No estoy de acuerdo con la pena de muerte. No matar es no matar. Es verdad que hay crímenes tremebundos que cuando te deshielan la sangre solo te dejan alma para clamar venganza. Y ojo por ojo. Y diente por diente. Pero se encierra al bicho, ya que no puede vivir en sociedad, y no se le deja salir nunca más. Y así clamen abogados, y psicólogos, y pánfilos diversos: se tira la llave no por venganza, sino por prevención. Y las más de las veces, también por higiene.
Y una vez dicho esto para que quede bien claro el punto de partida, voy al de llegada. Teresa Lewis ha sido ejecutada en EEUU tras un juicio estadounidense por ordenar matar a su marido y a su hijastro para cobrar el dinero de un seguro. La pena de muerte ha consistido en una inyección. Sakineh Ashtiani está condenada a muerte después de un juicio iraní y creo que no habría que decir ya nada más, pero diré algo más. Inicialmente, su crimen era mantener relaciones extra matrimoniales, y el castigo, la muerte a pedradas. Ahora, después de las presiones internacionales – o más probablemente en presencia de algún contrato con el capital occidental -, sólo la quieren colgar de una grúa en la plaza pública, alegando que ha matado a su marido. Evidentemente, en Irán, igual que en EEUU o en España, no es igual de grave tener un amante que matar a un marido. Y aquí se terminan las comparaciones porque ya llego.
Sólo un imbécil, un manipulador o un adoctrinado con majaderías puede comparar estos dos casos aunque en ambos haya una pena de muerte. Ni el crimen, ni el juicio, ni las leyes, ni la condena son comparables. Tampoco es comparable el grado de civilización. Ni el de bestialidad. En el caso de estos bichos barbudos también es un problema de orden: si una mujer es condenada a la lapidación por tener un amante, entonces no es que se salten el Quinto, es que se han saltado el Primero y (sobre todo) el Segundo, que por algo van antes. Hombres de fe piadosos, se llaman a sí mismos estos bichos…
No se puede decir mejor ni más claro, Carmen.
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