Mis tribulaciones con las gafas

Wilma-con-gafas-unmundoparaHasta el mes de agosto, tenía yo tres pares de gafas. Sí, tres. Unas vivían en mi mesilla de noche y otras en mi bolso. Las terceras venían conmigo de viaje y circulaban con total libertad por mi casa y por mi vida, porque eran resistentes y ligeras. Y bonitas. Eran las niñas de mis ojos. Y tal vez por eso, mi querida Wilma se las comió este verano, después de dejarse fotografiar portándolas con evidentes muestras de apetito. Como los sangrientos tiburones o los fieros leones, se ve que le dio por olisquear golosamente el objeto de su deseo, y en un momento de despiste colectivo ¡zas! se lió a mordiscos y de las pobres gafas no quedaron ni los alambres de las patillas, tal fue el fervor de las dentelladas.

gafas-bancarias-unmundoparaEste luctuoso suceso me hubiera dejado leyendo en braille el resto del verano de no ser por un oportuno viaje a Madrid que me permitió recuperar las gafas que llevaba siempre en el bolso, porque yo en el poblachón circulo con las manos en los bolsillos. Estas eran unas gafas ligeras y discretas. Un poco como las que llevaría un aburrido funcionario o alguien que trabajara en un banco, lo admito, muy sobrias, clásicas, sin estridencias ni alharacas salvo por unas bandas muy monas que llevaban en el interior de la patilla y que sólo se veían si se dejaban reposar encima de una mesa, elegantemente dispuestas entre papelotes y cartapacios. Hoy estoy de un cursi…

gafas abuelitapaz unmundoparacurraEl caso es que un mal día de mediados de Noviembre las perdí, con gran dolor de mi corazón y sincera pesadumbre. Quedaban pues las últimas, cuya función hasta entonces era la de servirme de coartada para coger el sueño. Ya pueden vds suponer en qué condiciones pueden estar unas gafas que, todos los días sin excepción, acaban rodando por el suelo, perdidas entre las sábanas o aplastadas bajo mi espalda. Y con ellas he tenido que penar más de un mes, sorteando el mundo de las brumas aunque no el de las bromas, hasta que Su Majestad el Oculista ha tenido a bien recibirme y, esta vez sí, me ha graduado con generosidad en vez de soltarme las mismas chorradas del año pasado, cuando no me tomó en absoluto en serio (CLICK).

Así es que con mi nuevo título de graduada y una renovada ilusión por ver el mundo con mayor claridad de detalle, me fui a la óptica con mis sobrinas a elegir modelo y reparar con ello esta sucesión de catástrofes gafunas. Y así pasamos media tarde de lo más agradable, ellas dándome gafas y diciéndome “¿Y éstas?”, y yo poniéndomelas y girando sonriente hacia ellas, con esa cara entre ovejuna e idiotizada que se te pone cuando estás probándote gafas, mientras preguntas «¿Qué tal?», mendigando una aprobación que sólo llega en el 10% de los casos. Percentil que coincide con el de las gafas más caras, dicho sea de paso, lo cual complica enormemente la elección, dicho sea como corolario. Pero porque el gesto se tuerce un poco, no porque las gafas no sean una preciosidad, tú ya me entiendes.