Debe de ser muy chulo ser madre. Sufrido, sí, pero debe de ser muy chulo. Las madres ocupan un sitio de honor en el imaginario colectivo. Normalmente, las madres son representadas como mujeres jóvenes. Entre sus atributos, la paciencia, la dulzura, la practicidad, una inestimable capacidad para el diagnóstico y posterior sanación de enfermedades y una no menos interesante habilidad para el manejo de los conflictos. Luego, la realidad de estas madres jóvenes varía entre la proto-maruja que se ha descuidado sin piedad hasta la joven profesional y moderna de manicura impecable. Pero ésa es la realidad. En nuestra mente, una madre está representada por una joven guapa, sonriente y muy feliz.
Yo he puesto «madre» en google, luego he pinchado en imágenes y me ha salido lo que ven a su izquierda. En las más de las ocasiones, decir madre y empezar a leer cursiladas es todo uno. Decir madre es absorber de golpe la idea de belleza, felicidad y bondad, además de un tenue rayo de sol que se refleja en una cuidada melena…
Las madres van asociadas siempre a los niños pequeños. Esos niños adorables, angelicales y de cabellera dorada, que sonríen con sus dientecitos de leche y hacen ingenuas preguntas con su lengua de trapo. Los padres, ella y él, contribuyen a esa imagen, y al final es la que eligen para el recuerdo. Normalmente, les hacen las fotos en los momentos entrañables y les graban en video aprovechando sus momentos divertidos. Esos momentos suelen ser los menos, pero cada uno elige sus recuerdos, y está comprobado que lo malo suele escapar por el sumidero del inconsciente.
Y un buen día, los niños crecen. Pierden esa letra redondeada con la que escribían «para mi mamá» en las tarjetas de felicitación del primer domingo de mayo. Y siguen creciendo, hasta que empiezan a hacerse la maleta solos, y ya no son niños, sino chicos. Y entonces las madres ya no son esas jóvenes idealizadas, sino unas señoras tirando a muy pesadas que se preocupan por cosas incomprensibles: ¿Pero qué me va a pasar de noche, mamá? Y esos chicos un buen día cogen la maleta y se convierten en hombres, o en mujeres, que a su vez se convierten en padres, o madres, y la madre originaria deja de ser madre, y se convierte en abuela, y entonces el imaginario cambia el tamizado rayo de sol en el pelo por unos ojos vidriosos y sabios.
Pero la madre sigue ahí. Sigue ahí para su hijo, ahora convertido en hombre. Sigue ahí para su hija, que ahora es una mujer madura. Y sigue teniendo entre sus atributos, ahora convertidos en realidades racionales y comprobadas, la paciencia, la dulzura, la practicidad, una inestimable capacidad para el diagnóstico y posterior sanación de enfermedades y una no menos interesante habilidad para el manejo de los conflictos.
Una madre.