Las instalaciones sanitarias no eran nada recientes en tu apartamento, y el retrete con cadena y cisterna en alto no funcionaba como era debido. Cada vez que tirabas de la cadena, el agua seguía corriendo durante bastante tiempo y haciendo una considerable cantidad de ruido. No prestabas atención a eso, el agua que seguía saliendo del retrete no significaba más que un pequeño inconveniente para ti, pero por lo visto causaba una gran turbulencia en el apartamento de abajo, el atronador ruido de una bañera llenándose a toda marcha. Ignorabas todo eso hasta que un día te pasaron una nota por debajo de la puerta. Era de la vecina de abajo, una tal Madame Rubinstein (…), una carta llena de indignación en la que se presentaban quejas sobre el insoportable jaleo que armabas bañándote a medianoche y en donde se te informaba de que habían escrito al casero, que vivía en Arrás, sobre tus alborotos, y que si él no iniciaba inmediatamente los trámites para proceder a tu desalojo, ella misma llevaría el asunto a la policía. Te quedaste pasmado por la violencia de su tono, perplejo porque no hubiera llamado a tu puerta para hablar cara a cara contigo del problema (que era el método habitual de arreglar los problemas entre inquilinos en las casas de vecinos de Nueva York) y en cambio hubiera ido a tus espaldas a ponerse en contacto con la autoridad. Ése era el estilo francés, en contraposición a la forma de ser norteamericana. Una fe sin límites en las jerarquías de poder, una confianza ciega en los canales burocráticos para resolver litigios y corregir pequeñas injusticias. Nunca habías visto a aquella mujer, no sabías qué aspecto tenía, y ahí estaba ella, atacándote con insultos feroces, declarándote la guerra por un asunto que había escapado a tu atención. Para evitar lo que suponías que era un inmediato desalojo, escribiste al casero, le explicaste tu versión de la historia, le prometiste arreglar el retrete averiado, y en respuesta recibiste una carta jovial y absolutamente alentadora: la juventud debe expansionarse, hay que vivir y dejar vivir, no se preocupe, pero tómese con calma lo de la hidroterapia, ¿de acuerdo? (El francés, de natural bondadoso en contraposición al francés desagradable: en los tres años y medio que viviste entre ellos, conociste a algunos de los personajes más fríos y mezquinos sobre la faz de la tierra, pero también a los más cálidos y generosos, hombres y mujeres, que has conocido en la vida)…»
Paul Auster, Diario de Invierno.
¡Has hecho que me apetezca ese libro!
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Me alegro mucho. Paul Auster es muy distraído, cualquiera suyo es recomendable.
Gracias por el comentario.
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Los vecinos son terribles. Yo tengo una que se queja de mi gato, cuando el pobre no molesta nada. Un beso.
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Las vecinas francesas suelen ser muy pejigueras. Casi todas. Por experiencia lo digo…
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Tomo nota del libro.
Los vecinos son terribles en cualquier lugar del mundo. Yo ya llevo asilvestrada muchos años, no podría vivir en comunidad. Me hecharían a la semana.
Besazo
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No, no creo. a todo se acostumbra uno.
Gracias por el comentario
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Veo que las vecinas francesas te han dejado huella indeleble. 😉
En cuanto a Auster, a mí me gustaba mucho hasta que al tercer o cuarto libro, tuve la sensación de que todos eran el mismo. Me gusta la Trilogía de Nueva York y el Palacio de la Luna.
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A mí sí me gusta. No siempre parece el mismo libro. Leviatán o el libro de las Ilusiones no tienen nada que ver. Pero como dice una amiga mía, es un autor de pijos (me soltó aquello cuando le regalé un Auster a nuestro amigo Alfredo)
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Sí, Leviatán está muy bien, lo había olvidado. Lo de autor de pijos me ha hecho gracia porque mi amiga Lourdes opina lo mismo. Y afirma, además, con la rotundidad que la caracteriza, que lo dice con conocimiento de causa ya que lo ha tratado bastante porque es amigo de su marido (Un factotum de la Academia Sueca, la del Nobel)
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Yo celebro que Lourdes no se pase por este blog. Me pegaría unas regañinas con las comas y los paréntesis y la redacción en general que ya, ya. 🙂
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Estimada Carmen: desconocía que tuvieses un blog porque es un género que no frecuento, con contadísimas excepciones entre las que te incluyo desde ahora mismo. De haberlo sabido, lo hubiese visitado mucho antes. No se me ocurriría regañarte porque escribes muy bien y también porque reconozco que mis manías con las comas pueden ser puntillosas en exceso.
Auster, en efecto, es escritor de pijos y él mismo también es bastante pijo. A mi me aburre muchísimo y sólo me gustó Leviatán, sin embargo en este texto que no conocía, ha clavado a la típica francesa siempre dispuesta a tocar las narices.
Estoy ya de vacaciones, también de internet, pero cuenta con mis visitas en cuanto vuelva a la rutina. Tienes un blog magnífico.
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Hola, Lourdes, ¡Bienvenida!
Ya me figuro que no lo sabías (y que T tardó aproximadamente diez minutos en mandarte un mensaje…). En fin, si quieres regañarme por las comas, estás en tu casa. Pero he mejorado mucho desde aquella tertulia tan divertida, no creas. Muchas gracias en todo caso por pasarte y por tus comentarios.
Y sobre si Auster es un autor de pijos… Esta amiga lo decía en el sentido de que se había puesto de pronto de moda, y poco menos que si no lo habías leído entonces estabas fuera de cualquier cena en la que se hablara de libros sin muchas pretensiones. Yo creo que es un gran escritor aunque se repite a veces. Y que si vendiera menos libros, tal vez no fuera considerado un escritor de pijos, y no quedaras como una pija cuando dices que lo lees. En cuanto a él, no tengo el gusto de conocerle, pero sólo con verle la pinta está claro que no es precisamente un «greñas».
Gracias de nuevo por pasarte y bienvenida.
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