Me he tomado la semana de vacaciones. El plan es relajarme, pensar lo justo, y abandonarme a la lectura y a la degustación de torrijas.
La casa donde me encuentro es la casa que mis padres tienen en un pueblo de Avila. Podría haber puesto pueblecito, pero para no decir la verdad, o sea, que esto es un poblachón más parecido a una miniatura de Parla, con sus rotondas y sus corruptos, prefiero dejarlo en pueblo. En estos momentos, mi madre y mi tía están con Curra intentando encontrar una panadería abierta, un domingo de Ramos, mientras suena la BSO de Misión Imposible.
Esta casa permanece cerrada casi todo el invierno, y me puedo ahorrar lo de casi. Para que los fríos polares no se lleven por delante todas las cañerías, y hasta la taza del váter, el guarda, un mozo encantador, nos deja la casa “preparada”. “Preparada” significa que, cuando llegas en Semana Santa, no tienes ni idea de qué es lo que debes hacer para que funcione algo. Y como mi madre prefiere no molestarle, pasamos un rato que sería encantador si nos gustara la intriga y la aventura, pero que realmente es una hora llena de incertidumbre y de peligros. Siempre acabo magullada. O me pillo un dedo al mover el lavavajillas, o me doy un meneo en la rodilla cuando hay que separar la nevera para enchufarla, o me lleno de agujetas de subir y bajar al garaje a dar y quitar el agua (el telefonillo pasa un invierno más largo, siempre), o mi mejor jersey acaba bendecido por las pelusas que corretean desbocadas por el pasillo y que se guarecen debajo de la cama donde tienes que reptar para purgar algún radiador. El final es previsible: llamamos al guarda para que nos socorra y le pedimos, de paso, que envíe a su hermana al día siguiente para que “le dé una vuelta a la casa” y acabe con el ejército de pelusas que nos invaden por tierra, mar y aire.
En el cuarto de baño de esta casa, por alguna misteriosa razón, hay 14 latiguillos. La mayoría no sirven para nada, han quedado inútiles con la instalación de nuevos latiguillos de reemplazo, pero ahí están: puestos, con su malvada ruedecita que abre y cierra el latiguillo. No hay ninguna razón que tenga que ver con la moda del vintage redivivo que nos invade, no: se han dejado ahí para no tener que hacer más obra que la indispensable después de alguna catástrofe invernal y porque, total, no estorban. Y sí, sí estorban, queridos amigos. Especialmente cuando no sabes exactamente cuál es el latiguillo que tienes que abrir pero, sobre todo, cuál es el que tienes que cerrar para que cese el ruido de inundación que hay por toda la casa y que amenaza con hacer de la urbanización las afueras de Riaño (BSO de Titanic). El resultado del ejercicio de apertura y cerrado de latiguillos, ya con un cuaderno en mano para no perdernos, es que el lavabo no tiene agua caliente. Los calambrazos de las encías al lavarte los dientes son de órdago a la grande. Y así hasta mañana (hija, ¿cómo vamos a molestar otra vez al guarda?).
Por en medio de la operación apertura de Semana Santa, Curra con su larga lengua rosada, jadeando y pidiendo agua, histérica por salir porque ¡Ya estamos en el campo!. Incapaz de beber de su bebedero azul, no para quieta por el cuarto de baño, en medio de la operación latiguillos (sigue, de fondo, la BSO de misión imposible), para que le demos agua del bidé. ¿Cuál era el latiguillo que hay que abrir para que salga el agua fría de aquí? Qué pesadilla.
Aquí me tienen, en la cocina, terminando este post. Mi madre y mi tía me han echado del salón: están combatiendo a las pelusas armadas de escoba y fregona. Hija, cómo vamos a hacer venir a la hermana del guarda un domingo de Ramos.
¡Mamá! Te dije que vendríamos hace dos semanas. Y sabes que lo que digo, lo cumplo…
12 y media. Me voy a duchar. He quedado con una amiga para comer en El Escorial y ya llevo el tiempo justo. Hay agua caliente y fría, está comprobado.
Es el encanto de la vida rural… a nosotras ahíu uno que nos pregunta si por el Paraje hay muchos bichos…
A mi también me gusta beber en el bidé del despacho de mamy, mojarme las orejotas y luego, si es posible sacudirlas en el lugar más inoportuno, por ejemplo al pie de la estantería del Summa!!
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Pues mi querida Curra se rebozó, prefiero no saber dónde, y me tocó bañarla a las 10 de la noche del martes. Y es que no se les acaba de ir el pelo de la dehesa…
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Pero sobreviviste con torrijas, ¿No?
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Sí, sí. Pero ya que lo siento. Las torrijas son peores que los latiguillos…
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