En estos tiempos de Masterchef, de estrellas Michelin un peu partout y de amor no sólo por los olores y sabores sino también por los colores, si dices «cocina» uno piensa automáticamente en una toque blanche y en eso tan velasqueño de «mamá, yo quiero ser artista». En mi caso, y desde hace un par de semanas, yo pienso únicamente en eso que ven a su izquierda, que también es una cocina y cuya única cualidad de «haute» es que la he pedido de 90 cm para evitar jorobas futuras, o lo que es lo mismo, eventuales dolores de espalda. Les presento mi nueva cocina del Poblachón, mientras les mando un saludo ante los previsibles aplausos.
Esos cajoncitos que ven a la izquierda no fueron idea mía sino de mi hermana, que consideró, con buen criterio, que siempre hay mucho trapo que guardar. En el proyecto inicial, debajo de la vitro había dos cajones, dos gavetas y una puerta, pero hay que dejarse aconsejar aunque con ciertos límites. Ya saben ustedes que cuando una se mete en reformas, lo peor que se puede hacer es preguntar, porque todo el mundo tiene ideas pero nadie pone dinero. Por eso aquí sólo opinó una de mis hermanas, que siempre ha sido muy cuidadosa con la economía familiar, y ya.
Por lo demás, la encimera será de color lima, decisión propia y bastante arriesgada, porque los azulejos no son ni mucho menos blancos. Datan de 1976 y tienen un dibujo de redondeles indescriptibles que combinan el amarillo limón y el verde manzana. Algunos lo llamarían vintage, pero yo les digo la verdad: tú pones unos vasos de duralex, metes ahí a Ana Duato y viene la familia Alcántara en fila india a pedirte el desayuno. En fin, a las malas me tocará pintar pero hasta que mi economía se recomponga, me conformaré con apretar las mandíbulas cuando recoja los platos.
Yo ahora les debería hablar de Concha Piquer, cuando decía aquello de «dime que me quieres, dímelo por Dios, aunque no lo sientas, aunque sea mentira», pero no sé si no será una digresión excesiva. Y es que lo que vale para el amor no vale para los proyectos de cocina, y estoy segura que Doña Concha estaría de acuerdo. Si me dices que estará instalada en San Isidro, yo te quiero. Y también te querré si me dices que no estará para San Isidro. ¿Por qué? Pues porque esto no es amor, y además no tengo prisa. Eso sí, amor mío, piensa en mí, aunque no me quieras, y, sobre todo ¡NO ME DESINSTALES LA COCINA VIEJA ANTES DE UN PUENTE SI VES QUE NO TE VAN A SERVIR LOS MUEBLES DE LA COCINA NUEVA A TIEMPO, COJONA!
Je respire. Je respire et je pense à la toque blanche… Je respire… En fin, tras el hervor vuelvo a mi calma habitual para comunicarles que el jefe de proyecto (también conocido como el artista) ha tenido un pequeño desfase inesperado y me ha dejado la casa inhabitable. Lejos de enfadarme, he anulado las vacaciones previstas y he recompuesto la agenda, con gran alegría de mi corazón. Así es que este puente de San Isidro ejerceré de buena madrileña y me quedaré en los Madriles. Y comeré rosquillas de limón, chin-pon.