Fuimos, como cada Navidad, al pueblo de mi padre, en la provincia de Toledo. Como siempre, se desvivían por llenarnos de atenciones, por enseñarnos todo, por llevarnos de aquí para allá. No dejábamos de ser «la familia de Madrid», y se reían mucho cuando nos asustábamos si pasaba cerca algún gorrino o cuando nos miraba una vaca fijamente. La verdad es que de aquellas cosas del campo, el único que entendía algo era mi padre, aunque más de la parte de la Naturaleza que de lo relativo a la faena cotidiana.
Entonces alguien le quiso regalar una gallina a mi madre. Y le dijo en broma que si quería que se la diera viva o muerta. Y todo el mundo se echó a reír, con mucha chufla, ja, ja, cómo se va a llevar una gallina viva la Carmencita, ja, ja, mira que eres «bolo», ja, ja. Bien, eso es no conocer a mi madre.
A Madrid que nos vinimos con la gallina en un saco. La gallina viva, por supuesto, en el maletero de aquel 1.500 con las tres niñas detrás oyendo el rumor de un coco-cocó lejano, enterrado debajo del tronar del Carrusel deportivo. Mi padre se desentendió del asunto, faltaría más: finalmente, tras esos puños blancos y aquella corbata impecable se escondía un hombre de campo, sí, amante de la siembra y la siega, interesado por los rojos atardeceres y las tibias mañanas, enamorado de encinas y alcornocales, soñador de cigarrales y de vetustas casonas… pero sin vocación ni experiencia alguna como matarife. Aparte de que aquello carecía de cualquier atisbo de racionalidad. En cuanto a mi querida madre, algo sabía. De oídas, claro. De las historias que se cuentan en torno a una mesa camilla, de cuando la guerra. Quizá había leído algo en algún libro. O tal vez en… ¿Sería en lo de Felix Rodríguez de la Fuente…?
Cuando llegamos a casa, la gallina fue a parar a la terraza. En un 4º piso en Madrid, todo muy coqueto. Una de mis hermanas pretendió defender a la gallina, y quería que la llevaran a un sitio especializado, aunque no supo concretar qué tipo de especialización. Mi otra hermana sólo sabía decir que había que matarla bien, que los pollos andan sin cabeza y que a ver si se iba a caer por la barandilla a la calle, qué horror. En cuanto a mí, yo sólo recuerdo la sensación de mareo. Mi padre propuso llevar la gallina a un carnicero al día siguiente y dejarse de líos. Otro que tal, como si no conociera a mi madre.
Llamó a una tía suya y ésta le dijo cómo. Agarras la gallina bien agarrada, con el cuerpo debajo del brazo como si fuera el fol de una gaita y dejando la mano libre para estirar del cuello a la gallina. Con la otra mano, le pegas un corte seco con un buen cuchillo en la nuca.
Mi madre todavía cuenta el episodio deprisa, como sin querer recordarlo. No sabe si la gallina aleteó antes de morir o si tuvo que desangrarse. Sólo sabe que tenía dos preocupaciones: cortarle el cuello rápidamente y no desmayarse. Por ese orden.
jajaja No sabía a que te referías con el comentaro a mi Post 😀
Es que matar una gallina no es fácil… 😛
Besazo
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Me ha venido a la cabeza después de leerte. Ya, ya sé, que no es lo mismo. Pura asociación de ideas, ya se sabe. ¡Gracias por la inspiración!
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Jolín, CJ, perdón por la expresión de la exclamación pero es que estoy gratamente, no más que eso, sorprendida, ‘a l u c i n a d a’… Me vas a permitir un ‘Ohhhhh!!!!’, seguido de una profunda reverencia….Por favor, escribe un novela, un relato corto, lo que quieras, pero empieza, hazlo. Danos ese placer!
Besos.
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¿No te parece que con el blog ya es suficiente? Para mí, es más que de sobra 🙂
Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado.
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Noooooo, nuca es suficiente para quien puede y se le ha dado un don, habilidad, capacidad…llámala como desees, no obstante, no nos prive de ella!.
Por favor!
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ja ja ja Espero que no se desmayara tampoco la gallina ja ja Un besito de martes
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No, no, la gallina se limitó a morirse.
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Bueeeeno, va de gallinas, entre dolega y tú me tenéis el cuerpo revuelto.
Sólo digo una cosa, callaré lo de «de este agua no beberé» porque visto como van las cosas a saber lo que termina haciendo una para poder comer, pero a día de hoy puedo afirmar que si hiciera algo así probablemente la imagen me perseguiría y no podría volver a dormir. Escalofríos me entran.
Besitos
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Ya, me pasé por la casa de Dolega y me dio la idea. Eso le pasa por original 🙂
Anda, anda, no seas exagerada.
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Pero esta pondría aun huevos ¿no?, digo yo que un poco de vidilla a la pobre Clotilde 2 😀
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Yo no sé si pondría huevos. En todo caso, eso no la libró de tener un fin un poco abrupto, aunque murió en los brazos de una señora bien simpática, oye.
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¡Dios mío!, ¿Es que aquí todo el mundo ha tenido una gallina?
El único recuerdo que tengo yo es el de pedirle a mi madre insistentemente un pollito que vimos, junto con muchos más, en un mercadillo. El resultado fue que no hubo pollito.
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No, no, a ver: la gallina de la que hablo estuvo en mi casa un par de horas o tres, no más. Y nadie quería encariñarse con ella.
Un pollito, qué horror. ¿Pero por qué no coges un perro ya de una vez?
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