El cebo

El Cebo unmundoparacurraYo he visto, igual que vosotros, muchas películas que están basadas en libros. Lo que ya es más raro es encontrar un libro que esté basado en una película. No es lo normal. Y sin embargo, eso es El cebo, un libro de Tomás García Yebra, periodista y escritor del que ya os he hablado aquí hace unos meses.

El cebo es una película hispano suiza antigua, de finales de los años cincuenta, basada a su vez en una novela de Friedrich Dürrenmatt. Hay una versión muy posterior de la novela, El juramento, de Sean Penn con Jack Nicholson como protagonista, aunque tengo para mí que los llamados thriller espeluznaban mucho más cuando eran simplemente películas de miedo, en las que no hacía falta exhibir demasiada salsa de tomate para provocar desasosiego y pesadillas en el espectador.

En El cebo se cuenta el suceso terrorífico de los asesinatos de unas niñas en un pueblecillo, y el relato transcurre mientras se investigan los crímenes, para lo que sólo existe como pista el dibujo hecho por una de las víctimas. El asesino es un enfermo, un tarado que atrae a las niñas con engaños y que las mata con saña, en un escenario de bosques solitarios, de fríos desapacibles, en los que el viento azota las copas de los árboles y extiende rumores tenebrosos y susurros humanoides que te ponen los pelos de punta. Tomás García Yebra sitúa la trama en los años 60 de Las Navas del Marqués, pueblecito de Avila rodeado de pinares, en donde el alcalde, consciente de la falta de medios para investigar la atrocidad del primer asesinato, llama a su primo para que lo investigue. El primo del alcalde resulta ser hermano de Plinio, el policía de Tomelloso inventado por García Pavón. Y le sale un libro de misterio que intriga a cualquiera, y que para leerlo, lo mejor es tener bien engrasados los goznes de las puertas.

Pero además, para los que somos capaces de situar en el espacio los comercios, las calles y los parajes de Las Navas, el autor nos explica cómo era el pueblo entonces y nos hace reconocible lo que hoy sólo se puede evocar con recuerdos. Nos hace sonreír con algunos modismos que todavía se escuchan en las Navas. El «Te vas a venir a caer«, o el «No me calientes que te atalanto«, o ese «¡!» tan navero. Y nos hace reír con un pasaje desternillante en El arca de Noé, una tienda que ya no existe en la que vendían de todo, y en la que el investigador entra a comprar una radio y unas zapatillas (tenían de todo) y se le ocurre preguntar, con mucha retranca, si les quedan bolsos de cocodrilo y para su sorpresa le sacan uno…. Nos hace reír porque lo reconocemos, aunque me figuro que si no se conoce estos paisajes, yo creo que son igualmente deliciosos.

El libro tiene un final sorprendente, extraño. No sé si cinematográfico porque es precipitado o precipitado porque es cinematográfico. Pero en todo caso, ni se me ocurre contarlo aquí, porque sería una pena si lo quieren leer y pasar un rato muy agradable de intriga.

Léanlo.

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