Territorio oficinil

No les descubro nada nuevo si les cuento que los perros van haciendo pis un poco por todas partes para marcar su territorio. Lo hacen por la calle, pero no en las casas. Yo he tenido perros siempre (con la excepción de Benito, que era gato perruno), entre ellos un par de machos, y nunca se hicieron pis en casa. Bueno, tal vez Baxter sí, pero Baxter era un perro muy especial.

A lo que iba: que los perros marcan el territorio orinando. En las oficinas también hay algunos que van marcando el territorio. Es muy sutil. Hay muchas cosas sutiles en las oficinas, una semiótica que tiene que ver con el poder y que es como aquello de la pornografía, algo que no se puede describir pero que, en cuanto se ve, se sabe que es pornografía. La diferencia entre la semiótica del poder y la pornografía es que casi nadie repara en ella. Al menos conscientemente.

Pero hay más cosas, muy divertidas. Alrededor de ciertos proyectos se crean ecosistemas muy peculiares en los que te encuentras a muchísima gente que no pinta nada, pero que se mata por aparecer en el organigrama como jefe de algo. Cuando tú preguntas «Pero a ver ¿quién lleva esto?», te encuentras con que un fulano te dice que lo lleva otro fulano, pero que realmente quien lo lleva es él. ¿Y qué es eso? Pues eso es un perro orinando.

Hoy me ha pasado, sin embargo, algo realmente fascinante, y es que he citado a una persona a mi despacho y ha aparecido con su jefe. O mejor dicho: su jefe se ha colado en la reunión, a estas alturas no sé si para ayudar o para enterarse en directo de qué iba la vaina. A mí en el fondo me da igual: tengo un despacho muy grande y había sillas para todos. Pero la sensación era la de recibir a una folclórica con su madre.

Yo no quería verle al jefe, no estaba citado, y así se lo he dicho. También le he dicho que no tenía inconveniente en que se quedara, pero que no estaba interesada en lo que él me dijera, sino en lo que me pudiera decir su subordinado, que por cierto es muy simpático. Y en otra ocasión, cuando ha ido a contestar a una pregunta, le he dicho que prefería que me contestase el otro. En fin, una pesadez que me exige un esfuerzo extra de asertividad para lo que creo que no estoy dotada.

Creo recordar que en algún momento le he dicho que se fuera a mear a otro sitio, que para galones los míos. O tal vez no lo he dicho, pero lo he pensado. Qué pereza me dan estas cosas.