Final feliz

Mi amiga T. me dice en el post anterior que no sabe si está más contenta porque se haya acabado el Mundial o porque lo hayamos ganado. Yo, sin duda alguna, porque se haya acabado y por haber sobrevivido sin que me dé un síncope, o un infarto o cualquier clase de patatús. Creo que el grito más repetido en esta segunda fase del mundial no ha sido “yo soy español, español, español”, sino “¡Árbitro, tiempooo, pita, coño ya!”.

Y me emocionó más el golpe de laca que se dió Puyol con el balón en “semis” que el gol de la final. Cuando marcó Iniesta, en primer lugar me desgarré la garganta con un grito tan racial como liberador y luego, ya más calmada, opté por desmayarme. Cuando recobré el oremus, seguía con los oídos taponados, aunque la mandíbula se había vuelto a encajar. Encantador.

Igual que tras el partido de semifinales, me bajé a dar una vuelta a Curra y a mirar el espectáculo en la Castellana. A mis sobrinos no les costó mucho convencerme para ir a dar una vuelta por Madrid. Así es que me zambullí en la euforia colectiva con el coche, con tres sobrinos, dos banderas y una camiseta roja. Conforme parábamos en los semáforos mis sobrinos se iban encontrando a amigos, y los fui depositando uno tras otro entre la multitud, ante la imposibilidad de acoger a todos en el coche. Dos horas después volvía a casa exhausta y alucinada, sin trofeos nacionales ni tesoros familiares, y con el waka-waka incrustado en mi cerebro reptiliano (you’re a good soldier / choosing your battles…).

Y en fin, un último comentario. Si todas las madres querrían tener un hijo como Casillas, a todas sus hijas nos gustaría ser Sara Carbonero, aunque fuera un ratito. Nada, un par de segundillos: los justos para llegar y besar al santo.

España ha ganado el Mundial de fútbol. Ha sido agotador, pero ¡ Qué bonito ha sido!


A la final

Bueno, pues parece que a partir del domingo ya podremos abrir el abanico de temas a tratar, y dejar el fútbol. Pero varias cosas se me ocurren.

– Tendría narices que un mundial celebrado en Sudáfrica se lo llevara Holanda. Sería como un eructo de la Historia, o algo así.
– La explosión de banderas y de cánticos locales no hacen sino indicarnos que vivimos en un país normal, tan normal como el resto de países, ni más ni menos. No entiendo bien el asombro que provoca. En Holanda esto se vive exactamente igual y no tienen el carajal gili-autonómico que tenemos los españoles. Suerte para nosotros por lo primero, y suerte que tienen ellos por lo segundo.
– La imagen de Puyol con una toalla saludando a la Reina de España no hace sino probar lo que he escrito más arriba. Si este país fuera tan anormal como nos quieren hacer creer, Puyol, capitán del Barça, habría salido sin la toalla.
– Bravo por la Mannschaft. Ni una patada, ni un mal gesto, ni un balonazo. Qué majos son. ¡Y qué altos!
– He de confesar que cuando marcó Puyol, yo, madrileña y madridista, grité “¡Visca el Barça, Visca Catalunya, y visca tu madre!”. Purgaré mi pecado, iré al infierno si es preciso, porque no me pienso arrepentir.
– Pedrito se ha ganado a pulso ser el jugador que peor me cae de la selección con mucha diferencia, y para siempre. Lo que le hizo a Torres no tiene perdón. No quiero ni pensar en un mundial ganado con un gol de este mamarracho. Así es que, si esto sucede, pensaré solo en el mundial ganado, qué le vamos a hacer.

En fin, a esperar el domingo y a disfrutar. Solo quiero que, aunque pierdan, sepamos reconocer lo que han hecho y no tengamos que leer demasiadas tonterías.

Mannschaft

Con ese nombre, la verdad es que acongojan. No es como lo de pelear contra la “albiceleste”, que parece un enfrentamiento de tebeo. Lo de Mannschaft es más solemne y da como caché. Aunque asuste un poco. Cuando leo que “La roja” se enfrentará el miércoles a la “Mannschaft”, me imagino a San Jorge en bicicleta armado con un tenedor de postre…

A nuestro favor que ellos van con ánimo de revancha. Y que es San Fermín. Y eso es todo… ¡Qué panorama!

En fin, si hay que perder, mejor con la Mannschaft, que los alemanes son muy majos y ya se sabe que ganan siempre. Que para alegrías previsibles de campeonato, ya tenemos a Nadal.

Parada ligera en el semáforo

El semáforo se pone en rojo, entre dos hospitales. El Gregorio Marañón a un lado, La Beata al otro. Un hombre con corbata, chaqueta en mano, cruza la calle. Una mujer con un vestido marrón estampado se dirige al hospital. Un anciano con camisa blanca de manga corta pasea al perro. Una madre con su hijo pequeño de la mano baja por la calle. Su paso es rápido y el niño corre. Un joven con vaqueros espera el autobús. A su lado, una chica con un blusón azul de tirantes fuma. Un operario de limpiezas, con su camisola verde fosforito arrastra su carro y su escoba. Más personas, más, todas tan ensimismadas como yo andan por la calle. No hace calor pero lo hará. Ropa ligera, calzado ligero. No hace calor, pero lo hará.

Me pregunto si también sus preocupaciones serán ligeras. ¿Irán pensando, tal vez, en el “estatut”? Eso parece ligero…

Semáforo en verde. Mi coche arranca ligero, entre los dos hospitales. Y mis pensamientos se vuelven a ordenar.