Teníamos en el poblachón una lavadora a la que una hermana mía le llamaba «la bomba», por sus centrifugados explosivos. Digamos que la lavadora aquella tenía unas extraordinarias dosis de motivación, y se entregaba con toda el alma que pudieran tener sus motores a la muy concienzuda tarea de lavar la ropa, escurrirla y dejarla sin el menor recuerdo de agua y de jabón. Es verdad que lo que salía de allí, después de una de sus portentosas sesiones de lavado, eran guiñapos desfallecidos a los que después teníamos que reanimar nosotras con unas también extraordinarias dosis de motivación en el momento del planchado, entregándonos en cuerpo y alma a camisas de mangas retorcidas y pantalones que no sentían las perneras después de haber estado metidos en aquel tambor endemoniado.
En una ocasión, mi hermana y yo disfrutábamos de una tranquila tarde de domingo mientras la lavadora hacía una performance de las suyas en el tendedero. Oímos de pronto un estruendo, un «braouuuum» terrible. La lavadora, durante un centrifugado más feroz de lo habitual, se había desplazado medio metro desde su posición inicial. De aquella se quedó grogui y llamamos a un técnico.
– Es una lavadora estupenda. Ya no se hacen lavadoras así. Pero tienen que cuidar ustedes cómo la cargan. No la han llenado del todo, y sin embargo han metido dos toallas grandes. Las toallas cogen mucho agua y, claro, en un latigazo del centrifugado, las toallas han desplazado la lavadora.
La temperatura en Madrid es buena todavía y permite las ventanas abiertas. Un ruido atronador me ha hecho levantarme de la mesa en donde ordeno mis papeles de la semana. En el tendedero, la lavadora se sacude como una desquiciada y contagia sus espasmos a todo lo que tiene a su alrededor: una bolsa de patatas, la tabla de la plancha, el pienso de Curra, unos barreños, mientras un ruido similar al de helicópteros de combate convierten el patio de mi casa en una escena de Apocalypse Now. Sólo me ha faltado poner la Cabalgata de las Walkirias como música de fondo.
Qué desasosiego.
Pero, oiga ¿Y lo que se aprende de las lavadoras? Ya ve: nada mejor que estar hasta arriba de trabajo. Porque como tengas poquita tarea y además se te haga pesada, puedes desplazarte más de medio metro de tu sitio con gran estruendo y sacudiendo a todos los que tengas a tu alrededor.
¡¡¡El pienso, el pienso, ojalá se caiga el pienso!!!!
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Lo siento: el pienso no se puede caer porque está en el suelo…
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