Un local, un menú, unos dulces, unas copas y música muy escogida fueron el marco y el guión. Y con esto, se puede crear un recuerdo. Sólo había una consigna: vamos a divertirnos. Y nos divertimos, claro que sí.
Apenas falló nadie. Sobre la lista, algunos con compromisos familiares o de viaje, y eso ya me hizo percibir por anticipado que había una buena disposición y que con poco esfuerzo las cosas saldrían bien. Faltó mi querida Mar, en Costa Rica y sin posibilidad de venir, y muy a última hora, Pilar C., que se examinaba el martes de unas oposiciones y que consideró más prudente no venir (lo contrario hubiera sido una locura) y María C., que se tuvo que quedar en Valencia con su hijo. Estuvieron las tres en mi corazón y en mi cabeza y seguro que a la vuelta de unos años se incorporarán al recuerdo de la fiesta como si hubieran estado. Pero en fin, puertas y rampas, despegamos por fin con un pasaje casi al completo.
MariAngeles fue la primera en llegar, hacia las 21:15, cuando aun las luces estaban a medio poner y el personal se afanaba por completar los últimos detalles, mientras yo estaba con el pincha haciendo las pruebas de vídeo. Había dejado a Eduardo aparcando, y menos mal que apareció para darle conversación mi querido Paco, que llegó el segundo y me hizo bajar las escaleras corriendo a abrazarle, porque se desplazaba desde Valencia. Enseguida le advertí que le habían ganado de largo: Sonia había venido desde Singapur, cambiando billetes a última hora, solamente para pasar conmigo esa noche. Muy grande aquello, no lo olvidaré. Y luego, poco a poco fueron llegando, con mayor o menor puntualidad, pero ya no sé en qué orden. Sólo sé que esperé a Lorenzo para dar por terminada la cortesía otorgada a los madristas de pro (y abono), que hicieron un poco de piperos y llegaron a la hora marcada.
La primera desestabilización de camarero, con copas al suelo y comando de la bayeta corriendo para limpiar, lo provocó Ana T., aunque la leyenda dirá que fue Carolo, mucho más proclive a crear el caos cuando hay copas de por medio, y sobre todo cuando Amalia y Ricky C. le señalaban con el dedo. Habría más accidentes de este tipo, en especial al principio, tal vez para ir educando a las camareras, aquí estamos los del Poblachón. Por fin pude ver a Sara en una fiesta mía, y si el sábado dejó a su niña sola en casa, ya no se escapará más. Ella y Tomás llegaron los últimos, Bernabéu obliga, y aunque había empezado la cena, él quiso hacerme la crónica precisa de los lesionados, entre compungido y confiante ante la Champions de la semana.
Yo sabía que comería poco y por eso había merendado. Y en realidad, casi el único momento que pude probar algo fue en compañía de Teresa, Ana L. y Mamen, tres de las mujeres más cultivadas de la fiesta con las que estuve hablando de mi dieta de adelgazamiento, asunto literario donde lo haya. Si puedo decir qué se cenó es porque lo había visto en un papel, no porque catara muchas cosas, aunque sí probé una especie de concha con algo que no me gustó que pude comentar con Isabel, a la que tampoco le gustó mucho. Así que no comí, pero hablé de comida durante la cena.
Mis amigas GinTonic descubrieron enseguida el photocall y lo tomaron al asalto. Y lo aprovechamos largamente, no en vano era la primera vez en cinco años que nos juntábamos todas sin que faltara ninguna. Mari Peins (estoy segura de que fue ella), las lió para que me cantaran el Ay Carmela (rumba la rumba, va) con una letra personalizada que provocó la carcajada general cuando decían que mi genio no había mejorado. Y puedo imaginar el mal rato que pasaron algunas, y una que yo me sé en especial, aunque en general se las veía muy sueltas. A falta de buena voz le echaron coraje, que es lo que se necesita en estos casos. Yo, desde abajo, me reía con Antonio, mientras ellas cantaban «con locura desmedida», y Rai grababa en vídeo el que sin duda fue el momento retop de la noche. Ver a nueve señoras serias y con tronío haciendo el ganso en una especie de balconera, cantándome como el que ronda a una quinceañera es algo impagable.
Puedo imaginar el esfuerzo de todos, que no quisieron seguir mis instrucciones (¡ni siquiera a la hora de recordar un color!), y que estuvieron realmente sembrados con los regalos. Para bien, por supuesto. Diré como resumen que nadie me regaló un libro pero que volví a casa con tres cuadros, de lo que deduzco que mis reseñas del blog no gustan y las paredes de mi casa tampoco. Y yo no seré facil para los regalos, pero nunca los devuelvo ni los cambio, así es que me pondré el elegante pañuelo cuando vaya con traje, encenderé velas o comeré aceitunas en esos inexplicables cacharritos de peltre, tiraré (¡por fin!) a la basura mi viejo ipod touch en el que no veo ni oigo ya nada y me calzaré esas zapatillas hechas a mano tan rechulas en mis paseos veraniegos. También he decidido llevarme el bonito retrato de Curra al Poblachón, que es donde somos felices las dos, y por supuesto sacaré tiempo de donde sea, que será de mi agenda, para hacer ese super curso de fotografía, originalísima idea que me recuerdan que no debo abandonar las aficiones que me hacen feliz y que me permiten crear cosas. Maitena tendrá que explicarme despacio cómo enmarcar la preciosa pintura que hizo para mí sin estropear el envoltorio, que tiene también mucho mérito y es una maravilla (gracias, Maitena, eres una artista). Aunque lo más perentorio será buscar la manera de colgar la obra de galería de arte ultrapija que me regalaron sin tener que pintar mi casa de nuevo y de forma que se vea bien el precio, un regalo para el que no tengo palabras y que merecerá, sin duda, un post aparte.
Cuando terminaron los regalos, cogí el turno, que estaba verdaderamente petado, para presentar un tuiter imposible en el que metí a todos a chatear imaginariamente conmigo, una idea que me inspiró Gilles y para cuya proyección Natacha tuvo que traer un bolso lleno de cables que después no hicieron falta. No eran los únicos franceses de la fiesta, y me dieron mucho juego en las menciones, igual que me lo han dado en la vida. Y por otra parte, logré que Antonio S. tuviera por fin cuenta en Tuiter, algo que ni siquiera había logrado MaríaG. Un tuiter en el que la única conversación que quedó sin respuesta fue la de Mihaela, trabajando a esas horas, y que también me permitió comunicar que Zaida es mi librera favorita (y a ella, en su turno, que tiene una librería infantil) y decir a los cuatro vientos que Mercedes es como el guerrero del antipez, ¡esa memoria!. Pero lo realmente asombroso es que Begoña A. averiguara la marca de mis zapatos por una foto en la que solo se ven unas suelas gastadas y que apareció en pantalla exactamente 3 segundos.
Gisèle me había preguntado si podría tener compañía en la barra, porque vino con una lesión muy seria de espalda, y lo cierto es que hubiera podido estar allí en vez de conferenciando con las GinTonic girls casi toda la noche, que se iban turnando en aquel sillón rococó de la cueva imaginaria. En la barra estaba Ana C., que se puso como de guardia, como si custodiara la bebida, y por allí íbamos pasando el resto a darle palique y presentar nuestros respetos, aunque a quien más recuerdo de la barra es a Ricky, con su barba poblada ¡de pronto!, y a Carlos y a Bárbara. Y allí también se podrían haber acodado Juanjo y Emi, aunque prefirieron un tresillo bajo la escalera en el que acompañaron a Paula L., que embarazada como está, y después de venirse desde Granada, no se iba a poner a saltar por la pista. Del mundo que sólo seguía el ritmo con los pies no puedo olvidar a Jesús, que se sentó en un taburete a fumarse un paquete de Winston extralargo, como un rey, y allí acudía yo cada media hora, como el que acude a un estanco. Mientras, Begoña J. también fumaba con parecido ahínco aunque con mayor movilidad.
Recordaré toda mi vida a Begoña H., monísima con su sin-mangas rosa corriendo desde el Candy bar con una piruleta de chocolate hacia la pista al ritmo de Los Rodriguez. Recordaré también mientras viva a Susana la Morena, después de marcarse el baile sexy de la noche, invitando a Pilar para que se uniera a la conga del Salta conmigo, momentazo de liderazgo a salto de la mata que ha quedado inmortalizado en un vídeo tronchante. Recordaré a Alfredo con la mano en el bolsillo recitando a Raphael y luego bailando un espasmódico rock and roll con Pepa, ella le comprende. Y a Jorge y Ana V., ocupando un esquinazo el uno frente al otro, tan acompasados y tan maravillosos bailando en pareja sin que yo quisiera interrumpirlos. Por supuesto, Ana Vamp arrastraba al resto al baile, y se reservaba el Mambo n.5 para disfrutarlo ella sola, aunque tuvo tiempo para hacer el reportaje de la noche mientras Tito se dedicaba a combatirla con el flash al grito de ¡Vampiraaa!. Y ya que quedará constancia, no me olvido de José Luis, a quien probablemente nadie había visto bailar nunca en la vida. Y el agarrado que me bailé con Javi, cantando con la vena en el cuello el Soy un truhan soy un señor, que para eso le gusta Julio Iglesias y había que ponerlo.
Y claro que recordaré a Yoli, que estaba bien guapetona, diciéndomelo todo sin decírmelo («no tengo que decirte nada, que ya lo sabes tú», suele decirme), tal y como lleva haciendo desde que teníamos 10 años, aunque buena parte del tiempo estuvo charlando con personas que no eran yo, seguro. Y María, que cuando sonríe, sonríe en serio y tú notas que te cambia el mundo. Pero puestos a nombrar a los guapos de la noche, y aunque todos nos habíamos esforzado delante del espejo, daré el premio pareja bellezón de la noche a Carlota y Chema, madre mía qué cuarentena más bien llevada. Y es que los veinteañeros no tienen apenas mérito, o en todo caso lo tendrán sus padres.
También contaré que, aunque vetado, alguien aprovechó que yo estaba en el baño (me han chivado quién, pero prefiero confirmarlo antes de matarla) para camelarse al pincha y que pusieran el cumpleaños feliz, esa canción infame que debería prohibir algún gobierno. Me sacaron del baño a trompicones y allí tuve que volver después, a lavarme las manos, escoltada por mí misma, tal fue la insolidaridad. Hasta unas velas me presentaron, primero en un cuenco robado que servía de lámpara y después en una tarta, y eso que estaba también terminantemente prohibido. Y transigí con el cuenco pero no con la tarta, y descubrí, para mi sorpresa, que se pueden apagar velas haciendo abanico con la mano, en vez de soplando.
El desfile de despedidas debió empezar a eso de las 2:30, no sabría decir, yo no miraba la hora que para eso era la anfitriona. Camilo para entonces ya se había marchado, a medio cenar y con alguna indisposición, igual que Beatriz, que hizo un esfuerzo físico colosal para estar conmigo el sábado. Probablemente los lesionados como Quique, también con la espalda hecha fosfatina fueran de los primeros en salir, pero no soy capaz de decirlo con seguridad. Anita R. se despidió, cariñosísima y con unas palabras que ya me ha dicho otras veces y que no olvido.
Y nadie tendrá que decirme que Pepe tiene una estupenda salud, porque se quedó hasta el final, como un campeón, y esa comprobación me hizo inmensamente feliz, junto con Susana LM, y los «restos» clásicos de ayer, de hoy y de siempre, incluyendo por supuesto a la única que me queda por mencionar, que como muchos se habrán dado cuenta es la inigualable Merchitas, culpable de que yo escriba este larguísimo post sobre el que declino cualquier responsabilidad que tenga que ver con la veracidad de lo que cuento.
Una crónica estupenda a la altura de una fiesta igual de estupenda.
Gracias otra vez
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A ti.
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Todo puro detalle, lo que demuestra el cariño que tienes a tus amigos, como este mismo post. Sí, gracias y esperamos la década que viene para el fiestón.
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Vale, a la próxima serán unas patatas con costillas!!
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Felicidades CarmenJ …seguro que aguantaron bien tus dos pies!!!
Fantástica crónica.
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He de decirte que el pincha estaba muerto de miedo con el cumpleaños feliz… La pregunta fu: pero no se enfadara, no??. Y pense, ni que fueran amigos de toda la vida!!!
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Confirmado entonces que fuiste tu! Esta claro que nadie me hace ni caso!!! Sois imposibles!
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Nunca me he alegrado tanto de hacer un viaje. Ya lo sabes.
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El del viaje ha sido yo
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Yo creo que mereció la pena, sí. Y total ¡Tampoco está tan lejos!
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Las gafas te favorecen, sin duda.
Ya me imaginaba yo por el carácter que serías Tauro o similar. 😉
A seguir celebrándolo, Carmen ¡Felicidades!
P.D: Lo de la galería de arte ultrapija me tiene preocupada.
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Más bien similar…
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Una gran fiesta , sí señora. Y fue muy alentador enterarme de que esa dieta que te ha dejado estupenda permite comer chocolate. Me anima saber que todavía quedan endocrinos que no han caído en el sadismo.
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Bueno, debo aclarar algo. La dieta no permite el chocolate. Soy yo la que tomo chocolate para desquitarme. Pero una vez alcanzado el cinturón de crucero, me lo puedo permitir.
Mi endocrina es muy razonable, desde luego!
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Fue todo muy estupendo y lo pasamos fenomenal. Que celebremos muchas fiestas muchas veces.
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