Avispas

Ya decía que estaba harta de bichos. Me refiero a los insectos, naturalmente, no a los animalitos peludos de cuatro patas que circulan por mi casa. Este verano hay muchas avispas, más que otros años y seguramente habrá una explicación, pero yo no la conozco. Las avispas son unos bichos malvados a los que no hay que perdonar la vida. ¿Para qué sirve una avispa, si no es para picarte y hacerte daño? Hace muchos años, una avispa se quedó dormida en la braga del bikini que una de mis hermanas había dejado colgada en el tendedero. Estuvo sin poderse sentar una semana. Ahora lo recordamos con muchas risas pero les aseguro que, desde entonces, en casa se mira muy bien la ropa cuando se quita de la cuerda.

Mi amiga Yoli me explicaba esta mañana durante el aperitivo que a ella le hicieron nido en el falso techo de la cocina. Tiene dos focos halógenos, y por uno de ellos, que presentaba algo de holgura, se le colaron las avispas para hacerse una casita. Tiene su lógica: calorcito, humedad, y la comida al alcance de la antena. Unas pérfidas. Mi amiga Yoli llamó a su hermano y éste fijó bien el halógeno, de manera que las avispas se quedaron allí atrapadas.

– Yo cada vez que oía a una que quería salir, zas, encendía la luz de la cocina.
– ¿Y? ¿Se iban?
– No, mujer, no. Se quemaban. Pfzzzzz, muertas con el calor de la luz.
– Qué horror…
– Oye, pues que no se hubieran metido ahí.
– Ya, en eso llevas razón. ¿Y el cadáver? Se quedaba en el halógeno, supongo.
– A ver, cualquiera se ponía a desenroscarlo. Menuda mala leche debían tener las otras, guapa.
– ¿Pero qué hacían? ¿Se acercaban con el cadáver ahí, chamuscado?
– Sí, sí, tardaban, pero acababan saliendo. Dos años me costó matarlas una por una, maja.
– Qué barbaridad.
– Hasta que un día salió la reina. Tú no sabes… Mira, enorme. Como este puño de gorda.
– ¿Y? ¿Pfzzzzz?
– Pfzzzzz. Se acabó, la dejé frita.
– Qué horror…
– Ya. ¿Te vas a comer ese torrezno?
– No, creo que no.

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