Esta noche cambian la hora. Hace cinco años por estas fechas, cuando vivía en Paris, vinieron a pasar un fin de semana unos buenos amigos de Madrid. Habían venido ya otras veces, pero sólo pisamos mi casa para dormir, un ir y venir de acá para allá. Ya saben vds, París, oh, París, oh, la, la y todo eso. La cuestión es que yo ese lunes me iba a Colombia, a un viaje que no era de los normales, sino que era una misión de estudio con bastantes personas. O sea, que no se podía cancelar y poner para otro día. Mi vuelo salía a una hora razonable, y yo había quedado en que me recogiera un coche a las 8 y media, iba como siempre con la hora muy justa. A eso de las 8 y cuarto, me llamó una compañera para pedirme que le sacara la tarjeta en la máquina porque se iba a retrasar. Al decirle que estaba en mi casa terminando la maleta me dijo algo como que iba a perder el vuelo. Y pensé: ya está esta M. con sus exageraciones y con sus prisas…
Me despedí de mis amigos y salí al portal. El chófer estaba muy agitado. Me decía que llevaba una hora esperando, que uno de los dos se había equivocado, que a qué hora era mi vuelo. El gesto de mirar el reloj para contradecirle y mi cara le obligaron a decir algo que, todavía hoy, le debe parecer increíble:
– Cambiaron la hora el sábado, madame. ¿No se ha enterado?
El resto de la historia es una sucesión histérica de llamadas, un llegar a Roissy para comprobar que mi vuelo estaba cerrado, una vuelta a la oficina para que Daniela me encontrara una solución, un vuelo de escala a Madrid para enlazar con otro de Avianca (¿Han volado alguna vez con Avianca? Pues tiene un business de lo más ye-yé) y una llegada a Bogotá un poco avergonzada y el cachondeíto de los franceses que estuvieron recordándomelo mucho tiempo cada vez que me citaba con ellos.
– ¿Horario de invierno o de verano, Carmen?
No me olvidé, claro, de mis amigos, a los que había dejado en casa desayunando tranquilamente con todo el tiempo del mundo para su vuelo a Madrid de media mañana. Y aunque me costó un poco convencerles de que no era una broma, sacaron el tiempo no sé de dónde para cambiar las sábanas y dejar recogida la cocina. Tal vez no les vino mal, como a mí, un poco de marcha para compensar un fin de semana en el que nos habíamos olvidado del reloj y del mundo.
Y de las tonterías que hacen los gobiernos para complicarnos la existencia…
Vaya susto. Menos mal que llegaste a tiempo. Un beso.
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A mí lo que me saca de quicio es que tengamos la misma hora que en Varsovia y haya que cambiar el reloj para ir compras a Portugal.
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Pues lo de Varsovia está bien traído. Y queda muy musical. Sí, muy musical.
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Odio los cambios de hora. Me parece la cosa más tonta del mundo.
Si que he viejado en Avianca. Incluso he visto lo que bebe la tripulación y te aseguro que te llegas a poner muy nerviosa. 😛
Besazo
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Yo fui despierta todo el vuelo. Son setenteros totales. Era todo muy extraño, muy sorprendente. Por ejemplo, tenían casettes. ¡Casettes!
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