El sentido de un final, de Julian Barnes

El sentido de un final Julian BarnesÉrase una vez tres amigos, Tony – el narrador -, Alex y Colin que eran felices, y a ellos se les unió Adrian, un tipo realmente particular. Cuando digo particular lo que quiero decir es que era raro de narices. El tal Adrian se une al trío para hacer un cuarteto en el que él, Adrian, sobresale sobre todos los demás por su brillantez. Una mente privilegiada. La vida pasa por estos adolescentes, entre discusiones filosóficas de lo más repolludas y otras cosas también típicas de adolescentes. Y pasan cosas. Pasa sobre todo que Adrian le levanta la novia a Tony y luego se suicida, sin que haya entre estos dos acontecimientos una relación de causa efecto. Todas las cosas que pasan las cuenta Tony cuando ya ha envejecido y es un señor jubilado con poca o ninguna preocupación salvo la de pasear y holgar. Y no lo había olvidado, pero casi, y probablemente se hubiera dedicado a pensar en el futuro de su nietecita, o en su relación con su hija, o en la concatenación celeste de los astros siderales de no ser porque recibe la llamada de una abogada en la que le comunican que la madre de su antigua novia, Verónica, le ha legado 500 libras. Y la historia entonces se convierte en una intriga muy atenuada por las reflexiones de Tony sobre la percepción del pasado, la memoria y la culpa. Cuando digo muy atenuada lo que quiero decir es que mientras tú estás interesado en saber qué pasa, el tipo te está mareando con tontadas. O al revés, que mientras tú estás toda sesuda tratando de valorar el sentido de sus reflexiones, te viene a distraer con la historieta de las 500 libras. O sea, un bodrio. O bueno, venga, va, tal vez no es un bodrio, pero es un libro que no acaba de cuajar, está como a medio hacer.

Un libro como desganado, o deslavazado, o como si empezara con ganas de contar la historia y luego se da cuenta de que le salen dos historias pero no se atreve a tirar lo que ya ha escrito, y por medio tiene otra idea pero no le da para otra novela o… o sencillamente, quería contarnos un pensamiento, como es que si nuestros deseos, cuando se cumplen, pueden causarnos remordimientos, o si la percepción de la realidad pasada por el tamiz de la memoria es real por irrebatible. Asuntos sesudos, sin duda, pero, francamente, Barnes no lo sabe desarrollar.

A Barnes le dieron el Booker por esto y habría que preguntar a los señores que conceden el Booker si se lo dieron por porque pensaron que ya era hora de darle el premio a Julian Barnes o simplemente porque se habían pasado con el orujito de después de la comida. En una porra, votaría por esto último. En fin, como cada mes, tenéis otras reseñas sobre este libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdida, Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y por supuesto, en el Club de Lectura en el que, a partir de este mes, además de leernos podéis escucharnos a través de nuestra nueva emisora de podcast.