Cómo atarse los zapatos

Este es un vídeo muy apropiado después del post de ayer. Véanlo y sean felices.

Unos castellanos ingleses

No sé muy bien de qué hablarles hoy, así es que les contaré que he estado de compras. Y me he comprado dos pares de zapatos, aunque me he venido sin ellos. ¿Por qué? Pues porque unos me los tienen que hacer en el color que quiero, y los otros se están fabricando en la talla que me conviene. Supongo que en un mes podré mostrarles los maravillosos zapatos, pero de momento me iré por los Cerros de Úbeda.

Cuando yo llevaba Loden, calzaba zapatos castellanos. Ahora se llaman mocasines, pero entonces se llamaban castellanos. Con antifaz, con bocado, con borlas o con flecos, que o los pegabas o se venían para arriba y quedaban fatal. En negro, azul marino o corinto. El marrón lo dejábamos para el colegio. Y en el Madrid de cuando yo llevaba Loden, los castellanos «fetén» se compraban en LG, Lorenzo y Gloria, en la Calle Lope de Rueda, 57. Hoy venía de una reunión fuera de las oficinas, y he parado en el semáforo de la calle Ibiza. Y he visto la Calle Lope de Rueda.  Y me ha venido a la cabeza la zapatería, a la que no iba desde… no se lo diré, no importa, pero muchísimo. Mi primera curiosidad ha consistido en saber si la tienda seguía ahí y sí, sigue ahí con el mismo nombre.

He aparcado el coche y me he bajado a ver el escaparate, con la nueva curiosidad por si seguían vendiendo los famosos castellanos. Y sí, los siguen vendiendo. Ya les he contado alguna vez que cuando salgo aturdida del trabajo saco la Visa a pasear o me voy a la peluquería. Además de castellanos también tienen zapatos ingleses de mujer, de manera que he dejado la peluquería para otro momento. Los más bonitos sólo los tenían en gris y en verde. Y como todavía no tengo edad para ser extravagante, he pedido que me los hagan en negro. Inicialmente había pensado encargarlos en marrón chocolate, pero el aturdimiento era severo y he decidido que los marrones serían de ante y cuero con dibujo, que no me he podido probar porque estaban fabricándolos en mi número.

Y eso es todo. Si me animo, mañana les cuento qué es lo que me aturdía. Aunque ya no me aturde.

Real Madrid-Barcelona

Quizá piensen que es un asunto pasado.

Quizá piensan que se me ha olvidado.

Quizá pensarán que ya está todo dicho…

Pues no.

No está todo dicho.

Yo no he dicho nada, todavía…

No ganó el Barça, perdió el Madrid. Ellos compran a Cesc y nosotros a Coentrao. El Real Madrid se lleva mal con las urgencias.

Hala Madrid.

Hala…

Capricho

¡Mira qué tontería me he comprado hoy!

Error
El video no existe

Blue eyes

¿Le gustaría tener unos ojos azules? Así empezaba un artículo que leí ayer en el periódico en donde se explicaba que un tipo, que no es médico ni científico, había inventado una técnica con láser que deshace la melanina del iris «de manera natural», y convierte los ojos marrones en ojos azules. Primero lo probó en conejos y luego en 17 mexicanos. La explicación que da es que en México las leyes son más comprensivas para la libertad de experimentación. Supongo que el hecho de que haya más facilidades para encontrar pobres de ojos negros que hagan de cobayas no habrá tenido nada que ver. El tratamiento costará unos 3.700 € y quiere comercializarlo primero en Europa y en Asia. O sea, que quiere seguir viajando de Ohio a Minnesota sin que los federales le pongan esposas.

Pero vamos a la parte de la demanda. Por lo visto, sigo leyendo, un 17% de los americanos se operaría de inmediato. Y un 35% se lo pensaría. Frank Sinatra, que estás en los cielos… En fin, olviden los riesgos y contesten: ¿creen que serían más guapos con los ojos azules? Yo recuerdo una buena amiga que me decía de un novio que tenía (con los ojos azules): «P. no es nada feo. Si le quitas la nariz..«. A lo que yo contestaba «Ya, querida, pero ¡es que le tienes que quitar la nariz!«. 

Unos ojos no son bonitos por el color, sino por la forma y por la expresividad. Y claro, si luego la nariz acompaña ¿Para qué queremos más? Miren si no a mi Curra: ¡Guapetona hasta con los ojos azules!.

PS: No se preocupen, que no ha ido a México últimamente. Es sólo un poco de Photoshop.

Demasiada felicidad

Alice Munro es una escritora canadiense, con casi 80 años. Empezó a escribir cuando el cuidado de sus hijos le dejaban un ratito. Se metía en el cuarto de la plancha y se ponía ahí a escribir sobre lo cotidiano, extrayendo de la vida corriente todo aquello que los que no tenemos talento somos incapaces de percibir. Leí a un crítico que decía de ella que «inventa la realidad«, y a ella misma escribir que «la vida de la gente es suficientemente interesante si tu consigues captarla tal cual es, monótona, sencilla, increíble, insondable«.

Demasiada felicidad es su último libro, un libro de 10 relatos en los que se detiene en un momento preciso de la vida de cada protagonista para contarnos, sin que nos demos cuenta, la vida entera. Historias que siempre sorprenden, historias extraordinarias dentro de una apariencia común y corriente. Su forma de escribir engaña por lo fácil, por lo ligero, pero este es un libro para leer despacio, con calma, como el que disfruta de un buen té, o un buen café y detiene el tiempo en la charla con un buen amigo, sin mirar el reloj.

Vas por el relato y te topas con el climax sin darte cuenta. De pronto te asusta, te intriga, te atrapa y luego, igual que empezó, termina. Y te ha contado todo, te ha explicado todo, no deja cabos sueltos. Historias algunas crueles, otras desasosegantes, todas llenas de sentimiento pero sin sentimentalismo, todas revestidas de serenidad y de cercanía. No es la realidad que inventa sino cómo mira esa realidad lo que me ha encantado de esta mujer.

Como me decía un amigo: «Demasiada felicidad contiene demasiada naturalidad, demasiada humanidad, demasiada realidad, y enseña cómo cada cosa encuentra su hueco en la vida«. Léanlo.

Eso no se hace

¡Curra! ¡No se lamen las miguitas del suelo! ¿Serás cochina?

¡Y no me mires así! No se hace, ¡y punto!

¡No, no se hace! ¿Tú me ves hacer eso a mí? ¿Eh?

….

….

Sin comentarios

Semana menuda, menuda semana

Extraña semana esta.

Tiene tres lunes…

¡Y tiene tres viernes!

Idiomas (II)

Hace no demasiado tiempo, por razones de trabajo tenía que ir con cierta frecuencia a Munich. Les diré, antes de continuar con esta historieta, que nunca he llegado a comprender muy bien cómo los alemanes logran entenderse entre ellos. Mi secretaria, una alemana realmente encantadora que hablaba francés, inglés, italiano y algo de español, me fascinaba cuando hablaba con su madre por teléfono. Y cuando colgaba, yo siempre le hacía la misma pregunta:

– ¿Tú crees que ha entendido algo de lo que le has dicho, Daniela? – Y me contestaba, paciente: «mais bien sûr, Carmen, ne t’inquietes pas«.

Cuando tenía que hacer noche siempre iba al mismo hotel, un establecimiento pequeño, pulcro y muy serio cerca de las oficinas. Un domingo lluvioso de invierno aterricé en Munich. El vuelo había cogido algo de retraso y ya era medianoche cuando llegué al hotel. Munich no es una ciudad triste, y además ese barrio era muy céntrico. Y para mí que un poco disipado, por decirlo fino. Pagué el taxi y entré en la recepción. «Buenas noches, tengo una reserva«.

Herr recepcionista me miró. No esperamos a nadie ya, no puede tener una reserva. Un listo, pensé. «Mire el ordenador, Jimenez con J«. No se inmutó: a esas horas ya no hay fichas, no hay ninguna reserva para esta noche, Madam. Saqué los papeles de Daniela y se los di. Buscó en el ordenador, con fastidio. «Su reserva es para mañana, Frau Jimenez, tendrá que buscar otro hotel». Antes de pensar ni siquiera en discutir, mucho menos salir de nuevo bajo la lluvia a aquellas horas y por aquel barrio lleno de cartelitos rojos de neón, saqué el teléfono y sin ningún miramiento, llamé a Daniela.

– Daniela, arréglalo por favor. Entre alemanes os entenderéis mejor las amenazas.

Al día siguiente, el tipo antipático aquel ya no estaba. Mientras hacía el check out, Frau Gobernanta empezó a parlotear explicaciones. Una confusión. Herr Direktor quería disculparse, porque la empresa y yo misma éramos clientes preferentes del hotel.

Primero recibí una carta muy larga en alemán a mi casa en Madrid. Después, por correo electrónico, algo que parecía una encuesta, aunque no sé qué me preguntaban. Cada quince días, más o menos, recibo en el buzón folletos del hotel aquel y en la bandeja de entrada de mi mail de la oficina ofertas, supongo que arrebatadoras.

Aunque ya no es mi secretaria, llamé a Daniela para que me dijera cuál era el botón del mail para darme de baja. Me parecía absurdo figurar entre los clientes de aquel hotel porque si algún día vuelvo a Munich no iré a ese hotel, porque no iré a ese barrio.

Hice click.

Sigo siendo cliente preferente del hotel.

Idiomas (I)

Hace poco fui con un amigo a sacar dinero de un cajero a una sucursal de la BBK que hay cerca de mi oficina. Metí la tarjeta y el cajero me ofreció el idioma en el que quería hablar, lo típico: castellano, catalá, euskera, english, français, etc. Por hacer una gracia, le di al euskera. Me pidió el PIN.  **** botón verde. A continuación, mi amigo y yo nos quedamos perplejos:

– Santo cielo, Carmen ¿Qué has hecho?

– Una tontería. 

– ¿No viene «agur»?

– No viene…

Perdí la tarjeta.