Cuando me preguntan si prefiero el invierno o el verano, siempre digo que el invierno. Sí, ya sé, ya sé. El verano es un momento muy saludable de la vida, con sus vacaciones y sus grillos, cri, cri, y sus noches de luna clara e inquietos luceros, y sus largos atardeceres, y la brisa del mar rozando tu pelo, y ese color moreno de tu piel y todas esas cosas. Pero el verano también es esa época del año en la que se pasa un frío del carajo con esos aires acondicionados criminales, esos aires mentirosos con los que a poco que te descuides te puede dar una apoplejía.
El invierno por el contrario es esa época del año en la que no se pasa frío. Mi madrina, que era muy friolera, como yo, se asombraba de que yo fuera al esquí, con el frío que debe de hacer por esas montañas. Y yo siempre le decía que cuando uno ve esas montañas, y toda esa nieve y toda esa gente con gorro, lo que hace es prepararse para lo peor, y lo peor nunca llega, porque uno va abrigado. Con lo cual, burla burlando, lo peor es pasar calor esquiando.
Entonces, me gusta el invierno porque es la única época del año en la que no paso frío. Aunque también es una cuestión estética. Porque en verano se multiplican los horteras de las chanclas. Los ves por la Castellana, o por la Avenida de la Albufera, que da igual el norte o el sur, con su bañador de bermudas y su camisetilla de tirantes (cuando la llevan puesta), y con un barrigón cervecero que ya sólo verlo da calor. Ellos dicen que así van «fresquitos», pero es falso. Van así porque les falta urbanidad y educación para vestirse. La sensación que dan es la de no lavarse mucho, beber a morro del tetrabrick de leche de la nevera y eructar después de cada trago de cerveza. Y es que se puede ir «fresquito» sin necesidad de parecer que acabas de salir del after de un pueblucho valenciano después de atiborrarte a calimocho.
La catadura de un mal también se pondera por el valor de los enemigos que crea, y si el aire acondicionado y los horteras en chanclas son las armas para combatir el calor, yo prefiero mil veces que venga el frío. Y es que una eventual derrota siempre nos dejará con la salud, y sobre todo con la dignidad, intacta.