Mi media hora de más

Despertador unmundoparacurraAntes, aunque no sabría precisar cuándo era antes, yo necesitaba una hora por las mañanas desde que me levantaba de la cama hasta que salía de casa. Si voy de viaje añado un escueto cuarto de hora para hacer la maleta, tal es mi destreza preparando equipajes. En realidad, la maleta la voy haciendo mentalmente mientras me ducho, porque siempre me he negado a dejar hecha la maleta la noche anterior o a dejar un mayor margen de tiempo para guardar las cosas para un viaje: considero que ése es el mejor camino para llenar de «por si acasos» y de chismes inútiles la maleta. La tensión entonces es un remedio eficacísimo.

Me releo. Nunca me he levantado de la cama. Más bien me arrastro penosamente entre las sábanas hasta dar con los pies en el suelo, y después de unos momentos de angustia atroz, tiro del resto de mi cuerpo con muy pocas ganas de vivir. Tras unos pocos segundos dedicados a considerar el sentido de la existencia, se activa mi instinto de homo sapiens, lo que permite que mis piernas me sujeten en una posición semierecta, algo que cualquier observador ajeno a la penuria de mi debilitada voluntad confundiría con una postura literalmente encogida. Cuando estimo que un poco de sangre me ha llegado al cerebro, entonces hago algo que nunca recuerdo pero que me permite llegar a la cocina de cuerpo presente y con el alma ausente, que diría Lorca. La catatonia me dura hasta que termino de desayunar, si bien eso sólo sucede los días mejores. Los peores llevo esta pena hasta las doce de la mañana…

La cuestión es que, sin hacer nada distinto que desayunar, asearme y vestirme, desde hace algún tiempo vengo observando que necesito unos veinte minutos más. Intolerable. Descarto que la razón sea que voy más despacio, porque lo considero imposible, y por otra parte, el resultado de la persona que sale de casa en estos últimos meses no ha mejorado de forma ostensible. Así es que emplear más tiempo para obtener el mismo resultado me convierte en una persona potencialmente improductiva, lo cual no sé si me dará derecho a una subvención pública, bien mirado y dicho sea de paso.

Así es que me he puesto a reflexionar, y, al no encontrar algo que justifique esos veinte minutos, he llegado a la conclusión de que debe de haber un montón de pequeños algos. Esto pasa mucho en la vida, no crean. En los proyectos, son los «nice to have» o los «ya que«, y en la vida son los «bah, total«. O sea, lo que viene siendo tomar holgura. Pequeños gestos, mínimas tareas nuevas, o un orden distinto al realizar las mismas acciones… el orden a la hora de hacer tareas recurrentes es mucho más importante de lo que parece, no crean.

En fin, el tiempo sólo se pierde si no se sabe en qué se emplea, porque de todos modos y hagas lo que hagas, el tiempo va a pasar. Lo expliqué aquí y lo enlazo para que no lo ande buscando mi lector filipino. Y sigo reflexionando y persiguiendo mis veinte minutos de holgura. Pero no hay que engañarse, que esto es como las cuentas de resultados a la baja: una vez justificada la pérdida, el contador se vuelve a poner a cero y, a partir de ahí, se dejan las pesquisas y se sigue con la vida.

7 pensamientos en “Mi media hora de más

  1. Que cierto es, solamente cambiar el orden de esas pequeñas tareas que se realizan en modo autómata puede hacer que el tiempo empleado se duplique, lo he comprobado en alguna ocasión.
    Besos

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  2. Yo he descubierto que levante a la hora que me levante (con un margen de media hora o algo más), siempre acabo saliendo de casa a la misma hora… es un poco terrorífico, no lo voy a negar.

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  3. Por eso yo soy muy maniática y procuro hacer las cosas siempre en el mismo orden, sobre todo por la mañana, porque yo también soy de las que apuro hasta el último momento bajo las sábanas. Me he visto taaaaan reflejada en la forma de salir de la cama que me ha dado hasta miedo.
    Un besico.

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