibes es Delibes), de su maestría del lenguaje, de su prosa interesantísima que te sorprende en tantas palabras antiguas o nuevas, especiales, elegidas por su sonoridad y por su precisión cuando habla del campo, de la caza, de la vestimenta y hasta de las enfermedades. Es un libro que realmente te traslada a aquella época, a las costumbres y al ambiente y escenarios de Castilla. Se aprende intrahistoria con este libro. Tengo que decir que el libro termina con una descripción brutal y angustiosa de lo que era un Auto de fe que deja con muy mal sabor de boca. Con todo, vale la pena leer este libro, y mucho.

 

Unos meses después aparecieron los primeros fríos y la gente respiró aliviada. Existía el convencimiento de que la peste era consecuencia del calor y, por contra, el frío y la lluvia atenuaban sus efectos. A los pocos días templó y la peste volvió a picar en los pueblos y ciudades castellanos. En esta segunda oleada se empezó a hablar de la peste del año seis, más grave que la del dieciocho. El banquero Domenico Nelli tranquilizaba a sus colegas de Medina diciéndoles que los muertos de peste eran generalmente pobres y, por tanto, carecían de interés. Pero la gente insistía en que la peste producía landres, como la de principios de siglo. Es peor que la del dieciocho, aseguraban. Entonces empezaron a organizarse rogativas a la iglesia de San Roque y a la de la Virgen de San Llorente pidiendo lluvias de otoño. Pero el número de pobres aumentaba y el Ayuntamiento se vio obligado a tomar dos medidas radicales: primera, separar a los vagos de los pobres de solemnidad y expulsar a aquellos. Y, segunda, exigir la salida de la villa de las prostitutas que no hubieran nacido en ella. Pero la expulsión de grupos sociales no arregló nada. Al contrario, los inmigrantes empezaban a superar a los emigrados y el Concejo se vio ante la necesidad de facilitarles alojamiento al otro lado del río. Pero la avalancha de menesterosos crecía y con ellos la expansión de la peste, por lo que el corregidor convocó sin demora a los pobres sanos al otro lado del puente. Era su propósito que unos caballeros comisarios los expulsaran después de proveerles de los víveres suficientes para el camino. Pero los pobres se negaron a acudir al puente. En la ciudad recibían botica gratis, media libra de carnero y media de pan por persona y día, y nadie les garantizaba que esa ayuda fuese a producirse en las villas vecinas, ni conocían siquiera la situación sanitaria de éstas. Entonces lo que hacían era esconderse en los rincones del Paseo del Prado y por la noche, con algunos inquilinos de los lazaretos, atravesaban el Pisuerga en barcas, a nado o por los viejos vados conocidos, orillando la muralla.  

Apogeo y perigeo

Pues leía yo esta mañana un artículo en el periódico que venía a tratar de las novedades astronómicas que nos esperan en los próximos días. Recien entrado septiembre se pueden encontrar artículos de este tipo, una vez que ya han dejado de publicar los suplementos veraniegos (que vienen a ser como las crónicas pedorras) y antes de que vuelvan la plantilla al completo.

El artículo se llamaba «Camino del equinoccio» y explicaba que este año, el momento preciso en el que entra el otoño será el 23 de septiembre a las 4:29 de la madrugada, hora de Madrid. Y dice que ese día será el día del equinoccio, que es cuando la noche y el día tienen exactamente la misma duración. Y a mí me surge una duda, porque no sé si es la suma de los dos periodos de noche del 23 de septiembre el que se iguala al periodo en el que ese día es de día, o si hay que tomar como referencia el último ocaso o el siguiente orto, en cuyo caso el equinoccio empieza el día anterior o el siguiente.

Se lo dibujo:

Tontada equinoccio

El asunto es baladí, y mucho. Y de hecho no creo que le importe a nadie, salvo a algún astrónomo friki con mucho tiempo libre y a mí, que no sabía qué contarles hoy. Aunque no crean, que he dudado hasta el último momento si contarles esto o hablarles del perigeo y el apogeo. Y si siguen leyendo, comprobarán que al final no he optado por nada en concreto.

¿Saben lo que es el perigeo? pues es el momento en el que la Luna está más cerca de la Tierra. Y esto pasa en septiembre, y este año en concreto sucederá el día 8. Así es que la luna de este mes, que será el 9, va a ser una luna enorme: un 16% de apariencia mayor y un 30% más brillante. A la luna más cercana al equinoccio se le llama la luna de la cosecha, porque brilla tanto tanto que permite faenar incluso de noche. Bueno, yo supongo que esto era antes y que ya no pasa, pero me parece muy bonito y por eso lo recojo, ya que no lo he cosechado.

Lo contrario del perigeo es el apogeo, que es el punto de la órbita de la Luna más lejano de la Tierra. También es ese momento de los conciertos de Raphael en los que canta Escándalo, o sea, un momento culminante, pero esa es la tercera acepción. Y fíjense lo que son las cosas: no acabo de entender qué tiene que ver Raphael con una órbita, y sin embargo me parece muy comprensible que cuando canta Escándalo se produzca el apogeo del concierto.

En fin, casi que lo dejamos aquí. O mejor, les dejo con el enlace (CLICK), que seguro que tiene mejor interés que este post.

 

Lugares donde se calma el dolor, de César Antonio Molina

Ya me lo dejó escrito Goethe: «Uno sufre queriendo explicar el mundo cuando no es necesario»

lugares donde se calma el dolorHoy día primero de mes toca reseña del club de lectura, y si les soy sincera no sé muy bien por dónde empezar. Creo que no he entendido ni una palabra de lo que me quería contar este señor. Admito, de entrada, que no está hecha la miel para la boca del asno, así es que debo aceptar que me he sentido abrumada con tanta cultura junta, con tanta cita, con tanta referencia, con tanta sensibilidad y con tanta intensidad. Y dicho sea de paso, con tanta pedantería.

Les resumo rapidamente. Don César Antonio Molina va a determinadas ciudades y se va deteniendo en calles, plazas, puentes, y entonces nos describe con todo detalle lo que va viendo, quien pasó por ahí (normalmente, algún poeta de fuste) y lo que él va sintiendo al (¡oh!), mirar los mismos paisajes y pisar las mismas baldosas que sus admirados autores. Y para mi gusto que se le va un poco la mano. Por ejemplo, llega a San Petesburgo, entra en la salita donde murió Pushkin y eso le da pie a contarte la vida de Pushkin. Pero por medio te describe con todo detalle, hasta lo irrelevante, la salita. También se imagina cómo era la salita entonces o cómo no, porque claro, tampoco lo sabe seguro; te da detalles del primo, el tio, el hermano y el sobrino de Pushkin; te intercala diez o doce poemas y te cita a ocho o nueve autores que pasaban por allí; se hace un par de preguntas sobre el vuelo de una mosca; te vuelve a describir el orinal del portero de la finca… para entonces tú ya tienes dificultades para seguir leyendo porque, claro, ya no tienes dolores pero a cambio estás al borde de la catatonia.

Tal vez hubiera sido mejor, en vez de escribir un tocho de 800 páginas, escribir tres libros: uno de citas y poemas, otro de descripciones (que podría darse gratis con el suplemento de viajes de El País), y un tercer libro de curiosidades diversas. Este último sería muy delgadito, es verdad, pero a cambio nos ahorraría tener que tragarnos todas las cosas que se le pasan por la cabeza a este señor, que por otra parte deja constancia de su cursilería en dos de cada tres párrafos.

Si vamos a la calidad de su prosa, tampoco el libro tiene el menor interés. En mi humilde opinión, este señor narra con una prosa plana, insulsa y bastante vulgar. No sé cómo serán sus poemas, pero desde luego narrando no tiene ninguna originalidad ni ningún interés literario. Demuestra una cultura casi enciclopédica, desde luego, pero, francamente, no ha logrado que me interese absolutamente nada de lo que me estaba contando. Será culpa mía: tanta sensibilidad y tanta intensidad emocional me ha dejado completamente fria y desde luego leer sus digresiones ha sido lo mismo que leerme un tratado de contabilidad: una tortura.

Lugares donde se calma el dolor… y tanto. Se trata de un libro que te anestesia. Infalible para coger el sueño, cada capítulo es un reto para la catalepsia, y media hora de lectura te manda directamente a la cama. Siendo ésta la utilidad, sea: al revés que leer este libro, dormir no es una fabulosa pérdida de tiempo.

He de decir que no lo he terminado. Cuando llegué al 80%, y después de sufrir durante sus paseos por Palermo, Nápoles, Trieste, San Petesburgo, Bombay, Petrópolis, Buenos Aires y no sé cuántos sitios más, me dije que la cosa ya no tendría remedio. Ahora bien, creo que los otros participantes del club tienen otra opinión y yo desde luego estoy deseando leer sus reseñas. Vosotros también las podéis leer en  La mesa cero del Blasco, en La originalidad perdida, en Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes seguiremos hablando de él, o no, en el blog del Club de lectura.