Polonia en dos ciudades

Vengo de pasar unos días en Polonia. Hay otros viajes a lo largo del año, claro que sí, pero ya desde hace algunos reservo unos días en agosto para conocer mundo, que es muy grande y tiene muchas cosas para mirar y ser miradas. Que no es lo mismo. Tiene que ser agosto por razones que no vienen al caso en este post, y aunque no es el mejor mes para viajar, los países están ahí incluso en este mes tan hortera, inmutables. Y este año, como digo, le ha tocado a Polonia.

Polonia es un victimario. Un país rodeado de imperios malotes y largamente gobernados por dirigentes con muy malas pulgas. Y así les ha ido: han recibido bofetadas hasta en el carnet de identidad y de hecho se pasaron un siglo entero in albis, conquistados por unos y por otros y manteniendo a duras penas los bailes populares y la lengua polaca, un idioma seseante y con muchas ies, plagado de uves dobles y de zetas y que no tiene compasión ni siquiera a la hora de inventar nombres para las calles. Así es que una se conforma con mirar, sin saber muy bien dónde está cuando se orienta en un mapa. Y cuando encuentras dos calles paralelas que llevan al mismo sitio y que se llaman, respectivamente, Starowislna y Stradowiska, sólo te queda fuerza para combatir cierto sentimiento de frustración que se parece mucho a la melancolía.

El viaje ha sido corto y sólo he estado en dos ciudades: Varsovia y Cracovia. Varsovia, como sabe todo el mundo, fue arrasada en la Segunda Guerra Mundial (quedó UN edificio en pie), pero los polacos tuvieron la paciencia y el buen sentido de reconstruirla tal y como era. No toda, naturalmente, porque los malotes del Este impusieron su mierda de ideología también en los edificios, y se ven bastantes colmenas en las que el obrero era feliz, según ellos, y algunos mazacotes en los que se reverenciaba al Partido de los obreros felices. Con todo, su ciudad vieja es encantadora, y pasaría por cualquier centro rehabilitado de cualquier ciudad que no hubiera sido destruida.

Cracovia es otra cosa. Una ciudad pequeña, que sobrevivió a las bombas de los liberadores rusos gracias a que los animales nazis habían huido. Eso les ahorró tenerse que guiar por los cuadros de sus antepasados, y la ciudad se conserva de maravilla. Una ciudad antigua y armónica, preciosa, limpia, alegre, y cuyo perímetro no está marcado por unas murallas, sino por un bonito parque, lo que no deja de tener su parte de poesía. El barrio judío, fuera del perímetro, se mantiene, avejentado pero en pie, y es ahora un barrio vivo y animado, y muy interesante.

He visto un país sin euro y por lo tanto, con fortuna. Ciudades modernas, abiertas, alegres y animadas, con habitantes como usted o como yo, probablemente con las mismas ambiciones y las mismas preocupaciones. Los mismos coches, las mismas tiendas, los mismos anhelos y las mismas razones para vivir en paz. No desde luego con la misma historia. En estas dos ciudades hubo un gueto, de los que no queda más que sombras del recuerdo, engullidos en la tristeza de barrios más vulgares que humildes. Y junto con los guetos, se cometió un genocidio. Nada se puede comparar a esto, y es algo que no debe olvidar la cabeza del visitante.

Este país seguirá rodeado de países malotes y con malas pulgas, que malos vecinos los tenemos casi todos. Pero ellos seguirán ahí, con sus uves dobles y sus zetas, con su lengua seseante y de muchas íes, su carácter afable y su propia personalidad, que para eso han sufrido tanto por mantenerla. Les iba a poner una foto evocadora, pero WordPress debe de estar de vacaciones y no me deja. Así que vayan ustedes mismos y vean, que les gustará.