El título de este post es el nombre del blog de Miguel, que nos ha dejado hace unas semanas. Yo me enteré ayer a través del blog de Inma, Territorio sin dueño, y después en casa de la boticaria, aunque para entonces ya tenía la cabeza muy confusa. Y tengo que decir que apenada. Pero hay post que hay que escribir.
La primera vez que se cruzó la muerte en lo que llamamos el mundo virtual me quedé perpleja. Fue al principio del blog. Uno de mis comentarista habituales sufrió un ataque al corazón y después de unos días falleció. Y yo lo sentí como si lo conociera de toda la vida. Eché cuentas de su bonhomía, de su simpatía y de las discusiones divertidas que teníamos en este blog, pero mi perplejidad provenía de la bofetada de tristeza que me sacudió, una bofetada inimaginable, inaudita, que no esperas en alguien a quien no conoces en persona, físicamente. Fue una manera brutal de entender que un blog es una vivencia. Y es ésa la vivencia que se acaba, que termina bruscamente, y que te golpea.
He vivido otras dos muertes en tuiter y ya no me sorprendió la pena, aunque me sacudió de igual modo. Y en las dos ocasiones escribí dos posts a aquellos dos tuiteros, a quienes sigo recordando y llevando en mi corazón. Y es que yo estoy aquí porque escribo y escribir es mi tributo, la expresión de mi pena, una pena sobre la que no quiero comentarios porque no he venido hoy a recibir un pésame, sino a saldar una cuenta.
Sé que este post no estará a la altura ni de cómo escribo yo ni de cómo escribía Miguel. Si le leía era por su estilo, por su capacidad de juntar letras con elegancia, por la soltura al escribir. Era un tipo al que se le notaba el pulso y yo a eso le doy valor. También escribía poemas, pero yo eso me lo saltaba, no tengo por qué engañar. Y tampoco le seguía en su faceta de animador, ni participaba en su foro. Me apunté a uno de sus ejercicios blogueros pero incumplí porque se me hizo tarde, da igual ya por qué, aunque habría un porqué. Y un montón de blogueros escribía todos los días 11 al ritmo que ponía Miguel. Porque era un tipo que se hacía querer, aunque no le siguieras cuando tocaba el tambor.
El 28 de diciembre pasado escribió una entrada comunicándonos que iba a escribir un libro como negro, y planteando incluso la disyuntiva moral de la creatividad sin firma. Y a mí me pareció perfectamente posible que le hubieran ofrecido escribir por cuenta ajena un libro. Y me pareció rarísimo que lo comunicara un 28 de diciembre: «todo el mundo va a creer que es una inocentada», pensé. Pero con todo yo le felicité con todo mi corazón, porque me pareció un notición… ¡Y resulta que era, efectivamente, una inocentada! Y se partía él, y me partía yo. Fue como una broma con doble tirabuzón que me encantó. Ese era el personaje.
El blog de Miguel era el lugar en el que se encontraban cada día un montón de amigos a charlar de sus cosas con la complicidad que da la frecuencia y la confianza. Y eso, posiblemente, podría llamarse amistad. Yo sólo pasaba por allí a leer sus post por su estilo al escribir, por su capacidad de juntar letras con elegancia, por su pulso, por su soltura, y porque rara vez no me sacaba una sonrisa. Ahora su blog se ha quedado parado en el tiempo, como se quedan las fotos. Y como ellas, tardará en envejecer, entre el olvido y la memoria.
Gracias, Miguel. Descansa en paz.