Otelo, de William Shakespeare

De nuevo aquí estamos los incansables lectores del Club de Lectura con nuestra cita bimensual. Como anunciado en el post del primero de mayo, le toca el turno a Shakespeare, un autor al que no hace mucha falta presentar. Otelo, como todas sus tragedias, es una obra muy conocida, y una no tiene que leer el libro para conocer la historia más o menos, ni esperar al final para ver qué pasa. Sin embargo, yo no la había leído, y aquí vengo a glosarla.

Otelo es un noble militar al servicio del Dux de Venecia, a quien han confiado el ejército de la República para luchar contra los otomanos. Y también es un moro atractivo del que se ha enamorado Desdémona, una bellísima dama que no ha dudado en casarse con él a espaldas de su padre. Hubieran sido felices y hubieran comido perdices – sin su padre a la mesa, eso sí-, de no haber intervenido Yago, un joven veneciano que es un cabrón de mucho cuidado. El tal Yago está que fuma en pipa porque quería que le nombraran teniente del ejército a las órdenes de Otelo, pero sólo le han hecho alférez, así es que decide vengarse de todos, empezando por Otelo, siguiendo por Desdémona y terminando por Cassio, que es el teniente nombrado por el propio Otelo.

Pero Yago no va a vengarse ni a plantear batalla de manera noble, honrada, o con cierta hombría, sino que se dedicará a liar a unos y otros con engaños e insidias para que se vayan matando entre ellos. Así utiliza a Roberto, un pobre infeliz enamorado de Desdémona para sus marrullerías; así tiende a Cassio una trampa para que parezca que rebela a la ciudad y la pone en peligro; y así va inoculando con insinuaciones, medias verdades y claras mentiras los celos en Otelo. La tragedia se desencadena y cuando la verdad quiere aparecer ya no se la cree nadie. Así que allí se van matando los unos a los otros y para cuando la madeja se quiere desenredar, ya la cosa poco remedio tiene.

Se relaciona Otelo con los celos, y bien está. El hombre se vuelve completamente tarumba solo de pensar que le han coronado, pero ese pensamiento no viene de la nada, sino que está inducido por la mentira y por la prima hermana de los celos, que es la envidia: la envidia de Yago, mezclada con su bajeza moral y con su rencor. Lo que nos enseña Shakespeare es que los celos llevan a matar a quien más amas, pero también que la insidia y las palabras malintencionadas pueden convertir en un pelele a cualquier hombre y llevarlo a la locura, por inteligente y experimentado que sea.

Sobre la forma tengo que decir que tiene una prosa que no es fácil para un lector actual y poco acostumbrado a estos textos, que resultan algo ampulosos . Pero aunque leer teatro no es santo de mi devoción, porque lo sigo mal, creo que esta verano leeré el resto de tragedias que trae la edición que he manejado. ¿Qué quieren? ¡Es Shakespeare!

Como en otras ocasiones, podéis encontrar otras opiniones sobre el libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdidaa, en Lo Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. El próximo libro, para octubre, será Frankie y la boda, de Carson McCullers. Aquí estaremos.

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