Nuevo primero de mes, nuevo libro del Club de Lectura, y…
Perdón, perdón, empiezo de nuevo. Nuevo primero de mes, nuevo libro del Club de Lectura, nuevo aburrimiento desmedido, bostezos frenéticos y consecuente abandono antes de acabar. En la página 217 de 273, cuando empezaba el libro séptimo, ahí se quedó Don Anatole. El libro se había convertido en una lucha por la concentración y contra el sueño. Era abrirlo, empezar a leer y me podían pasar dos cosas: o empezaba a pensar en mis cosas mientras mis ojos recorrían las letras del libro, o me quedaba dormida sin remedio. Por medio me leí un pequeño librito de Zweig, Carta de una desconocida, a ver si cogía fuerzas, pero ni por esas. El libro se va haciendo pesado y pesado, hasta que pasé por la balda, me llamó Chandler y con él me quedé. Adiós, Anatole.
Y el caso es que me apetecía mucho leer este libro, no crean. Estaba con buena predisposición. Pero la buena predisposición no es un cheque en blanco hacia el autor. Al contrario, es la antesala de una mayor decepción si luego el libro no te gusta como habías esperado. En fin, es lo que hay: siempre digo que los libros son como los melones (frase poética donde la haya), y hasta que no los abres y empiezas a leer no sabes si te gustará. Todos leemos por recomendación la mayoría de los libros, y aunque este año del club está siendo realmente catastrófico, al menos ya no hay tanta tortura, porque he perdido la vergüenza de dejar de leer si me aburro sin ninguna piedad.
La isla de los pingüinos trata de la historia de Francia (o sea, una historia del mundo, que los franceses no hacen distinciones), pero contada mediante cuentos y alegorías. En unos tiempos remotos, un monje llamado Maël llega a una isla habitada por pingüinos y los bautiza por confusión. En el cielo, un coro de santos se reúne en el paraíso para discutir si éste bautismo es válido o nulo – esta parte reconozco que es muy divertida – y para resolver la eventual nulidad, deciden convertir a los pingüinos en seres humanos. Y empieza la historia. Y los nuevos seres humanos, habitantes de la Pingüinia, pasan por esos tiempos remotos, por la edad media y por los tiempos modernos, sucesivamente. Y tú le das gracias a la Virgen del Pompillo cada día y sobre todo cada noche, cuando coges el libro, por que Anatole terminó el libro en 1908 y nos ahorró el siglo XX. Dos guerras mundiales y otra fría entre pingüinos, el mayo del 68 con pingüinos protestando, un pingüino pisando la luna a saltitos, Françoise Hardy pingüina, la Caída del muro pingüino y un Ayatolah pingüinero… Y ME CORTO LAS VENAS.
En fin, la gracia del libro es identificar y situar a los personajes y situaciones en la historia de Francia, y así saborear la sátira y la crítica ácida. Pero yo estoy muy lejos de tener la cultura adecuada para disfrutar plenamente de la mirada de este señor sobre la historia de su país y así poderme reir. Y al contrario, ha habido partes que me han parecido un tostón infumable, y eso que yo fumo casi cualquier cosa.
Cuando llegué al affaire Dreyfus pero con los nombres cambiados, ya no pude más y ahí se quedó Anatole. Lo que es seguro es que esta es sólo mi opinión. Como cada mes, tienen otras en La mesa cero del Blasco, Delenda est Carthago, La originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).