Me dice una buena amiga y lectora del bloc, que no planteo correctamente mi relación con el poblachón. En el bloc, quiere decir. Según ella, van vds a pensar que yo voy al Poblachón poco menos que a rastras, y que es un pueblo infame que sufro y que no disfruto, y – me dice – eso no es así. Me dice que el poblachón me sienta de maravilla, que vuelvo con un estupendo color de cara y una sonrisa relajada y que yo, en el fondo, soy muy feliz allí, y que eso no es lo que transmito aquí. Así es que, me dice, les tengo engañados. Humm… ¿Les tengo engañados?
Me deja pensativa. Tal vez ella tenga razón y deba arreglarlo. Voy a ver si lo resumo en diez puntos:
- El poblachón tiene un magnífico robledal a un lado y un extraordinario pinar al otro. Tiene un monte de nieves perpetuas, a decir de mi amigo Pepillo, y dos fuentes para ir de romería. Un riachuelo anónimo para coger moras y otro de nombre olvidado en el que no se sabe si mora el pez o no mora, porque en época de calores unos se bañan, y en épocas de fríos sólo se pescan resfriados.
- El poblachón tiene piedras gordas en medio de una calle y piedras muy gordas en un altozano a la salida del pueblo, según se va al monte de las nieves perpetuas a la derecha. También tiene unas piedras que se cree que depositaron unos extraterrestres camino de la Estación, aunque no se ha podido comprobar esto, dado que los trenes que pasan por el Poblachón no requieren billetes nominativos.
- El poblachón tiene un castillo rehabilitado, un convento reconstruido y un pasadizo secreto por el que, las noches sin luna, una princesa triste se encuentra con un caballero apuesto que viene de cruzarse unas monjitas, que huían despavoridas perseguidas por depravados sarracenos o por rojos malvados, que buscaban matarlas o algo peor. El pasadizo nunca se ha encontrado, lo cual no demuestra que no exista, sino que faltan arqueólogos motivados.
- El poblachón tiene una larga tradición de historias de murmullos en la noche, y de quebrados silbidos del viento. Se dividen en rítmicos lamentos al mecer las hojas de los árboles y aullidos lobunos que se retuercen para encontrar alivio en los postigos de las ventanas, las más de las veces mal cerradas.
- El poblachón advierte la vista solemne de las montañas de Gredos y reposa su emocionada mirada sobre el valle del sur, que es el valle de… de… ¿de dónde es ese valle?. Rectifico la frase para dar fiel reflejo de su posición geográfica: el poblachón se encuentra a real y mediancleta entre el final de Guadarrama y el valle del Alberche, con el resultado natural de unas bonitas vistas.
- El poblachón es pueblo de vacas más que de ovejas. De ardillas más que de topillos. De avispas más que de moscones. Esta relación se invierte en los bares.
- Hay más pájaros que mariposas y más águilas que cigüeñas. También hay más saltamontes que hormigas y más lagartijas que culebras. Esta relación no se puede verificar juiciosamente cuando entramos en los bares.
- En el poblachón no hay que temer picaduras ni fiebres malsanas provocadas por ningún bicho. Tampoco sustos mayores, que las vacas ya no transitan el pueblo como antaño, que estabas tomándote el botellín y tenías que cambiarte de sitio para que un ternero no te pegara un lametazo. El poblachón es tierra de piñas y de bostas, que en feliz desencuentro menudean por el suelo del pinar, lo que permite tirarle piñas al perro sin tener que lavarlo después de cada paseo.
- El poblachón concentra un mayor porcentaje de poligoneros que de jóvenes de la calle Serrano. Lo cual tiene toda la lógica, porque el Polígono queda mucho más cerca.
- El Poblachón es pueblo de dos rotondas, pero bien puestas a la vista para que el alcalde presuma de buen gasto y de mal gusto, si bien el alarde de florerío cursi sólo se puede admirar de día, porque de noche sólo alumbra una de cada tres farolas.
- El Poblachón es un pueblo de vientos benignos para el cutis y los pulmones, pero que maltratan el peinado. El peinado también sufre mucho con el agua, dura como una piedra y terrosa como la tierra que normalmente rodea a la piedra.
- De sol alegre que a menudo se rodea de nubarrones negros como grajo. ¿El frío? A tono con las nubes.
Doce puntos… Si no han llegado hasta aquí, probablemente es que merecen seguir engañados.
El Poblachón siempre me ha parecido un pueblo muy bonito.
Besazo, hermosa
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Aunque no lo creas, el poblachón apetecía antes… y ahora también. 🙂
Besos.
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Una cosa es ir a un sitio así a pasar una época… y otra vivir perennemente.
Yo tengo mi poblachón (ciudad en papeles, pero pueblo en mentalidad), y para ir una semanita, dos, tres… está fenomenal, y tiene mil cosas bonitas… Pero cuando llevas un mes, mejor salir corriendo a un sitio con metro y gente que no se conoce por las calles.
Por lo menos yo lo prefiero ^^
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Lo interesante es tener las dos cosas, es decir, el pueblo para relajarse y la ciudad para vivir, o al revés, que al que vive en tranquilidad le gusta el barullo.
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Bueno, a nosotras no acaba de quedarnos claro tras la lecura de sus doce puntos si a Vd. le gusta o no le gusta El Poblachón, eso sí, nos hemos divertido mucho. Lo que si tenemos claro clarinete, es que, a Curra y a Wilma les encanta. Por las piñas, claro…
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Me gusta, me gusta. En cuanto a Curra y Wilma, vivirían allí, no le digo más!
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A mí siempre me ha parecido que lo describías con mucho cariño. No iba equivocada. Ah, el punto 3 ME ENCANTA. Sólo por esa historia ya es un sitio que vale la pena.
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Huy, tiene muchas historias, pero las princesas y los caballeros tienen mucho más tirón, dónde va a parar. Gracias por pasarte.
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