Decía yo en diciembre de 2011, a propósito del tal Iñaki, que a la monarquía no se la llevaría por delante ninguna opción política sino que bastarían un par de escándalos. Algo más de un año después, reconozco mi equivocación: este rey nuestro es escandalcoholic, y ya sólo le falta que al Príncipe le pillen, como a Benzema, a 216 kilómetros por hora por la M-40 para que le añada variedad a la intensidad y a la frecuencia.
Un rey al que cualquier mindundi de provincias le puede instar a abdicar, y en vez de la hilaridad generalizada consigue que se debata la majadería en toda la prensa nacional, es un rey sonado. Ya vale todo, y cualquier pelagatos se acerca a un programa casposo a gritar lo que el rey debe hacer y a dar consejos a la reina de España. Y es que se ha abierto la veda hace mucho y aunque la cacería era de cochinos, tiramos balas a ver si cae el rinoceronte blanco. La monarquía, pretendiendo igualarse al pueblo, se ha encontrado con la masa embrutecida y sus sacerdotes supremos, que son todavía más brutos. Y no se explican por qué la gente cree que las cosas son lo que parecen. Y las cosas son lo que parecen porque, con el bobainas del rey a la cabeza, llevan 35 años intentando parecer lo que no son. Y se han encontrado con la horma de su zapato: un pueblo que sólo sabe distinguir entre Belén Esteban y Carmen Lomana, y eso cuando se pone gafas.
Y entonces, aparece Corinna vestida de ejecutiva del Vogue. Y el pueblo se divide entre los que la llaman puta de lujo y los que, babeando, prefieren soñar con tirársela. Así estamos, todo muy class. Personalmente, hasta que el propio rey y ella, conjuntamente, no me enseñen una foto, sostenida por ambos en sus manos, en donde estén ella y él en la cama desnudos, con ese rubor tan característico que todos conocemos y tapándose con una sábana, y se peguen un chusco con lengua delante de la cámara, yo no me creo que se hayan liado. Porque hemos llegado a un punto en que, entre la monarquía y la prensa, no sé qué me merece más credibilidad. Quizá la monarquía, porque casi todas las simplezas que dicen se las escriben unos funcionarios anticuados con vocación de adormideras.
Que Corinna no ha estado liada con el rey me parece evidente. Si hubieran intimado, Juanqui le habría prevenido, en una noche sin luna, del país que somos: un país que se cree que una línea férrea de 4.000 km en una tierra lejana o un pedido de 70 aviones, un suponer, los consigue un vendedor con corbata comprada en el Sepu y armado de un powerpoint con musiquita en una ipad. La comunidad de Tuiter, que consideran muy normal contarle a un desconocido lo que está cenando y que piensa que la influencia se mide en faveos, sospecha que Corinna tiene burdel propio porque no tiene cuenta en el Linkedin con la que justificar sus buenas relaciones. «Somos un país sencillo, de vuelta y vuelta, – le habría dicho Don Juan Carlos –, un país de Quijotes y Sanchos, de Quevedos y Góngoras, de Nadales y Ballesteros, y de algún que otro Guardiola, aunque por fortuna, de ésos menos. No te preocupes, Corinna mía, y échanos una mano para que el potentado Pepito se le ponga al teléfono al ministro ése. Que aunque parece un dómine Cabra sin hambre, es un representante del pueblo, ese pueblo aquerrido, orgulloso y con una historia como para llenar varias enciclopedias...»
Y Cori, que no sabe seguro quién es el dómine Cabra pero sí el rey de España, va y se mete en este país de berenjenas a intentar aclarar algo. Pobre…