Claro que todos fuimos niños una vez, pero sólo el que tuvo una verdadera infancia la recuerda con cariño. La infancia es esa época de la vida en la que todo es asombro, la realidad es fantasía y llenamos con ingenuidad la parte de la vida que todavía no conocemos.
Hay que nacer con suerte y luego hay que saber agradecerlo. Pasan los años y el tiempo nos hace peores, nos deja la huella de las pequeñas infamias de la vida, pero lo relevante es poder mirar atrás y tener corazón para recordar, aunque sólo sea por un rato, la ilusión de la noche de Reyes.
La fiesta de Reyes es una fiesta de niños y para niños. Es su día, igual que una vez fue el nuestro, y así es como yo creo que hay que entenderla. Nuestra mentalidad de adultos nos tiene que servir únicamente para recordar la ilusión y para honrar nuestra infancia, si es que la tuvimos alguna vez y somos capaces de recordarla. El resto son intereses de adultos, problemas de adultos, amores y odios de adultos, chorradas de adultos, egoísmos de adultos. No hay que volver a la niñez para recordarla.
Sólo quién no sabe valorar su infancia, y agradecerla como el don que es, intenta racionalizar lo que no se ha inventado para la razón. Claro que los Reyes son los padres, claro que esos señores de las barbas eran unos paisanos con disfraz, claro que todo es un cuento. Claro. Pero eso lo decimos hoy, con la edad que tenemos hoy. En la foto, esas niñas no se retrataban con los empleados de unos grandes almacenes, sino que habían escrito una carta de su puño y letra, con su mejor letra y ortografía, llena de promesas y de deseos y con alguna que otra mentirijilla. Y habían ido a entregarla, en mano, no fuera que el cartero la perdiera por el camino.
Feliz noche de Reyes.