Es ley de vida, te dicen, te dices. La ley de la vida, el orden natural de la muerte, ver morir a tus mayores. La ley de la vida, la muerte natural. La naturaleza de la vida se convierte en la naturalidad de la muerte.
Me enseñó a aceptar sin resignarse. Darle las gracias a la vida por lo que nos daba, no por lo que tuvieran los demás. Seguir adelante sin importar lo que hubiera podido ser. Desconfiar del espejo, que te malcría sin dejarte ver el mundo que tienes alrededor, en donde también viven, y también piensan, y también aman otros.
Me despedí el día anterior. Apenas pude mirarla, porque le tuve miedo al recuerdo de esa última imagen. Y sé que ella me miró, con unos ojos agrisados y ya ausentes, y también tuve miedo a que viera mi pena desarbolada. Y desde entonces he rogado muchas veces a Dios para que no me reconociera, para que no hubiera podido recordar quién era yo, la última de sus nietas, para que no comprendiera que eso que hacía yo era llorar.
No tuve valentía para acompañarla en la última noche, y no quise estar delante cuando por fin cerro los ojos. Me quedé a esperar esa llamada que me avisó para que acudiera a besar su mejilla, a besar su cuerpo muerto, algo que sólo había querido hacer con mi padre, en la extraña intuición de que el alma de quien te quiere, el alma de quien tú sabes que te ha adorado en vida, estará esperando ese último beso antes de escapar allí donde te esperará el tiempo que haga falta, allí donde vendréis a encontraros algún día.
Y también es ley de vida olvidar. Y el olvido te viene a arrebatar lo que llevas en el corazón, y toma primero lo que está en la superficie, y luego va horadándolo hasta que no puede seguir porque encuentra el recuerdo forjado, hasta que se topa con lo inmutable, con lo que llevarás contigo hasta que esa ley de vida te lleve a ti también a olvidar, o a morir. Sientes el punzón que viene a quitarte el recuerdo de esos últimos momentos, y vuelves a tener miedo de que te robe lo que no debe, a que te abandonen todos los buenos recuerdos de tu vida cuando ella estaba. Pero al cabo te quedas con todo, porque tu vida está fabricada con la suya y no se pueden separar.
La abuela Gabriela ha sido mucha abuela, dijo una de mis hermanas. Vivió 97 años y disfrutó de la vida, de sus hijas, de sus nietas, de sus biznietos, en una vejez honorable hasta casi el final. Fue la gran madre, la madre grande, la referencia de muchas vidas. Y la quisimos, la adoramos como sólo se puede adorar a un ser entrañable, a un ser maravilloso, paciente, sabio, delicado, agradecido, una extraordinaria mujer que sigue viviendo con la familia todavía hoy, un año después.
Descansa en paz.