Mi querida Z. escucha con su eterna sonrisa, esa que confunde al interlocutor hasta hacerle pensar que ella está de acuerdo con todo. Le dice que sí, asiente con la mirada y con el gesto de la cabeza, ligeramente ladeada. Parece convencida. Y entonces se produce un breve silencio. Ella mira primero al techo y luego va bajando los ojos hasta que se quedan anclados en los de su interlocutor. Sin dejar de sonreír y con una dulzura llena de luz dice:
– ¿Sabes lo que pasa? Pues que si aquí cada uno hace lo que quiere, nosotros nos convertiríamos en animales de la selva. Y eso no es lo malo. Lo malo es que ya ni siquiera podrías ir en manada.
Y él baja los ojos hasta que consigue calzárselos. La selva, sin manada, no parece muy atractiva aunque se la hagan imaginar a uno con una sonrisa.
Uf, la selva con o sin manada no deja de ser selva y eso, al menos inquieta. No obstante, todo se antoja mejor si va acompañado de una sonrisa.
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También es verdad. Gracias por tu comentario.
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