Embajadas bananeras

EMBAJADA-BANANERAPara casi todo en la vida hay clases. Y entre países también, claro. Están los países principales, los que tienen poderío e influencia ya sea por las armas, por el comercio o por la cultura, y luego los otros, que ya van menguando hasta convertirse en parias sin que a nadie le importe mucho qué hicieron con su historia para perder la t y que nos resulte incomprensible que puedan ser la patria de alguien.

En cualquier clasificación de países lo que cuenta es la capacidad económica o la de soltarte un guantazo por un quíteme allá esos petróleos, y cuenta en la actualidad, por cierto, no por lo que fueron en el pasado. Aquí nos tienen ustedes a los españolitos, sin ir más lejos, un imperio en el que no se ponía el sol, y ahora una medianía, por no decir un país de medio pelo. Están las potencias del mundo, que no son más de siete, luego los 20 del G, y luego el resto que va con el remo. De los casi 200 países que están representados en la ONU, yo diría que hay unos 100 que no cuentan para nada y otros 50 que ya descuentan, directamente.

Ser un país principal o ser uno secundario se tiene que notar en las embajadas.  Y así las embajadas de las potencias están en edificios con mucha presencia en las mejores zonas de Madrid.  Pero esto son los de la parte alta de la tabla. Los otros ya van rebajando el standing junto con el grado de discreción, hasta camuflarse en pisos normales y corrientes. Y el dinero, como la educación, son dos cosas que no pueden esconderse. Su falta tampoco, no crean, y llega un momento en que la discreción obligada sale a la luz en forma de espacio reservado para parking de la embajada. Porque el colmo de embajada cutre es la que no tiene ni para poder pagarse una plaza en un parking público. Así es que en vez de un escudo en la puerta, con aldabón dorado y ujier con galones que anuncie la presencia del Excelentísimo, usan un cartelito de reservado del ayuntamiento para indicar que la embajada queda por ahí, en uno de esos portales. Y con eso, ya se apañan.

Y ahí tienen ustedes a la República de las Bananas con una plaza reservada que compite en la misma calle con las dos que tiene el Estado Libre de los Dátiles, separadas entre ellas por una plaza para minusválidos al que me imagino tentándose la cartera al salir de su coche por las tardes. El de las Bananas mira de reojo al de los Dátiles, el doble de poderoso en comparación. En la perpendicular se encuentra la embajada del Reino del Aguacate, que lo lleva peor porque el ayuntamiento le permite 3 metros y medio en línea colindantes al carga y descarga del bar de jamones, con reserva entre las 9 y las 14 horas, salvo domingos y festivos. Por cierto que el del Reino del Aguacate tiene una bandera del país expuesta en la ventana, que para eso tiene allí sus poderes. Y su piso. A veces, junto a la bandera, se dejan ver dos perrillos chiguagua más feos que matar a un padre, henchidos de orgullo y deber, ladrando como poseídos a poco que se te ocurra acercarte al coche del embajador al cruzar la calle. Podría haber elegido tener dos perros algo más majestuosos, Gran Danés o así, pero se ve que prefiere no llamar más la atención y dejarlo estar.

En el fondo esas embajadas dan algo de ternurita… salvo que no encuentres dónde dejar el coche.