Un bolígrafo, una cuchara, una taza, un cigarrillo y un pincel

¿Sabrían ustedes decirme cuál es la relación entre un bolígrafo, una cuchara, una taza, un cigarrillo y un pincel? Yo se lo voy a decir: la relación es una ampolla en un dedo, que me martiriza desde hace casi una semana. En realidad, no es exactamente una ampolla, sino una laceración. Quizá fue una ampolla, pero yo no puedo saberlo. Empezaré por el principio, que si no, me disperso.

El domingo pasado estuve ayudando a unos amigos a pintar su comedor. Yo esto no lo había hecho nunca en mi vida, así es que me encargaron una parte fácil, como era «recortar», que consiste en pintar un poco la confluencia del techo y las paredes para que luego, al pasar el rodillo, no se pringue lo que no se debe, puesto que el comedor iba en dos colores. Para eso se usa un pincel, o más bien una brocha, aunque hay de dos tipos según si lo que se pintan son bordes o esquinas. En fin, no les voy a marear con la técnica del pintor, un oficio honrado no tan fácil como parece, y en el que yo tuve que sustituir la experiencia con el primor y la práctica con el entusiasmo.

El caso es que me puse unos guantes de látex, claro. Y al cabo de las tres horas, notaba que me dolía mucho el dedo corazón al sujetar el pincel. Y como en el corazón de la mano derecha tengo un callo del boli, pensé que se me estaba recalentando, y no le di mucha importancia. Y yo seguí con el pincel, dale que te pego, venga que no llegamos, ahora me lo miro, no es para tanto, calla y no te quejes que te van a tomar por una niña fina, y pija, y ñoña, tú sigue que más cornás da el hambre, eso ni es un problema ni es nada, y así todo. Los dueños del comedor, personas agradecidas, nos trajeron unos pastelitos para que descansáramos un momento y al quitarme el guante comprendí dos cosas: que no era el callo y que ya no tenía remedio. Pero oigan, reaccioné como una campeona. Nada de botiquines, nada de lágrimas (ay, lo que hubiera dado yo por poder llorar a moco tendido), nada de quejas, no hay dolor, me dije. Me enrollé un poco de cinta de pintor, y a seguir, que esto hay que acabarlo y ya sólo quedamos cuatro.

ampolla una semanaYo creo que empezó siendo una ampolla y que terminó en el horror que ven a la izquierda. Una semana después ahí sigue la herida, más pequeña, que escuece y duele parecido, pero incordia igual. Y que no acaba de curarse, como se ve a la derecha.

Estuve lunes y martes con una tirita y el miércoles me la quité, porque me pareció que debía rebajar su importancia. Pero el jueves volví a taparme el dedo y hasta hoy. Porque, y aquí quería yo llegar, esa parte de ese dedo se topa con muchas más cosas de las que podrían ustedes imaginar. Es más, yo diría que esa parte de ese dedo sirve para todo, y si no para todo, sí para un montón de cosas, todas muy habituales.

Yo no sé qué parte o qué funcionalidad de la mano se habrá tenido en cuenta para explicar la evolución del Hombre a partir del mono, pero lo que sí puedo decir es que entre comer, beber, escribir, fumar y pintar, el nexo común, de momento y hasta que se demuestre otra cosa, es una herida en el dedo. Al menos hasta que deje de abrirse y se cure definitivamente. Y si no, les dejo la prueba.

Coger el boli

coger cucharacoger tazacocger cigarro