Oficios, renovaciones y fotos de carnet

Hay oficios que se pierden, oficios sepultados en el abandono, en la inutilidad o en la extravagancia a causa del progreso o de la evolución de las costumbres. En algunos casos, se trata de oficios que se han convertido en trabajos altamente especializados, lo que un escritor de libritos amarillos de aeropuerto llamaría «oficios de nicho»,  y que no tiene que ver con las sepulturas sino con los mercados pequeños. No sé, estoy pensando en el trabajo del herrero, que ya no será herrero en general sino un señor que calza caballos.

Algunos oficios vuelven. Se ven de nuevo afiladores por la calle. Y los zapateros remendones nunca han llegado a desaparecer, aunque ya no hay uno a cada vuelta de la esquina. Y se vuelven a ver costureras, que aunque ya no cogen medias, sí  te cosen el bajo de un pantalón, te estrechan una cinturilla, o te apañan cualquier arreglo. Si subimos de grado a la costurera y la convertimos en modista, ésta ya queda circunscrita a lo que decía yo del nicho, o sea, el mercado pequeño de las que hoy se hacen un vestido a medida, que son pocas mujeres.

Lo de la costurera se da también porque el progreso nos ha convertido en personas que sabemos manejar un teléfono tocando una pantalla con un dedo, pero no sabemos muy bien para qué sirve una aguja. Yo me recuerdo de pequeña, en el cole, aprendiendo costura. La cadeneta, el punto de cruz, el hilván, el pespunte, en un trozo de tela blanco que la profesora  llamaba primorosamente «el pañito», y que yo llamaba con practicidad (y no menor exactitud) «el trapo». Claro que sé coserme un botón, pero hasta ahí llega mi pericia. O sea, que uso costurera si es un asunto de mangas o madre, si la cosa va de perneras.

¿Y qué me dicen de aquel fotógrafo de estudio al que íbamos cada año a hacernos fotos de familia? Eso ya no se ve por el mundo. Los fotomatones acabaron con ellos, o casi. Por cierto, que lo de fotomatón es una de las palabras más descriptivas que conozco, si exceptuamos la de gafotas. Pero los fotomatones también han desaparecido, o casi también, y es dificilísimo ya encontrar uno. Se lo digo yo, que lo sé de buena tinta. Pues sí, porque me caducó el DNI y el día antes de la cita para ir a que me lo renovaran, me encontré sin fotos y sin saber muy bien dónde podría hacérmelas.

Entonces hice lo que cualquiera haría. Coger el móvil, ponerte en una pared despejada de cuadros con buena luz, alargar el brazo, hacerte un selfie serio y oficial y convencerte de que esa foto solo la verá un funcionario adormilado. Cómo sería el resultado que la amable policía que me atendió no quiso aceptarla. Me dijo que no se veía y que no parecía yo. «Ya, pero es que no he encontrado un fotomatón», le dije. Y entonces me envió al mercado de al lado en donde un chico tiene una tiendecita de fotografía y, en un rincón, se ha apañado un estudio para hacer fotos de carnet. Me hizo varias, me las enseñó y yo escogí una en la que no estaba demasiado mal. A las nueve de la mañana, cuando salgo de mi casa, yo no estoy demasiado mal. Y le pedí que me diera varias copias, en previsión de la renovación del carnet de conducir, que también me ha caducado.

Así es que hoy, cuando he salido de trabajar, me he ido a un sitio de esos en los que te hacen los trámites de renovación del permiso de conducir. Iba yo con mis fotos, tan contenta y ¡sorpresa! no vale ir con las fotos. La foto te la hacen con el ordenador sobre el que están haciendo el trámite telemático. Ya pueden figurarse el resultado, que una no tiene un aspecto tan lozano cuando vuelve de trabajar que cuando sale de su casa por las mañanas. Aparte de que tela la luz, tela el ordenador, tela la postura y tela la señora que tienes al lado y que te dice que total da igual.

Ni siquiera me ha quedado el recurso de pensar que esa foto solo la verá un funcionario adormilado. Me parará un guardia civil apuesto y seductor y yo tendré que asomar la cara por la ventanilla, y en vez de entornar los ojos y sonreir inocentemente, tendré que echar los belfos hacia delante, hinchar los mofletes y abrir mucho los ojos para que el pobre caballero pueda asegurar a sus mandos por la radio que ese bellezón que iba en el coche más deprisa de lo permitido es la misma que aparece en el documento.

Y luego le diré que, aunque conozca a un herrero, no me lo recomiende. Le diré que todavía busco calzado en una zapatería. Aunque la foto le haga dudar de lo contrario…

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