Me topé yo el otro día en un suplemento de prensa este titular:
Todo lo que tiene que saber antes de comprar una casa. ¿Cuánto puedo gastarme? ¿Qué tamaño de vivienda necesito? y ¿En qué zona? Responder a estas tres sencillas preguntas pueden evitar una decisión impulsiva que termine en una mala compra.
Una decisión impulsiva. A ver, yo creo que por impulso uno puede comprarse unos zapatos, o un abrigo, pero ¿una casa? ¿Decisión impulsiva? Verdaderamente, si alguien tiene riesgo de decidir impulsivamente la compra de una casa, no creo que ese artículo le sirva de mucho. Ni el artículo ni la cabeza. Otra cosa es la decisión rápida, pero ¿impulsiva?
Yo les voy a contar cómo se compraron mis padres la casa del Poblachón. Resulta que entonces veraneábamos en un pueblo cercano, mucho más pequeño que el Poblachón e infinitamente más antipático. Figúrense si sería pequeño que no tenía pescadería. Y sigue sin tenerla, por cierto. Y era muy antipático porque no vendían recortables en la tienda de los chuches. No sé si los despacharán ahora, yo hace ya mucho que no juego. La cosa es que sin pescado ni recortables, aquel pueblito no acababa de convencer a la familia. Sí, un pinar grandioso; sí, una tranquilidad fascinante; sí, un aire mega puro. Pero, en fin, no fish, no party.
Una buena tarde de verano, bajamos al Poblachón, que queda como a 15 km, a comprar pescado. Mi hermana y yo acompañábamos a mis padres por los recortables, aquellos con los que vestías a unos muñecos muy cabezones con los ojos muy grandes. Si alguien de mi edad me lee, sabrá de qué recortables hablo. La cosa es que, cuando terminamos de comprar, mis padres se quisieron acercar a la urbanización por delante de la cual siempre pasábamos cuando íbamos a Avila. Porque también nos llegábamos a Ávila de vez en cuando, supongo que no para comprar pescado y recortables, aunque seguramente aprovecharíamos el viaje. En esa urbanización habían comprado casa algunos amigos de mis padres que también salieron huyendo de aquel pueblito antipático sin pescado ni recortables. Y mi madre, siempre que pasaba por delante, decía algo como «pues esta urbanización está muy bien, tenemos que ir a ver las casas un día, Julio».
El resumen es que aquel día volvimos del Poblachón al pueblito con una merluza, un par de paquetes de recortables y un contrato de compraventa por el que mi padre había pagado la nada despreciable cantidad de dos mil pesetas de señal. Así, como estas, ahí tiene lo que me ha sobrado de la pescadería. Eso es poderío y lo demás que se quite, no me digan que no. ¿Compra por impulso? Yo creo que el asunto estaba más que estudiado y que realmente la compra por impulso fue la merluza. Sea como fuere y en todo caso, tendrán que reconocerme que es originalísimo ir a un pueblo a comprar pescado y volverse con un apartamento.
El artículo que mencionaba arriba no valía nada, por cierto. Compra por impulso, bah.