Seguramente este será el último post del año 2018, y está dedicado a los últimos libros leídos. ¿Apostaron? Jugar está bien, pero apostar no tanto, y no les recomiendo que lo hagan conmigo. Este trimestre no ha sido nada del otro jueves en cuanto a libros. Al número, quiero decir, que de calidad ha estado bien. Y es que he dado preferencia a otros hobbies. Vamos allá.
L’art de perdre, de Alice Zeniter. Mi amiga Pepa, que me tiene al día de las culturalidades francesas, me avisó de que se había fallado el primer Goncourt des lycéens en España. Con buen criterio pasaron de Eric Vuillard y se lo dieron a esta novela, ciento cuarenta veces mejor que El orden del día. Así que fuimos a la presentación y entrega del premio en L’Institut Français y me enamoró el tema y la autora, que es monísima. Para que lo comprueben, les pongo una foto ahí al lado.
Alice Zeniter no nos cuenta la historia de su vida, a pesar de las similitudes con la protagonista del libro. Al menos, esto es lo que contó. L’art de perdre cuenta la historia de la familia de Naïma, que se remonta a la Argelia de principios del siglo XX hasta la independencia. Su abuelo es un Harki, nombre dado a los argelinos que ayudaron a los franceses, gente que colaboró a veces convencida, otras porque no tuvieron más remedio. Su vida en la Kabyla, con sus hermanos, todos agricultores, termina de mala manera y tienen que salir de allí corriendo de allí. La segunda parte es la más triste, y nos cuenta la frialdad de Francia, una vida desarraigada de trabajo en una fábrica en la que la familia se va descomponiendo o, lo que es lo mismo, europeizando. La tercera parte cuenta el presente de Naïma, que vuelve a Argelia a buscar el lugar de sus ancestros, a intentar comprender, sin realmente lograrlo. Es una novela intensa, envolvente, que te deja por momentos sin respiración y que consigue conmover. Un magnífico libro, sin duda.
La comedie (in)humaine, de Nicolas Bouzou y Julia de Funès, yo les dejo la foto à côté y verán que ella es remona y él tiene pinta de adolescente desgalichado. Se trata de un libro al que llegué a través de unos Podcast sobre filosofía que escucho en France Culture (esto queda muy gafotas, lo sé, pero a estas alturas del blog ustedes no me confundirán). En el podcast hablaban de la infantilización en las empresas y de la ideología de la felicidad, consistente en buscar tu felicidad para que seas más eficiente, cuando lo lógico (y lo adulto) es lo contrario: si nos dejaran ser más eficientes y encontrar un verdadero sentido a nuestro trabajo, entonces seríamos más felices. No se puede encontrar mucha felicidad en estar metido entre cuatro paredes todo el día, en reuniones absurdas y contestando a mails inanes. Pero, en fin, el mongomanagement actual sigue una moda imbecilizante de cultura buenista y de bienestar que no deja de ser una hipocresía completa. Los autores nos hablan de todo esto, aunque con más finura de lo que lo hago yo, por supuesto. Ellos se apoyan en la filosofía para explicarnos cómo la felicidad, aparte de ser un asunto privado, no puede (ni debe) ser un medio para la eficiencia. La aversión al riesgo, la confianza bajo control (WTF!), la proliferación de procesos, convierten el trabajo en un horror que se enmascara detrás de cestas de frutas, pulseritas para medirte el ejercicio físico de la jornada, mesas de ping-pong, salas relax y guarderías (en donde habría que ingresar a los empleados, asevero). «Lo contrario del juego no es lo serio, sino la realidad», citan a Freud, y es que «no hay nada más serio que un niño que juega», y citan a Nietzsche. La moda imperante es alejarnos del mundo del esfuerzo, la sana desigualdad, la inversión y el riesgo, y adentrarnos en una comedia que, lejos de provocar la felicidad, provoca una mayor angustia y aburrimiento: si trabajando no logras ser feliz, entonces la culpa es tuya, ya que la empresa pone todos los medios a tu alcance. Nunca se preocuparon tanto por nosotros y nunca hubo mayor número de casos de depresión en el curro. Esto es así. Pero bueno, yo se lo he contado deprisa y un poco alterada (estas cosas me alteran), pero ellos hablan de tema con sosiego y hasta con cierta gracia. Si leen francés, se lo recomiendo vivamente.
Otro de los libros a los que llegué a través de estos Podcast es La stratégie de l’émotion, de Anne-Cécile Robert, periodista de Le Monde Diplomatique, especializada en asuntos europeos y señora con cara de llevar razón después de haberlo pensado, tal y como pueden apreciar en la foto. La autora nos hace ver de forma muy inteligente la preponderancia que han tomado las emociones en detrimento de la razón y el pensamiento en nuestra sociedad contemporánea. Parece que todo se arregla llorando, y no. La teatralización y el espectáculo de los sucesos, que llenan los medios informativos forman parte de ese reino de la emoción que es el fatalismo: los políticos llorando delante del cadáver del niño Aylan para simular autenticidad y esconder que no van a hacer nada. Se ha reemplazado al héroe por las víctimas, cuando el héroe elige ser héroe, mientras que la víctima no tiene elección (un enfermo de cáncer no es un héroe, no, no se equivoquen ustedes; ni siquiera cuando ha vencido a la enfermedad). Y así las multitudes, en manifestación, lloran ante las cámaras y aplauden el féretro de unos chavales que se han matado en una curva a la salida del pueblo, en un espectáculo grotesco que a todos nos parece solidaridad, pero que no es más que una carrera a ver quién siente más, sin que eso comprometa a nada. Y así pasamos los días. La emoción es el terreno de la subjetividad, por tanto, de la división: con la razón, podríamos llegar a un acuerdo, pero ante el sentimiento la discusión se para y no continua. La sociedad deriva hacia terrenos peligrosos en los que no hay reflexión, en donde no se toma distancia de las cosas que nos pasan, un terreno abonado para populismos de una y otra índole, por no hablar de moralistas y censores que ejercen de guardianes de las diferentes sensibilidades. Otro libro realmente muy recomendable, también para francófonos.
Ahora entramos en un mundo más amable y literario, con un libro que me ha parecido muy divertido (aunque no lo es), de Antonio Tabucchi, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro. Un hombre aparece muerto y sin cabeza y un reportero de un pequeño diario de sucesos de Lisboa es enviado a cubrir la noticia a Oporto. Allí va descubriendo lo que ha pasado, ayudado por un abogado, Loton, un antiguo aristócrata un poco anarquista que trabaja solo para equilibrar un poco la injusticia en el mundo. Loton es un personaje literariamente delicioso y solo por conocerlo ya vale la pena el libro. Y luego Tabucchi, al que da gusto leer. Muy recomendable. Por cierto que este libro tiene un diálogo muy a tono con los procesos y normas absurdos que nos convierten en robots:
Firmino se sienta, el camarero se acerca.
Buenas noches -dijo-, lo siento pero no se puede estar aquí sin consumir.
Tráigame lo que quiera -dijo Firmino-, un café, por ejemplo
La maquina está apagada -dijo el camarero.
Pues entonces un agua mineral.
Lo siento -dijo el camarero-, pero no puede usted consumir nada porque el restaurante está cerrado.
¿Pues entonces? -pregunto Firmino
No se puede estar aquí sin consumir nada -repitió el camarero-, pero usted no puede consumir nada.
No entiendo esa lógica -rebatió Firmino.
Ordenanza de los ferrocarriles -explico plácidamente el camarero
El año se acaba con Las respuestas, de Catherine Lacey, una autora americana joven con pinta de lánguida, ahí la tienen. Por lo visto fue autora revelación en 2014. Hay que desconfiar mucho de las revelaciones, que mira lo que les pasó a los niños de Fátima. Catherine Lacey por lo visto fue aclamada por la crítica americana y sólo por eso debería haberme saltado este libro. En fin, un libro que tuve que leerme y así pasa, que se te hace bola y te dedicas a otras aficiones. La novela cuenta la historia de una chica que es un desastre, típica vida deslavazada y horrenda, que debe mucho dinero y le duele todo, y aparte ha sido víctima de una agresión sexual repugnante, y aparte recurre a una terapia de estas chifladas de karmas, iones, piedras y maniobras energéticas, un espanto todo, y entonces se mete en un experimento sobre el amor y los afectos que emprende un actor vanidoso y egotista. Y así, ella hará el papel de novia sentimental (también está la novia maternal, la novia colérica, la novia intelectual y otras cuantas). O sea, una historia muy loca y rara, rara, que es un poco infumable en especial al principio (las tentaciones de abandono son fuertes en las primeras cincuenta páginas, pero luego se anima de puro disparatada). Sin embargo, tengo que decir que la prosa es brillante y la mujer escribe bien, escribe contundente, con frases de las de subrayar y con un buen control de los personajes. Algo es algo, pero yo que ustedes me la saltaría.
Y con esto terminamos el año. Ya veremos si al que viene les hablo de libros o les hablo de nada. O incluso no les hablo. Si no nos vemos, que tengan ustedes un feliz 31 y un próspero 2019. Y que la copa del Wanda se quede en Madrid.
Feliz año, Carmen.
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Gracias, igualmente
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Me ha encantado, una vez más, tu post literario. No se francés… esperaré a que traduzcan, porque son tres libros muy atractivos.
La autora del primero también me parece monísima.
Feliz año, Carmen.
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Gracias, feliz año para ti también.
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