Entre limones, de Chris Stewart

entre limonesHoy, primero de febrero, toca inaugurar el nuevo año del Club de lectura comentando el primer libro de 2015, en este caso, el primer pestiño de la temporada. Desde luego, como dirán mis compañeros de fatigas, en peores plazas hemos toreado, y hemos leído rollos mucho peores. Cierto. Pero decir esto no le añade ni un ápice de interés al libro que nos ocupa en esta ocasión, cuyo autor es un perfecto esnob que, además, escribe bastante mal.

Chris Stewart por lo visto fue el batería del grupo Genesis. No sé si le echaron por tontainas o por darle mal a las baquetas, pero el caso es que cuando dejó de tocar se dedicó a dar tumbos por el mundo hasta que llegó un buen día a Las Alpujarras. Allí encontró un cortijo medio derruido, propiedad de un rústico lugareño muy bruto, sacó cinco millones de pesetas del banco y se lo compró para instalarse allí con su mujer, a quien no llama la santa pero debería.

Ah, la vida del campo. Las ovejas, las cabras y las gallinas. Los perros asilvestrados, los gatos famélicos y los ratones de campo. Los tábanos, las avispas y los taimados alacranes. ¿Y qué me dicen del olor a bosta mezclado con el romero? ¿y esos amaneceres cuyo silencio sólo es perturbado por el runrún del riachuelo que transcurre por esa acequia cercana? ¿y los rocíos? ¿y los atardeceres? ¿y la luna alpujarreña? ¿y el vino peleón acompañado de un buen pedazo de tocino grasiento? Qué bonito todo. Y qué falso.

Chris Stewart nos cuenta cómo va a la búsqueda de la incomodidad y la encuentra, algo que está al alcance de cualquiera aunque sólo tenga media neurona. El quiere vivir como los rústicos, así es que se interesa por ellos y trata de imitarlos, y de toda esa querencia por las penalidades resulta un libro. Se me escapa el romanticismo que puede tener dormir pensando que se te va a caer encima un pedazo de viga o un montón de gusanos, no disponer de agua corriente ni de luz, o vivir «en lo que sólo se puede describir como un establo» rodeado por ovejas malolientes y llenas de polvo, cagarrutas y moscas. Pero lo que otros viven porque no tienen más remedio estos señores lo buscan para poder contarlo. Donde quiero llegar es que el libro podría tener algún interés antropológico si te lo contara un lugareño leído, pero en su caso, este Chris no necesitaba escribir un libro para demostrarnos que la frivolidad y el esnobismo puede llegar hasta Las Alpujarras.

…Ya no había manera de pararnos. Teníamos agua corriente, calentador, cocina y carretera. Estábamos volviendo rápidamente a convertirnos en esclavos de todas las cosas de las que habíamos venido a escapar a este lugar perdido…»

De verdad que cuando leo cosas de este tipo me pregunto delante de qué clase de imbécil me encuentro. Estos hippies de pacotilla se sienten doblemente superiores y nos lo cuentan para que aprendamos mucho de ellos. Superiores a los lugareños, que viven en el atraso sin querer (¿cómo es que no disfrutan sin cocina de gas?), y superiores a las personas que vivimos en la ciudad, que somos  unos desgraciados y unos tristes, incapacitados para la felicidad y la vida sana. Eso sí, aparte del aeropuerto a 60 kilómetros, también pueden hacer vida social de verdad, porque no son los únicos que viven en ese campo de prêt à porter. De hecho nuestro Chris vive en una sociedad de ingleses estrafalarios que han elegido la misma vida de campo llena de animales domesticados. Porque los lugareños sirven para que nos cuenten en un libro sus extravagancias rurales, y que tanto sorprenden al único paleto que realmente sale en el libro, que es el escritor.

Sobre la calidad literaria, pues es de una vulgaridad muy de Readder Diggest, no tiene el menor interés. Las descripciones del campo pretenden ser exhaustivas, pero terminan haciéndose muy pesadas y reiterativas, además de horrorosamente cursis y con sobreabundancia de adjetivos:

En primavera el florecer de los naranjos te coge desprevenido. Al principio sólo se nota una pálida bruma entre el verde oscuro de las hojas, que es el verde de los capullos de las flores. Entonces, de repente, los capullos se transforman en exquisitas estrellas blancas de cinco pétalos que salen en forma radial de unos pistilos y estambres de color amarillo cremoso. El olor es delicado y embriagador, y cuando cada uno de los árboles se convierte en una masa de flores blancas, queda suspendida en el aire una nube casi tangible de olor a azahar».

¿De dónde demonios habrá sacado esta descripción? ¿Pistilos y estambres? ¿amarillo cremoso? ¿una nube tangible de olor? ¿Pero esto qué es? Miren, la historia es una tontada, pero lo peor es que acabas de retamas, y de tomillo, y de verdes campos ribereños, y de resecos sarmientos, y de geranios y de amapolas hasta la buganvilla, digo hasta la coronilla.  La lectura de este libro ha sido un frenético bostezar tachonado de reverberaciones difusas de una siesta en calma, que sería capaz de decir nuestro Chris.

En fin, ya lo dejo, que no tiene más vueltas el libro. Tienen como siempre otras opiniones sobre el libro, supongo que más benévolas, en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).

 

 

17 comentarios en “Entre limones, de Chris Stewart

  1. Coincido en todo contigo, Carmen. Solo que tu reseña cabreada es mucho más divertida que la mía. Ay cómo me he reído con el único paleto que sale en el libro y del frenético bostezar. Hemos empezado el año bastante mal. A ver si es lo peor.

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  2. Posiblemente me he reído más con la reseña que con el libro pero creo que eres demasiado despiadada. Además, piensa que cada uno da de sí lo que da, así que si este hombre es feliz con estás tontás pues que sea feliz, otra cosa es la despiadada Bichejo que nos ha obligado a cruzarnos en su camino.
    En fin, que si esto es lo peor del año es que va a ser un año estupendo.

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  3. Jajaja, no pienso ni acercarme al libro, pero cómo me lo he pasado con tu comentario. Me ha matao la cita sobre los naranjos en flor. Me da mucha tranquilidad saber que las flores se abren de forma radial. Mira tú que fueran a abrirse paralelamente, más que una flor parecería un comecocos…
    Y lo mejor es imaginarme a los lugareños en el bar comentando la jugada «¿Habéis visto al guiri ése? Dicen que no tiene ni agua caliente, si será g…». Ya van a tener entretenimiento para rato.
    Un saludo

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  4. Pingback: Libros en enero – Un mundo para Curra

  5. Tenía ganas de leer este libro, leí «Tres maneras de volcar un barco» y me pareció… no sé, pichín, ni fú ni fá. Pero pensé que igual éste estaba mejor… me parece a mi que me equivocaba.

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