El alcalde del Poblachón se va. Bueno, rectifico: no se va, sino que lo han echado. Ha estado muy reñido, hasta el punto de que entre mis amigos hay quien cree que todo es un rumor y que Gerardo continuará otros cuatro años, pero no. Se va, se pira, se larga, fuera, out, a tomar viento, adiós, se acabó.
El administrador de mi casa, que estuvo en su equipo de gobierno, ya nos dijo en Semana Santa que la cosa estaba difícil este año. Según este hombre, que para esta ocasión extraordinaria se había quitado el disfraz que habitualmente lleva en verano (en agosto parece escapado de un crucero de Pullmantur) y que ahora venía con chandal y gorrilla, porque además de baja estaba de vacaciones (sí, las dos cosas a la vez, han leído bien), la ley d’Hont no les beneficiaba, porque Vox les quitaría votos. Ninguno entre los vecinos le quiso aclarar nada sobre el efecto de la circunscripción, aunque alguien sí se atrevió a recordar con sorna que tampoco se perdería nada, sino al contrario: evitaríamos que vaciara la presa para limpiarla durante la primavera, con lo que también evitaríamos estar sin agua en verano. ¡Eso es una feiknius!, gritó el gorrilla. Cuánto daño hace Tele5 en las mentes blandas, qué barbaridad…
A Gerardo le puse yo una denuncia hace años. Un primero de agosto, día laborable y fecha en la que yo empezaba mis vacaciones, me despertó a las ocho en punto de la mañana el ruido apocalíptico de un martillo neumático justo debajo de mi ventana. ¿Qué mejor momento para empezar a cambiar todas las farolas de una urbanización de veraneantes que un primero de agosto? Y es que, para este alcalde borrico, el verano es la fecha ideal para asfaltar las calles, repintar los pasos de cebra, quitar las barandillas peatonales, poner vallas random en cualquier curva o dar vacaciones al camión de la basura. Así es que me tiré de la cama y, con los ojos inyectados en sangre y el pelo revuelto, me fui derecha a la Guardia Civil y allí le puse una denuncia por psicópata, por turbar mi paz y por falta de respeto a mi descanso y al del resto de los veraneantes de la urbanización. Naturalmente la denuncia se desestimó al cabo de los años, pero al menos me sirvió para comprobar que la Benemérita es un cuerpo comprensivo con la ciudadanía, y en realidad el único que te defiende sin importar de dónde vengas.
– Es que este alcalde tiene un TOC antiveraneante, señor agente, nos tratan peor que a las vacas. Vale que no damos leche, pero compramos en el súper, alquilamos casas y comemos cruasanes.
– Tiene usted razón. Ponga una denuncia: no le devolverá el sueño, pero sí el sosiego.
Como en tantos pueblos, en el Poblachón hemos sufrido muchos años a este cacique sin luces ni talento, cuya única ambición plausible ha sido convertir un pueblo estupendo en un suburbio hortera y perezoso. Debería atreverme a acusarle de más cosas, pero les invito a que lean, en Todo lo que era sólido, a Muñoz Molina cuando cita la más famosa de sus tropelías, que afortunadamente sólo quedó en intento, porque se hubiera llevado por delante el pinar.
En fin, sólo nos queda rezar para que el nuevo alcalde que viene no sea todavía más bruto. Lo tiene difícil, pero en esta España de los milagros todo ha dejado de ser sólido para ser, inevitablemente, posible.