Tampoco se trata de abandonar completamente la costumbre de hablar de libros en este blog, aunque el tiempo de un post por libro lo haya dado por terminado. Este año, si me voy acordando, trataré de darles noticia de los libros del mes, como hacen en otros blogs que sigo y que me parece también una buena manera de hacer el resumen.
Este mes de enero he leído cuatro libros, de los cuales uno maravilloso, otro que me ha gustado bastante, uno bastante malo pero que no daña mucho y otro que me ha parecido el gran horror. Voy a empezar por lo bueno, que es lo que tiene interés.
Viajes con Charley, de John Steinbeck. Puede ser uno de los libros del año, no les digo más. Tuve noticia de este libro en el blog de Molinos. Ella lo había leído en inglés y decía en su post que era casi imposible encontrarlo en español, y yo le debí comentar que yo no tengo buen nivel de inglés para disfrutar de un libro, así que cuando se enteró de la reedición en castellano tuvo la amabilidad de avisarme y lo compré. Y ahora es mi turno para recomendarlo mucho mucho mucho muchísimo.
Steinbeck, en plena madurez literaria, llega a la conclusión de que no conoce su país y que lleva demasiado tiempo hablando y escribiendo sobre él de oídas o a través de recuerdos, o mucho peor, leyendo periódicos y viendo noticiarios, así es que decide acondicionar una furgoneta, a la que llama Rocinante, agarra a su perro, Charley, y emprende un viaje de 16.000 kilómetros por Estados Unidos para reencontrarse con su país. No es exactamente un libro de viajes, ni tampoco un libro de sociología. Ni siquiera es un diario. Se trata de un libro inclasificable, en el que Steinbeck nos habla de las personas que va encontrando, de los paisajes que va viendo, de las sensaciones que tiene, pero también nos habla de él mismo no como escritor (o no sólo como escritor), sino como persona, como ser humano.
El libro se bebe, y cada página se lee con una sonrisa, incluso las del final, en las que habla de la segregación racial del sur (años 60) con una indignación razonada y firme, pero llena de elegancia y de razón. En cuanto a Charley, el perro, actúa como un personaje del libro, pero Steinbeck tiene el sentido común de no humanizarlo, de dejarlo en su condición de perro, y precisamente por eso, consigue proyectar la ternura y el humor a muchos pasajes. También es muy curioso leer algunas cosas que nos parecen modernas (la obsolescencia programada, por ejemplo, los productos insípidos de las máquinas de vending, las ciudades como colmeneras, la falta de respeto en el cuidado del medio ambiente, las carreteras sin humanidad…) en un libro escrito en el año 60.
No voy a descubrir aquí a Steinbeck, sólo faltaba, (¡es Steinbeck!), pero sí les diré que es un escritor al que ahora pongo rostro y sentimientos. Antes era un señor que escribía de maravilla y podía quizá reconocerlo por alguna foto. Ahora es un ser de carne y hueso que me ha dejado enamorada de su vida, de su gente, de él mismo y… por supuesto de su perro.
Con Chirbes me ha pasado algo parecido, pero revés. Antes era un señor que escribía de maravilla y ahora es un ser de carne y hueso que no puede caerme peor. Un plasta de tomo y lomo, un pedante y un intenso, además de ser farragoso hasta el punto de resultar casi ininteligible. Chirbes recopila en El novelista perplejo una serie de conferencias y charlas que ha ido dando por colegios, universidades y otros sitios que ni recuerdo ni me apetece levantarme a mirar. Y se ve que el editor le debió de decir «hombre, tráete para acá esos apuntes tuyos, que los recopilamos, hacemos un libro y nos sacamos unas perrillas». Y yo pasaba por allí, y el editor se sacó unas perrillas.
Miren, lo he terminado porque era un libro de una tertulia a la que acudo y además, al ser Chirbes, yo me había comprometido a exponerlo. Y lo expuse, vive Dios… Chirbes, como novelista (sin perplejidades) me encanta, me parece que tiene una fuerza y un dominio del idioma formidable, y creo que sus historias son duras, secas, fuertes, llenas de contundencia, pero extraordinariamente bien contadas. Sin embargo como ensayista es incomprensible, oscuro, pesado, farragoso, aburrido como leerte un contrato de 200 páginas y anodino como mirar una pecera sin peces. Que no digo que no tenga interés lo que dice, pero descifrarlo es una proeza, porque en cada párrafo te mete ocho o nueve ideas, algunas muy inteligentes y otras, como no vayas avisado, completamente estúpidas. No sé cómo es su voz, pero me la imagino fuerte y bronca. No le he oído nunca hablar, pero le imagino como una de esas personas desabridas que justifican su mal humor con la franqueza, y que no es que parezcan desagradables porque son serios, sino que parecen serios porque son desagradables.
En fin, el libro milagrosamente no salió por la ventana pero está en la balda de los warning. Y si el libro está en la balda de los warning, el autor va a la nevera para lo que queda de lustro, y que conste que lo acabamos de empezar. Me ha enfadado perder el tiempo con eso, y mucho. Por lo demás, no me digan que no les avisé: si ven ese libro en una librería y no están haciendo una tesina sobre este autor, huyan. No tiene el menor interés y es un rollo patatero.
También he leído en enero Yo no, de Joachim Fest, que es un libro que reseñé aquí (EL BUSCALIBROS), y del que si quieren leer la reseña completa no tienen más que seguir el enlace. En ella decía que Fest nos cuenta el ascenso del nazismo y el ambiente opresivo e irracional que se instaló en Alemania con el ascenso de Hitler. Y nos lo cuenta desde el punto de vista del resistente, del no alineado, del opositor. Su padre, profesor, católico y defensor de la república de Weimar con todos sus defectos, no se sometió al nazismo, a pesar de perder su trabajo y de convertirse poco a poco en un apestado social. «Yo no» hace referencia a la posición del padre y a la suya propia.
En Yo no, Fest no nos propone la mirada de un niño, sino la de un hombre que recuerda. No es un libro de historia, sino de personajes reales en un marco histórico excepcional, y como tal debe leerse. No habla de su padre como de un héroe, sino como de un hombre recto, con principios irrenunciables, un hombre firme en lo político aunque también estricto en lo cultural y en el terreno de la educación. Y cómo ese padre, resistente y digno, les inculcó que oponerse a la barbarie era lo correcto, lo que moral y éticamente debía hacerse, aún a riesgo de perderlo todo. Fest nos habla de su padre con más respeto que cariño y con más frialdad que admiración y nos dice aquí tenéis un ejemplo, aquí está la prueba de que hubo también alemanes que no se rindieron a la locura, la prueba de que hubo hombres que tuvieron la lucidez de verla llegar. Ése es su libro, y ésa la memoria que nos deja.
También nos habla Fest de sus lecturas y de su descubrimiento de la música. Y quizá ésas son unas páginas que se hacen algo pesadas, porque yo creo que el interés está en la mirada de la sociedad de Fest más que en su retrospectiva intelectual. Con todo, un libro muy interesante, escrito con amenidad y que me parece muy recomendable.
Y finalmente, el libro tonto del mes del que ya les hablé AQUÍ hace unos días, el Entre limones de Chris Stewart, al que creo que ya le he dedicado demasiado tiempo en mi vida como para entretenerme más en él.
Y ahora que miro la entrada en el preview me digo si no sería más sensato escribir tres reseñas cortas que este ladrillo de entrada, pero, en fin, déjenme probar y tratemos de ser todos felices.