Volví ayer sábado de vacaciones, temiendo la caravana y, sobre todo, los vientos polares que ya amenazaban con aparecer en el poblachón. Y si sólo aparecieran vaya que te tira, pero lo peor es que te llevan volando.
No me ha costado volver, entre otras cosas porque llevaba allí desde el sábado pasado y ya se me estaba poniendo hasta el acento del lugar.
– ¿Y tú desde cuándo estás aquí?
– Máaa
El plan de la semana no era plan. Consistía en cruzar los dedos para que no lloviera y poder dedicarme a pasear a las perras por el pinar o por el robledal, que son los dos tipos de bosques que están a un lado y otro de la carretera que lleva a Avila. Es como una frontera y tú eliges el tipo de campo que prefieres: un bosque tupido y lleno de piñas, con muchas cacas de vaca por todas partes, o un pastizal con robles desperdigados lleno de palos y con muchas cacas de vaca por todas partes.
Como sin duda ya han advertido vds, el suelo contiene elementos comunes y elementos específicos, y esto tiene su importancia cuando paseas con perros, no crean que no. Yo prefiero tirarles piñas, me parece más romántico, aunque con los palos, en especial si son largos, consigo llegar más lejos. Aparte de que van volando en círculo y cuando salen del brazo hacen un ruido como de látigo que es muy sugerente. No he notado preferencias por parte de Curra ni de Wilma sobre ir a por una cosa u otra. Bueno, para decirlo todo, Wilma va y viene incluso aunque no le tires nada. En esto Curra es una perra mucho más moderada y cabal.
En cuanto a las cacas de vaca, es algo que me concierne a mí exclusivamente, que no relajo la atención para no pisarlas y también para que Curra no se me revuelque en alguna. Esta semana lo ha logrado sólo en una ocasión, así es que sólo he tenido que bañarla una vez. Ya hubo cierta Semana Santa que se metió en un estanque lleno de renacuajos y de lo que no eran renacuajos, todo porque una niña que yo me sé tiró una piedrecita por ver qué pasaba. Y lo que pasó es que Curra creyó que tenía que ir a por ella…
En el plano gastronómico, no he tomado torrijas, si exceptuamos una marranada que me sirvieron una noche que salí a cenar con amigos. Mi colesterol no ha sufrido en absoluto, más bien se diría que se ha beneficiado de la cocina poblachonera: los chuletones, morcillas, patatas revolconas de un lado y las pastitas y croissants por otro son una trampa que hacen del poblachón un lugar de lo más revolucionario, porque allí se pone fin a cualquier régimen establecido. En cuanto al aspecto deportivo, tal vez les parezcan poco dos caminatas al día por esos campos de Dios y de animalitos de granja. Sin embargo, quedé una tarde para jugar al padel y fue algo muy moderado, no hay que olvidar que la última vez que jugué me dejé un gemelo en la batalla. Y no me daba miedo rompérmelo, sino tener que ir al médico a escuchar su opinión sobre la edad real y la edad aparente. Y yo, de vacaciones, no estoy para escuchar opiniones de ningún médico.
Por lo demás, quería aprovechar para encargar una cocina nueva y para solucionar unos papeles en el ayuntamiento. Lo primero lo he logrado y lo segundo no: cazar abierto a ese ayuntamiento es complicado, pero ya encontrar a alguien con algo de criterio como para registrar una sencilla cuenta bancaria requiere unas habilidades fuera de mi alcance. A mí, en el poblachón, sólo me queda imaginación para tirar palos. Con silbido de látigo, que es muy sugerente.