Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie, de Juan Eslava Galán

Una-historia-de-la-guerra-civil-que-no-va-a-gustar-a-nadie_9788408107156Hoy, como cada día 1, toca post del club de lectura, y en esta ocasión, los honores son para el libro de Juan Eslava Galán Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie. Y yo creo que con este libro he escrito el título de entrada más largo de toda la vida del blog, con diferencia.

El título es de lo más adecuado. Casi ochenta años después, los españoles hablamos con tanta dificultad como falta de mesura de una guerra de la que ya van quedando pocos testigos que fueran adultos por aquel entonces. La historia, con minúscula, para aquellos que la habían vivido, debía ser recordada, en el mejor de los casos, con un horror que invitaba más al olvido, y en el peor, con el mismo odio con el que se fraguó. Los hijos, los niños de entonces, han transmitido esos recuerdos o esos no recuerdos a los nietos siguiendo el ejemplo de los padres.

La Historia con mayúsculas ha sido contada a trozos, siempre detrás de un tamiz ideológico del que es difícil desprenderse, también en el mejor de los casos. En el peor, nos han contado una guerra hemipléjica, una de buenos y malos, de héroes y de villanos, de canallas que sólo habitaban en un lado y de víctimas que lo eran por pertenecer a un bando, y no por haber transitado por una época de la historia de España que sólo exigía una pequeña excusa, ni siquiera una mala razón, para que te mataran.

Estoy educada en una familia en la que se habla poco de la guerra. Nunca se nos mencionó las crueldades, las barbaridades, las atrocidades de las dos Españas, no al menos con nombres propios, no al menos a partir de anécdotas, no desde luego señalando a nadie, y en absoluto con rencor ni con odio. Sí del hambre, de las penurias, de la necesidad, de la miseria, de todo aquello que trae cualquier guerra. Pero lo que no trae cualquier guerra es la matanza entre hermanos, entre vecinos, entre amigos, entre conocidos. Aquel al que se llevaron en una saca, o ese otro que delató al compañero. Y al cabo, las historias se conocen, cuando la conciencia del horror actúa de vacuna contra el odio. Y sólo quiero recordar a mi abuelo decir que cuántos hombres justos habían sido fusilados por nada, y cuantos otros canallas en el frente se habían librado de ser condenados por sus tropelías.

Quien más y quien menos tiene una historia que contar. Un abuelo, un padre, un tío, una hermana, en cada familia hay un ataúd cerrado por la guerra. Y en algunas familias, el odio lo vuelve a abrir cada vez que se habla de la guerra del 36; y en otras muchas, el odio se eleva al todo, es el odio a la idea de guerra civil, de la guerra entre hermanos. Y en esas casas, entre esas familias, las historietas de buenos y malos, las caricaturas de antes y de ahora, repugnan, porque lo único que cabe hacer con ese pasaje tan espeluznante de nuestra historia reciente es reconocer la vergüenza de una locura colectiva en la que la mayor responsabilidad no estaba en uno de los bandos, sino en los dos, sostenidos por la miseria y la ignorancia de un pueblo que sólo valía para ser masa, ser conducida como víctima o azuzada como verdugo.

Claro que es una historia que no va a gustar a nadie. Porque todavía hay gente en España que piensa en los mismos términos que muchos dirigentes de hace ochenta años. Todavía hay gente en España para la que sólo hubo unos malos canallas, y los otros eran víctimas, o simplemente se defendían. Todavía hay gente en España que se olvida de lo que unos hicieron, para alzar el dedo y señalar al otro. Para los que las batallas fueron ganadas o perdidas por buena o mala suerte. Porque vivimos en un país en el que no sabemos afirmar sin negar al otro. Un país en el que se despacha con demasiada frivolidad y brocha gorda asuntos que deberíamos respetar, porque deberían aterrarnos.

Y Juan Eslava Galán empieza con los movimientos de tropas de la «cuartelada», sigue por las chispas que encienden la mecha (los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo), se entretiene en describirnos los saqueos, las salvajadas, las matanzas, las sacas; continúa con la desconfianza, el miedo, el caos, hasta que dice basta, porque con varios capítulos uno ya se hace una idea de que la impunidad es la peor arma que se le puede dar a un canalla, sea del bando que sea.

Y luego nos cuenta las batallas más importantes, Norte, Belchite, Badajoz, Teruel, Brunete, tantas otras, y nos cuenta cómo se desarrollaron sin pararse a justificar, a señalar, o a acusar. Batallas en las que murieron nuestros abuelos, en las que hubo héroes a los que deberíamos honrar, pero que preferimos desconocer, tapar, esconder y olvidar. Y se detiene mucho en Madrid, no puede ser de otro modo, en ese Madrid en el que cayeron la mayor parte de las bofetadas, de un lado y de otro, ese Madrid tan vilipendiado hoy en día en el que tanto se tardó en entrar y que tanto sufrió por resistir. Y lo hace de forma muy amena, citando casos, anécdotas, diálogos, dejando trozos de historia y de historias de personas con nombres y apellidos, algunos relevantes, otros no tanto, que le dan verosimilitud, veracidad y verdad al libro.

Yo lo leí hace algunos años y ahora lo he releído por encima, lo que dan un par de horas de refresco. Y he vuelto a reconocer en el libro cómo el autor no carga contra ninguno de los bandos, que es una cosa tan irritante como ridícula. Aunque quizá, lo más irritante, sea el título: si no le va a gustar a nadie es porque, ochenta años después, muchos todavía pretenden pertenecer a uno de los bandos, aunque hayan nacido anteayer.

Yo recomiendo la lectura de este libro. Aunque tenéis, como cada primero de mes, otras opiniones sobre él en La mesa cero del Blasco, en La originalidad perdida, en Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes seguiremos hablando de él en el blog del Club de lectura.