Personajes

La literatura da muy buenos personajes, sin duda. Unos más creíbles que otros, o más coherentes, que la credibilidad no solamente está en los personajes y en lo que hacen, sino en cómo acompañan a la historia. Pero una siempre tiene la sensación de que, finalmente, al estar leyendo ficción, esos personajes no existen, o están convenientemente matizados para que la historia que el novelista te cuenta, sale como quiere el novelista.

En realidad no sé si sucede así. Nunca he escrito una novela, de manera que no puedo darles testimonio, y por otra parte, he oído a muchos autores decir que sus personajes hacen un poco lo que quieren y que, llegados a cierto punto, la novela se les va de las manos y empiezan a tener su propia vida. De eso sabemos mucho en el club de lectura, aunque por otras razones, y me temo que la independencia de los personajes son un mito, y que el buen novelista sabe bien controlarlos. Otra cosa es que no tome conciencia de su propia imaginación.

Pero a lo que voy. En la vida real una va encontrándose muchos personajes que podrían vivir perfectamente en una novela. Y eso le haría mucho bien a la humanidad, dicho sea de paso. Que vivieran sólo en las novelas, quiero decir, y me gustaría remarcar el sólo. No es necesario que sus vidas sean una aventura, ni tampoco es necesario que les pasen muchas cosas, ni siquiera que su existencia tenga el menor interés, fuera del daño que le hacen a los demás, para que se conviertan en personajes literarios, y por lo tanto, cuando uno repara en ello, en personajes increíbles. Increíbles.

Miren si no a su alrededor. Ese tipo amargado, que no sabe sonreir y cuyos ataques de importancia son un síntoma de su propia frustración. Miren a ese hombre frío, acomplejado en su pequeñez, que ignora el poder que tiene pero es muy consciente de la autoridad que le han otorgado y la utiliza en su propio interés aunque no sea ése el motivo y razón y fin de su autoridad, sin importarle lo que le suceda a los otros ni lo que suceda mañana. Miren a aquel tímido, incapaz de mirar a los ojos salvo cuando coge el revolver de las palabras, la guillotina de la orden, la soga con la que ahoga la discrepancia. Miren a ese personaje obediente que tienen delante, que sabe que ahora no le ven sus amos, que hasta aquí no llegan, para regodearse en la arbitrariedad, para intentar zafarse de una servidumbre que le convierte en un manso peligroso, peligroso en su hipocresía y en su utilitarismo. O el cobarde pero bueno y por ello tolerable, o el bueno pero cobarde, y por eso traidor…

Pensamos que los personajes infames que nos encontramos en la literatura no se dan en la realidad, o sólo se dan parcialmente. Creemos que el autor ha escogido atributos de aquí y de allá, que en la realidad serían peores o mejores, que los vemos siempre incompletos, pero yo creo que los personajes de la literatura sólo nos parecen incompletos porque los vemos enmarcados en una historia precisa, en una peripecia concreta, y no somos capaces de encuadrarlos en la vida real. Toda novela termina, y la historia acaba con ella, mientras que nuestra vida real sólo acaba con nuestra propia muerte y las vidas de los demás nos importaban cuando estábamos vivos, no sabemos qué pasará cuando estemos muertos. Nuestra vida, al contrario que una novela, tiene el final siempre abierto, y la peripecia está por escribirse, está por pasar. Pero aunque nos sucedan en la vida, y no en una novela, esos personajes con los que convivimos (y que sufrimos) pueden ser tan literarios como los que encontramos en cualquier libro, aunque demos en pensar que el atributo de «literario» los ennoblece y los convierte en más tolerables.

Llevo pensando en esto a ratos durante el fin de semana, y no crean que he llegado a ninguna conclusión, probablemente porque no la hay. Sin embargo, sí me parece que es una buena terapia considerar a algunas personas con las que estamos obligados a tratar como simples personajes de un libro, y fijarse mucho en lo que hacen, observarlos, tratar de encuadrarlos en la novela que es la vida que estamos viviendo, en los escenarios y situaciones que nos vemos obligados a compartir, situarnos con ellos en el mismo plano en el que nos situamos como lectores  de una novela, mirándolos desde fuera, juzgando sus actos, pudiendo memorizar sus acciones, para después contarlas, meterlas en un relato y hacer de éste una ficción pasajera, decidiendo incluso si cerrar el libro para continuar con la lectura más adelante, si mucho nos agobia su peso, o seguir unas cuantas páginas más para conocer qué pasa, qué sucede en la historia, como torpes escritores de la realidad al que se le van sus novelas de las manos.

 – ¿Qué te pasa, estás muy seria?

– Nada. Simplemente, es que no sé cómo acabar un post.