El libro que este mes hemos leído en el Club de Lectura es el de Momentos estelares de la Humanidad, de Stefan Zweig. Es un libro que yo ya había leído, y del que tengo un estupendo recuerdo. En general, como de todo lo que he leído de este autor, que hace que la historia y vidas de los personajes se conviertan en interesantísimas novelas, y que sus testimonios de la Historia sean una aventura serena de la que es difícil despegar los ojos.
El libro anuncia en el subtítulo catorce miniaturas históricas, aunque de miniaturas nada. Se trata, efectivamente, de momentos remarcables de los que la historia toma nota, y de los que luego Zweig rescata el detalle, aunque enmarcado cuidadosamente en la solemnidad del momento.
Y así, nos cuenta la muerte de Ciceron, el viaje de Lenin a Rusia, la creación del Mesias de Haendel, los últimos días de Tolstoi, el descubrimiento del Pacífico, la carrera por alcanzar el Polo Sur, o los intentos del presidente Wilson por crear una paz duradera después de la Primera guerra mundial, además de otros momentos históricos de interés.
Los episodios que más recordaba cuando volví a coger el libro para hacer este post eran tres, a los que se unió un cuarto. El de la aventura de tender el primer cable eléctrico para unir América con Europa. Zweig nos hace reparar en la transformación del valor del tiempo que supuso el telégrafo en la primera mitad del siglo XIX, y cómo los libros de Historia recogen batallas y guerras, cuando lo que de verdad hace progresara la Humanidad son inventos de este tipo.
Los otros episodios que recordaba eran el de la batalla de Waterloo, en la que Zweig nos cuenta cómo el mediocre mariscal Grouchy, con su falta de audacia y de iniciativa propia, perdió la oportunidad de pasar honrosamente a la Historia, además de que le pusieran su nombre a una avenida en París. Al pobre, después de la metedura de pata, no le han dedicado no ya una miserable callejuela en el Marais, sino ni siquiera un triste cul de sac perdido de la periferia.
También el momento estelar de la caída de Bizancio, en 1453, como símbolo y como puerta de Occidente, abandonada por una cristiandad hipócrita y desunida a su suerte. Zweig se fija en el sitio, en las inexpugnables murallas que rodeaban la ciudad, y que hacían de ella una fortificación invulnerable. Y cómo un despiste, el descuido de dejar una puerta trasera abierta, provocan el pánico de los ejércitos de resistencia y la caída de la ciudad.
O la creación de la Marsellesa, compuesta por un compositor mediocre en un momento de delirio patriótico, en Estrasburgo. Ese enardecimiento hace triunfar después la marcha en Marsella hasta ser transformada en el himno emocionante que conocemos. Pues sí, el famoso “aux armes citoyens, formez vos bataillons” que pone los pelos de punta cuando se oye cantar fue creado por un mediocre que murió amargado y peleado con el mundo, y después de componerlo se dedicó a oponerse a la Revolución y todos los regímenes que la sucedieron. Y si no le afeitaron el cuello fue de puro milagro, y no porque no diera ideas, con aquello de los soldados feroces que vienen a écorger nos fils et nos compagnes…
Zweig es una garantía de entretenimiento y también de aprender historia con la lectura de un libro de forma amena. Y muy especialmente con este libro, de episodios cortos, pero muy interesantes todos ellos, que además no exigen mucho tiempo y se pueden leer en ratos perdidos o entre otras lecturas.
Tenéis, como cada primero de mes, otras reseñas de este libro en La mesa cero del Blasco, en La originalidad perdida, en Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes seguiremos hablando de él en el blog del Club de lectura.