No sé si lo sabes, pero yo no soy buena recordando fechas. No recuerdo casi ninguna, que es lo mismo que decir que se me olvidan casi todas. Pero yo sí lo sé y por eso me digo que debería inventarme trucos para recordar. Y luego no me invento el truco porque me digo que, si me importa, seré capaz de acordarme. Y vuelta a empezar: no sé si lo sabes, pero yo no soy buena recordando fechas.
Y anoche muy de noche me recordaron que la fecha era hoy. Ay, hoy. Y aquí me tienes, nominándome para ser la última porque estoy segura de no ser la primera. Aquí me tienes, en este rito de paso. Tarde, pero me tienes, que hoy todavía es hoy.
Tal vez debería dedicar un párrafo a las palabras bonitas, a las frases de halago, a las alabanzas que ya me han pisado los que han madrugado, los que han recordado, los que han llegado a tiempo. O tal vez debería contar alguna anécdota divertida, o recordar cómo nos conocimos, o lo primero que pensé al oirte. Y me digo que la verdad es sencilla y el respeto palpable, y que recitar una sucesión de cualidades no las harían más visibles aunque yo fuera capaz de escribirlas sin echar más azúcar de la necesaria.
Tal vez debería mencionar la mesura, la calma, la discreción; esa apariencia de frialdad que no es otra cosa que sensatez y prudencia. Tal vez debería recordar ahora que nunca dices una palabra de más, pero tampoco de menos, porque lo cortés no quita lo valiente. Y releo, y tacho, y vuelvo a escribir sobre el afecto y sobre el cariño. Y borro definitivamente: si hay moderación, hay moderación.
Qué sé yo lo que podría escribir detrás de otro tal vez. ¿Tal vez que ninguna de las dos somos muy buenas demostrando en público ciertas emociones?
Felicidades, pues, y lo dejo aquí. O no, espera: ¡Estás estupenda!