La gran nevada, tal y como previsto, nos ha dejado un paisaje parecido al de Beirut, pero más incómodo porque no lo ves desde el sillón. Madrid está hecha un asco, con mucho roto y llena de montoneras de nieve de un afligido color ala de mosca. Debajo de estas montoneras, y mezclado con ellas, hay de todo. Desde lo que es medio visible, como ramas de árboles, plásticos y cáscaras de mandarina (que al menos aportan colorido), hasta lo imaginable que es mejor no imaginar. Lo que no es de prever es que esto traiga bichos, aunque por el tiempo que llevamos con ellas no extrañaría ver ahí telas de araña. Ya los únicos que disfrutan de los lugares con nieve, que son muchos todavía, son los perros. Y los dueños que no limpian las cacas.
Cualquiera con media neurona activa podía tener la certeza, el mismo domingo por la mañana, de que esto en un par de días no se quitaba. Nuestra sociedad ha perdido la paciencia porque la confunde con la resignación, y por eso no la echa en falta. Yo diría que este ambiente de Berlín post bélico lo estamos viviendo como una penitencia, y dejémoslo ahí. Los madrileños, en cuanto hemos podido, nos hemos puesto a vivir como si no hubiera montoneras, ni hielo, ni estuvieran las calles destrozadas, porque mientras podamos ir a los bares, ¿a quién le molesta un poco de hielo negro?
Lo que sí hemos aprendido son muchos nombres. Ahora que llega la lluvia, yo he sabido de los imbornales, que son esas rejillas del suelo que protegen a los viandantes de caerse a una alcantarilla. Sin querer, por supuesto. Los imbornales tienen un nombre horrendo (asociado con la lluvia y las cloacas suena como a orinales), pero su misión ciudadana es de lo más honorable. Y también hemos sabido ahora de cosas ingenieriles interesantísimas, como son los tanques de tormenta, que es un nombre mucho más poético que el más vulgar de aliviadero.
Me parece en cambio que, en estos días, y ya van para diez, no hemos reparado en otros nombres, como el de quitanieves. A ver. Una quitanieves no quita-la-nieve, sino que la amontona en los lados, a veces con forma de muros, otras con forma de churrete y las más en un apelotonamiento que parece gritar sálvese quien pueda. ¡Que traigan quitanieves!, clamaba el pueblo de Madrid, cuando debería haber pedido excavadoras y contenedores. He leído por ahí el volumen de nieve caída y… en fin, mejor dejar que la lluvia y la subida de temperaturas nos quite toda esa guarrería.
Todo esto se arreglará, no tengo dudas, y se limpiará (sí tengo dudas), pero lo que mal arreglo tiene es la escabechina de los árboles. Dice Trapiello en su libro de Madrid que «La mayor conquista de la civilización urbana occidental, junto con el alumbrado, el alcantarillado y la traída de agua a las casas, ha sido la entronización clorofílica en sus espacios públicos». Es una frase un poco cursi (¿Entronización clorofílica? Dios mío), pero encierra una gran verdad, y es que los árboles en las ciudades explican la ambición de bienestar de sus habitantes. En Madrid ha caído o se ha visto dañado un tercio de sus árboles, que son muchos, casi 700.000. Y un árbol no se improvisa. Para que crezca no hay más remedio que dejar pasar el tiempo.
En fin, la nueva borrasca, cuyo nombre paso de aprenderme, nos trae la lluvia y el viento. Yo creo que la cuota de inmoderación ya está cubierta con la nevada, pero nunca se sabe. Pero como vengan con fuerza, veremos a los árboles huir por las calles, convertidos en Ents que buscan su salvación.
No ganamos para sustos.
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Fotografías tomadas el sábado 16 de enero
Vuelve la CarmenJ de antaño …y cuando digo vuelve, digo que me he leído tus dos posts de las «nieves» y en este respecto al anterior leo que has puesto tu pluma en tu sitio … quizá en el anterior los bienes de las nieves te hizo volver a la infancia 🙂 y ahora te has topado con la «política realidad» :). En LLeida también nevó e hizo falso el dicho popular catalán de …»Madrid ens roba» 🙂
Me alegro CarmenJ
PD Sugerencia para el club de libros … Dicen Los Sintomas de Barbara Blasco,
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MUY BUENO, MUY BUENO!!
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