Uno va leyendo un libro en el metro, un suponer. Cuando termina de leerlo, lo deja sobre un buzón por la calle. Entonces pasa otra persona, lo agarra, se lo lleva, lo lee y cuando lo acaba, lo deja en un banco en la calle. Entonces pasa otra persona, recoge el libro, lo lee y cuando lo ha terminado lo deja, pongamos, al lado de un árbol cuidadosamente. Y así hasta que alguien se queda con el libro – o el libro sale huyendo por tanto manoseo, que todo es posible. Y esto se llama bookcrossing.
Y como esto se hace en Estados Unidos, hemos querido implantarlo en Madrid. Nuestro alcalde, tan reacio a suponernos modernos, avanzados y espontáneos, y al mismo tiempo tan enterao y enrollao que es él, nos ha organizado la moda y ha dejado por ahí tirados – es un decir – 30.000 libros. Algunos dedicados, uno de ellos incluso por el mismísimo Mario Vargas Llosa. Nuestro compromiso como madrileños es, una vez leído el libro, dejarlo otra vez en algún lugar público para que lo disfrute otro madrileño. Seguro que el dedicado por el último premio Nobel da muchas vueltas. Seguro.
Qué bonito. Qué cultural. ¡ Y qué trendy!
Espero que no exista el shoecrossing…