El bosque y el jardín

España ha jugado su primer partido de la Eurocopa contra Italia. Empate a 1. Y gracias.

Don Vicente del Bosque decidió salir sin delantero, para quitar las referencias a los italianos. De paso nos quitó las referencias a todos los que andábamos viendo el partido, menos a los comentaristas, que se pasaron toda el primer tiempo y buena parte del segundo dándonos la matraca y criticándolo con la boquita pequeña: «Es muy extraño, pero muy inteligente por parte del mister». Qué poca personalidad.

«Lo de jugar sin delantero ha funcionado bien quitando la primera mitad» apuntó Torres. Pues conviene echar cuentas, porque si él salió en el minuto 73, esto significa que Don Vicente hizo un experimento que sólo tuvo utilidad durante el 30% del tiempo de juego. O durante el 0%, porque cuando salió Torres, España siguió sin delantero. Pero con referencias.

Digo yo que mejor que hubiera salido la Carbonero a rematar. No es mala idea, oigan, que le tira un par de chuscos a Bufón y lo mismo hubiera logrado despistarle. Y ya, una vez despistado, Cesc podría haber terminado de recrearse en un pase sublime dirigido a, pongamos, Arbeloa, y éste de cabeza, zas, gol por la escuadra.

Pero Del Bosque no está frustrado y dice que ha sido un buen partido. ¿ Y qué va a decir del Bosque, si se ha metido en un jardín?

Jefes

Si vd dice que todos tenemos un jefe creerá que tiene razón, pero no. Hay quien no tiene jefe. Mi madre no tiene jefe, por ejemplo. Y mi vecina, la Sra. Marina, una anciana encantadora que da gusto verla, me da que tampoco. Así es que no piense que eso de tener jefe nos pasa a todos porque se llevará un chasco, una decepción o las dos cosas.

En las revistas y suplementos de negocios de los periódicos, siempre sale algún consultor a contarnos toda la variedad de jefes que existen. Hombre, se puede llegar al infinito haciendo un cluster, como dicen ellos, pero al final nos encontraremos con la cruda realidad: los jefes son o buenos o malos, y ya. A ver, yo comprendo que esta clasificación es un poco Barrio Sésamo y no da como para salir en el Expansión, pero mejor no complicarnos mucho la vida, que para eso ya están los jefes ¿no les parece?

¿Y qué es un mal jefe? Pues yo diría que el mal jefe es aquel que, o no lo asume en absoluto, o lo asume demasiado. El que pasa de ti y no te hace ni caso y que por lo tanto ni te enseña, ni te integra en el grupo, ni te respalda, ni te valora, ni te acompaña, ni te dirige, ni nada, o sea que está de marmolillo, más o menos; y luego el que adopta el rol de jefe macho alfa y que está convencido de que es superior a ti, cuando lo único que sucede es que tiene una misión distinta a la tuya, una de cuyas tareas es la de dirigirte. Y aquí nos encontramos con todos los clichés del jefe mandón: cobarde, despótico, tóxico, irascible, chantajista y muy mala persona. O sea, un marmolillo acabado en punta, que tiene en común con el marmolillo romo que resuelve poco y mal, y termina despeñando a toda la organización. En ambos casos, se trata de carniceros que solo ven carne, y uno nunca sabe cómo es posible que hayan llegado hasta ahí. Aunque se lo imagina…

¿Y qué es un buen jefe? Pues el se da cuenta de que tiene que dirigir a personas y se pregunta cómo será mejor hacerlo para cumplir objetivos y vivir todos un poco mejor. Claro, luego las soluciones que imagina y que pone en marcha pueden ser muchas y muy variadas, más o menos acertadas, más o menos populares y más o menos complicadas. Y por supuesto, hay derivadas a tener en cuenta, que es si el jefe pone por delante al colaborador o a su propio jefe, si pone al cliente o a la organización y si lidera con ideas o con números, pero esto forma parte ya de la guarnición que le pongamos al filete, digo al jefe.

Hay otra clasificación más literaria que es la de distinguir entre jefes, jefecillos y jefazos. Pero de esa ya me ocuparé otro día, que mañana es lunes y tampoco les quiero incomodar.

La Eurocopa 2012

Dos días llevo pensando cómo titular este post de forma original y nada, no se me ocurre nada. La Eurocopa empezó ayer, España debuta mañana, y yo todavía sin titular. Así es que quédense con este título soso y vamos allá, que a este paso llegamos a la final y no he escrito nada sobre esto. Lo más probable es que no tengan que soportarlo hasta el 1 de julio, porque lo normal es que España sea eliminada antes de la final. Así ha sido siempre, aunque en el último lustro nos hayan «malacostumbrado».

Yo noto un cierto ambiente de desapego este año, demasiada tranquilidad informativa por el momento. No sé si es efecto de esta crisis tan cansina, que nos tiene a todos entre deprimidos y enfadados, o es que en el fútbol todavía circulamos por la Tierra con ese aire de nuevo rico con ínfulas que nos dan los éxitos de estos últimos años. Pero para mí que falta ilusión, que se nos ha perdido entre tanto ajuste, tanto rescate, tanta intervención y tanto mangoneo.

La primera vez que fui a Marruecos por motivos de trabajo, mi acompañante, un francés tristemente fallecido, me hizo un comentario que me dejó pensativa: este país depende de que llueva, me dijo, ésa es la clave de la prosperidad de la mayoría. Es decir, la economía de las familias dependía del cielo, en el más estricto sentido del término. Cuando España era un país agrícola y no un país de servicios, como ahora, nosotros también dependíamos del cielo. Rajoy les dijo el otro día a los futbolistas que el triunfo en la Eurocopa sería un subidón para los españoles. Es triste decirlo, pero es así. Necesitamos un golpe de alegría, un poco de euforia que nos desembarace de este ambiente enfurruñado y melancólico que nos ha traído no tanto el fondo de la situación como esa política de comunicación tristona y abandonada que no llama a nuestro heroísmo sino a nuestra resignación, que es lo que más les conviene por otra parte. No se trata de abandonarse al nuevo opio, porque las dificultades individuales van a seguir estando ahí cada mañana. Pero como poco podremos evitar que nos aterren y nos amarguen el día dos agencias de calificación, tres políticos verborreicos y cuatro tertulianos ignorantes. Eso es muchísimo. Treinta y tantos años de democracia y aquí andamos, dependiendo poco más que del cielo…

En fin, vamos a divertirnos, que al menos el objetivo de estos chicos por ganar el campeonato coincide con el del resto de españoles. No esperen análisis sesudos sobre el juego ni nada parecido, que ya me conocen. Y menos una crítica a Don Vicente del Bosque, faltaría más. Y si me sirve para que me deje de costar un mundo escribir cuatro párrafos mañana, yo, por lo menos, ya habré ganado algo.

Mi convivencia con el queso

Yo como casi de todo. Digo casi porque hay cositas que no están hechas para mí, y si digo que no como algo, no lo como. Esto es un decir que luego se cumple a medias, y tal vez algún día me anime y les cuente mi (única) experiencia con un plato de coliflor. Pero hoy quisiera hablarles del queso, esa guarrería.

El único interés que encuentro en los chinos, y en el mundo achinado en general, es que son culturas en donde no comen esa porquería, hecha a base de leche llena de bacterias, moho y otros animalitos muy chiquitines. Claro, alguno me dirá que cuánta hambre tendría el primer hombre que se comió una ostra, pero esto es muy distinto. El primer hombre que comió un queso, para empezar se había olvidado la leche en la tripa de cualquier animal muerto y después se metió en la boca una cosa que, objetivamente, apesta. Sí, ya supongo que a muchos de vds les encanta, pero yo no lo puedo soportar.

En mi casa y entre mis amigos, el queso es un manjar muy querido. Y yo diría que venerado si estoy yo sentada a la mesa. Por alguna extraña razón, el plato de queso siempre está debajo de mi nariz, ya sea en una comida familiar o ya venga el camarero con el pica-pica. Y aunque agarre el queso y lo mande al otro extremo de la mesa, para que le apeste a otro, el plato siempre vuelve a mí no una, sino varias veces. Y no lo entiendo, la verdad, porque si les gusta tanto ¿Por qué no se lo comen lo primero y rapidito? Pero no, el queso es como una cruz que llevo a cuestas. Por ejemplo, en la isla de Fuerteventura tuvimos que ir a un restaurante asturiano y pedir un platito de Cabrales, que viene a ser como ir a vendimiar y llevarse las uvas de postre. Desde luego, la ensalada de queso de cabra es muy a menudo el primero a compartir. Y en París tuve que prohibir terminantemente la compra de quesos en el aeropuerto de llegada, que es el mismo que el de salida pero sin el riesgo de que el paquetito se paseara por mi apartamento, aunque de llevarles a comer fondue no me libré creo que con nadie. Y es que yo tengo un problema de convivencia, no sé si con el queso o con mis amigos.

En una ocasión para mi cumpleaños, mis amigos me hicieron un vídeo muy divertido. Cogieron la idea de la película de Toma el dinero y corre, y así se ponían peluca negra para criticarme o rosa para criticarme menos. Este corte, que forma parte de los descartes – y que me dieron después para que me riera lo que se rieron ellos haciéndolo -, a mí me resulta muy significativo. En todo caso, y quesos aparte, espero que les divierta (si entienden algo).

El pollo del tío Pepe

Ya tenemos otro pollo montado en España de esos que nos encantan a los españoles. Resulta que se va a abrir en Madrid un Apple Store en la Puerta del Sol, un tiendón que será probablemente el mayor de Europa. El edificio elegido por Apple es el Hotel París, en cuyo tejado estaba (estaba, porque lo habían quitado para arreglarlo) el anuncio de Tio Pepe, que previsiblemente no volverá porque, en su lugar se pondrá la manzana de Apple. Y el pollo se monta porque hay quien se opone a que se quite el luminoso de Tio Pepe porque considera que… no sé qué es lo que considera, si les digo la verdad.

Yo me imagino al responsable de la marca Apple revisando los dossieres con las ofertas para la ubicación de la tienda cuando se topa con la fotografía (nocturna) del edificio del Hotel París. Una vez recuperado del previsible desmayo, supongo que haría una sola pregunta: ¿Esa cosa se puede quitar? Y claro que eso se puede quitar: se desatornilla, se trae una grúa, y se quita. Tranquilamente. Hasta donde se sabe, el director de la marca Tio Pepe de Gonzalez Byass (empresa tan privada como Apple) no ha querido pujar por seguir teniendo una ubicación tan magnífica. Quizá es que no se ha recuperado del también previsible desmayo al ver el logo de la manzana. En cuanto al dueño del Hotel París, no ha considerado relevante el anuncio como para encarecer el contrato. O tal vez sí, que no lo sé, pero en todo caso, le ha convenido largar el edificio. Y en cuanto al Ayuntamiento, no sé si tiene vela en este entierro (no haré chistes fáciles sobre la opinión de la señora Botella, que también es mala suerte llamarse así para dilucidar sobre este asunto), pero si tanto ama el cartel, que se lo lleve al Reina Sofía o que lo deposite en otro lugar emblemático, ya que por lo visto, la publicidad en lugares emblemáticos se pueden regalar en Madrid con mis impuestos.

¿Que es un símbolo? ¿Una botella de Jerez vestida de bailaor con sombrero cordobés y con el slogan «Sol de Andalucía embotellado» es un símbolo de Madrid? ¿De qué Madrid? Del mío no, desde luego. Y supongo que de un tío con piercing tampoco. Si es para los visitantes de la plaza, que se fabriquen pins, abanicos, pañuelos y goodies diversos con la imagen del Tio Pepe y se regale a los paseantes (a costa de González Byass, claro), pero si tiene que salir la Puerta del Sol por la tele, prefiero mil veces que se vea el logo de una empresa que vende tecnología a un logo anticuado que representa los codigos más pandereteros y elementales de la España kitch de boina y botijo.

Pero en fin, hay que salvar a Tio Pepe. Yo sólo espero que no haya que salvarlo a base de consumirlo. Conmigo que no cuenten, desde luego. No me imagino pidiendo un Tio Pepe en una terracita de la Castellana o en un bar de copas de una zona pija de la ciudad. Ni no pija. Porque empiezas pidiendo Tio Pepe y terminas gritando al camarero para que te traiga cuanto antes un cola-cao, y que te dejen en paz todos los abueletes que se te acercan a ver si ligan.

Esto tiene  todos los ingredientes para que sea considerado como algo que se debe enseñar a futuros diplomáticos en las escuelas de las cancillerías extranjeras, ante un eventual destino del estudiante en esta España soleada en la que vivimos: un país que se moviliza para defender un lolailo de neón con el argumento de que hay que salvaguardar la tradición y los símbolos. Mi sugerencia es que se incluya en el capítulo dedicado a la expresión «adorar al santo por la peana«. Como caso práctico.

Cena entre amigas

Quizá me regañen por escribir este post y me dará lo mismo. Y si no me regañan, entonces será que no se lo han leído y tal vez no me dé lo mismo. Sólo diré que empezaron hace tres años y al principio quedábamos a comer. Luego se convirtieron en cenas para poder limitar el tiempo nosotras y no un horario ajeno. No recuerdo de quién partió la idea, aunque puedo intentar imaginarlo. Veamos.

Sería de la que siempre pone orden para que se escuche el concierto. Que siempre hace lo que hay que hacer, incluso cuando se equivoca. Que siempre va directo y derecho, porque es lo más sencillo. La que nunca se explica cómo le salen las cosas pero le salen; la que nunca sabe cómo va a salir del embrollo en el que le meten otros, pero sale. Que se obliga siempre a atreverse y que cuando tiene que dar algo por perdido, lo sabe descartar a tiempo. La que escucha y siempre habla en el momento preciso. La que pone siempre el sentido común y los argumentos irrebatibles. La que siempre da el primer paso al frente y no se entretiene en el rencor de otros, porque sabe cómo se avanza sin pisar a nadie. Que lidera sin aspavientos, con tanta modestia que se diría que más que liderar, pastorea.

Cabe también la posibilidad de que fuera la idealista, la más literaria de todas, la más artística. La entusiasta que siempre está alegre, que se prohibe desfallecer. La que además de aprender se da cuenta de que ha aprendido, de lo que ha aprendido, y de cómo lo ha aprendido, y además es un placer que te lo explique. La que en vez de retroceder, se da la vuelta y avanza. La que no tiene ninguna doblez. La más natural, que es capaz de enamorar a un auditorio. La que sabe decir las cosas exactamente como son, y nunca permite que sean desagradables. La que pone nombre a las emociones y luego las disecciona. Con la que no puedes disimular porque siempre te pilla. La que deja siempre el corazón encima de la mesa, aunque se arriesgue a que se lo roben. La que nunca te reprocha un sueño. Es esa sonrisa que calma.

No pudo partir de la tímida, siempre pensativa aunque no siempre silenciosa, siempre seria, con ese halo de gravedad que le da a su no estar conforme. Que siempre debe conocer el segundo paso antes de dar el primero. Que guarda todas sus cosas en la cabeza sin querer desprenderse de ninguna, ni siquiera de las que sabe que le hacen daño. Que tiene una inteligencia analítica, paralizante, y que busca la solución en la que encajen sin ninguna holgura todos los detalles que encuentra a su alrededor. La que se divierte con esas bromas que siempre tiene que explicar porque son inalcanzables para cualquier inteligencia modesta y que consigue que, al final, no nos riamos de su broma sino de verla reir a ella. Porque hasta cuando se ríe, se ríe en serio. Que se exige y exige la perfección y nunca la encuentra, pero no deja de buscarla porque cree, en serio, que la perfección existe, y que es su deber alcanzarla. (Releerá este párrafo unas cincuenta veces).

No sería aquella que nunca quiere perderse nada y no puede llegar a todo, porque se entrega cien por cien a cada cosa que hace; que tiene bulimia de experiencias, y algunas se le quedan a medio experimentar, porque no se acaba de creer que lo mejor es enemigo de lo bueno aunque lo diga tres veces al día. Que tiene una memoria asombrosa en los detalles. Que siempre sorprende con un chascarrillo desternillante y que tiene enormes reflejos para la réplica, aunque sea ésta una virtud que le juegue malas pasadas. Que defiende las causas perdidas y recoge por ello responsabilidades que no le corresponden. Que se deleita en las musas, pero que no le importa pasar al teatro. Que tiene una conversación llena de curvas y de recodos, y siempre te obliga a recorrerlos todos.

No creo tampoco que fuera aquella que es cabezota hasta la desesperación y que cuando coge una presa no la suelta. Esa que, en medio del barullo, es la única que permanece atenta y puede decir «yo sí me he enterado», con una sonrisa tan eterna como su cabezonería. La que de verdad tiene todo medido y calculado, la que tiene los mejores y más sólidos muebles en la cabeza. Unos muebles de los que dispone como mejor convenga. Que conoce el método y a pesar de ello lo repasa. La que siempre tuvo ese deje infantil, y a la que me hubiera gustado ver en el parque. La que te puede asombrar, pero nunca sorprender. La que manda sobre sí misma con mucha calma, y que por eso no notas cómo se domina.

Que fuera la rebelde es imposible. Lo suyo es la osadía ingobernable, el descaro, el atrevimiento, la rapidez. La que no deja pasar una oportunidad porque es capaz de verlas todas, de olerlas, y cuando las toca ya son suyas. La más intuitiva, la que toca de oído. La que pasa del qué dirán y además lo dice. La que siempre va a lo suyo, y lo suyo es echar una mano a los demás, dirigirlos, orientarlos, hacerles cambiar. El desorden, la improvisación curada a base de convicciones y de trabajo duro.  La falta absoluta de prejuicios, la mentalidad abierta y esponjosa, la independencia como convicción. El optimismo del que se alegra por haberse bebido el contenido de la botella cuando la advierte vacía. El consejo explosivo y siempre rompedor. El empuje divertido, imaginativo y radical.

Y no me sorprendería que fuera la que siempre está a lo que le mandemos y luego hace lo que quiere. La que está como una cabra. La que tiene el mejor corazón de todas y es la más sentimental con diferencia. La que es capaz de olvidarse la cabeza y no volver a por ella, total para qué. A la que le pasan unas cosas que parecerían inverosímiles en cualquier otra persona. La que tiene una espontaneidad que te desarma. El buen fondo que llega a la superficie. La más guapa, la más joven y la más alta. Y la más valiente. La que atesora el futuro y no le da importancia, porque ya llegará. La que no hace cálculos de la dificultad ni siquiera cuando ésta se presenta. La que es capaz de decepcionarse y rearmar el amor propio en el tiempo que le dura un cigarrillo. La que da unos abrazos que te dejan tambaleando. Y a la que más quiero, porque es la que más se deja querer.

Y, finalmente, pude ser yo. Y como no me hacen caso ni me escuchan nunca cuando hablo, pues me dedico a observarlas a ellas.  Y me regañarán por esto, me regañarán…

Responsabilidad compartida

La responsabilidad compartida no existe. La responsabilidad compartida es un mito inventado para repartir un poder muy escaso y así contentar a más gente. El mito de la responsabilidad compartida destruye la autoridad, la capacidad de decisión y deja el poder en manos de arribistas, gorilones, amantes de las triquiñuelas y tramposetes que echan las culpas de su fracaso a los demás. De esos que viven del cuento y de decir tonterías en inglés. Porque la responsabilidad compartida no es ni más ni menos que aversión al riesgo, miedo al fracaso, dilución de responsabilidad y escondite de errores. En este mundo blandito en el que vivimos, la sociedad acepta sumisamente que llegue cualquier memo con gorra y le prohiba algo por su bien. Ah, el bien del sumiso.

En las organizaciones multinacionales esto está a la orden del día. El asunto consiste en que uno manda y otro decide, pero no decide solo, sino a partir de lo que otro define, aquel avala, ese valida, otro pilota y aquel autoriza. Todo ello sin que falte el acuerdo de los implicados y el consejo del experto debidamente formalizado. Y por supuesto, las cuentas se hacen en otro lado y después se contrastan y analizan con seis o siete hipótesis, una de las cuales considera seriamente la llegada y posterior establecimiento de los extraterrestres. Y se debe respetar la norma, faltaría más: la nuestra, la de la matriz, la del regulador y la del gobierno, para lo que se necesita verificar que sean la misma. Ah, y las encuestas, que no se nos olviden las encuestas, porque el cliente es el rey. Si hay un liderazgo fuerte, esto funciona aunque es muy incómodo. Si no hay tal liderazgo, sólo te queda estar muy incómodo.

Si ya padecemos esta falta de claridad en organizaciones muy profesionalizadas cuyo objetivo es ser rentables, imaginen el carajal que tenemos montado con la crisis, de la que por no saber, no sabemos ya ni cuál es el objetivo. Yo lo llamaría la conjura de los necios por parecerme más literaria y porque los protagonistas me recuerdan al desfile de frikis que se pasean por el libro. Nadie sabe muy bien qué hay que hacer con el carrito de las salchichas, pero todos acaban por parecerse a Ignatius cuando nos hablan de su válvula entre explosiones gaseosas. Además de los jefes de gobierno y ministros del ramo diciendo cosas distintas a pesar de la traducción, aparece a veces un tal Rehn, o un Durao Barroso, o la inefable Lagarde, o un señor que se llama Van Rompuy, o ese Draghi, o uno que se apellida Junker y que confundo con Van Rompuy… Y cada cual agarra su salchicha y abre su válvula, porque uno manda, el otro decide, aquel aconseja, ese pilota, otro hace la norma y otro echa las cuentas. Y no crean, que aquí, entre los locales, vamos sobrados de Ignatius para empujar el carrito, desde el Andreu hasta un tal Percival. Esperando estoy a que aparezca Lancelot…

En toda esta realidad paralela Vds. y yo cumplimos un papel muy relevante, que es el de rey y soberano. No se quejen, que nos dejan que llevemos el armiño. A pesar de los calores.

Ese aire postizo que resfría

  Trujillo tuvo una sensación de fatiga.  El sol calentaba cada vez más, y, como todos los visitantes de su despacho, el senador Chirinos ya sudaba.  De rato en rato se secaba la cara con un pañuelo azulino.  También él hubiera querido que el Generalísimo tuviera aire acondicionado.  Pero Trujillo detestaba ese aire postizo que resfriaba, esa atmósfera mentirosa.  Sólo toleraba el ventilador, en días extremadamente calurosos.  Además, estaba orgulloso de ser el-hombre-que-nunca-suda.

Reconozco que soy muy friolera. Me viene de familia, aunque sólo de una parte. De la parte friolera, se entiende. Yo recuerdo a mi abuelo, en pleno verano, con camiseta, camisa y jersey de pico en el salón de su casa, en donde el sol pega de lo lindo por la tarde. Mi madrina también lo era mucho. En cuanto a mí, tengo que decirles que yo no quieto la manta de la cama en todo el año. Cualquiera sabe lo que puede traer el relente de una madrugada…

El frío me pone de muy mal humor, y si es ese frío mentiroso, me resulta insoportable. Hace muchos años, trabajaba en un despacho compartido y mi mesa estaba pegada a la ventana. La salida del aire era compartida con un director un poco «maría calores» que, además, tenía la llave del cajetín del aire. Y sobre todo, más que la llave tenía la responsabilidad suprema de la administración de la cosa. Yo aprendí a desconectar el aire metiendo la patilla de las gafas por una ranura del cajetín, y eso nos daba algún respiro hasta que este buen señor se daba cuenta de que la temperatura no estaba a su gusto, venía, abría el cajetín con su llave, y lo volvía a conectar.  Podéis imaginaros que a la quinta vez que tuvo que hacerlo, empezó a mosquearse: «No sé cómo lo hacéis, pero sé que esto no salta, que lo desconectáis vosotras de alguna manera. Ya os pillaré«, nos dijo con pose jupiterina y un natural acaloramiento. Siempre lo negué, claro, con aire muy inocente y yo creo que nunca descubrió cómo lo hacía. Y es que hay ciertas heroicidades que interesa dejar en el anonimato.

Ahora no necesito demostrar estas habilidades entre mañosas y rateriles que tengo. El nuevo dueño de la llave del cajetín es un chico encantador que me comprende. Incluso un día que le dije que el frío sería bueno para el cutis pero fatal para el humor, tuvo la galanura de decirme «vamos a cuidar entonces el humor, que tu cutis no necesita ningún tipo de conserva«. Bueno, esto me lo acabo de inventar para darle al post un tono un poco romántico. En realidad, me diría lo de siempre: «Ahora mismo voy, Carmen«. Y ahora mismo va siempre. Y menos mal, porque los cajetines ya los ponen a prueba de gafas.

PS: Esta cita está sacada de La fiesta del chivo, el libro de Vargas Llosa. En mi opinión, es una descripción perfecta del aire acondicionado, ese aire postizo que resfría, esa atmósfera mentirosa…