Frutas y frutos

El otro día oi decir en el trabajo que el esfuerzo de alguien estaba dando sus frutas. Y me quedé parada, claro, porque la industria en la que trabajo poco tiene que ver con lo agroalimentario. Como ya se imaginaran ustedes, quería decir frutos, que no es exactamente lo mismo que frutas.

En francés se dice también que algo da sus frutos (cela porte ses fruits), con la diferencia de que los franceses no hacen distingos entre fruta y fruto. Ellos se meriendan todo, y si no que le pregunten a Napoleón. Sin embargo, en español el fruto es, en primera acepción, el producto del desarrollo del ovario de una flor después de la fecundación, en el que quedan contenidas las semillas, y en cuya formación cooperan con frecuencia tanto el cáliz como el receptáculo floral y otros órganos, mientras que la fruta es algún fruto comestible. Y ahora comparen la cosa y díganme, con el corazón en la mano, si la diferencia de una vocal no convierte el halago aspiracional en una observación prosaica. O al menos, raruna. Tengo razón.

Como todo en la vida, siempre podía haber sido peor. Imaginen la frase «esto es la fruta de tu trabajo» y diganme si no les pide el cuerpo contestar algo. Cualquier cosa.

— Ya te había dicho yo que esto era la pera.

— ¿Crees que vengo con un melocotón?

— Mejor no abrir ese melón.

— Sí, es una castaña.

— Todavía me puedo dar una piña.

— Huy, y esto es sólo la guinda.

— Pues iba a por uvas.

— Ha quedado como un higo.

— Manzanas traigo.

No creo que se dé el caso. Y si se da, tal vez lo mejor sea, después de explicar la diferencia entre la fruta y el fruto, enseñar de paso eso tan castizo de ¡toma nísperos!

 

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