Una asistenta extrajera que trabajaba en mi casa, que por cierto ha regresado a su país, me dijo en una ocasión que al día siguiente llegaría algo más tarde porque tenía que hacer unos trámites para conseguir la nacionalidad española. Mi respuesta, reconozco que sin reflexionar, me salió del alma:
– ¿Pero por qué?
Supongo que cinco minutos antes habría leído yo cualquier periódico y estaría en ese estado de desolación antipatriótica que se me queda siempre que acabo de leer la sección de nacional. O quizá me vino a la mente aquella frase de Cánovas, que decía que «es español el que no puede ser otra cosa». Ella me miró sin comprender y supongo que le pareció una falta de tacto por mi parte, y hasta puede que tuviera razón. Esta brusquedad nuestra, tan maleducada, tan de escupidera, tan de contestar con prontos, tan irreflexiva, es el reflejo de lo que es un español de pura cepa. Dime qué piensas y me opongo, qué haces y te lo critico y qué quieres, que quiero algo igual.
Me venía esta anécdota a la cabeza leyendo un artículo sobre la intención del gobierno de uniformizar los exámenes (test o juicios) que se hacen a los inmigrantes para determinar si están suficientemente integrados y así, si los superan, darles la nacionalidad española. Por lo visto, aquí cada uno pregunta un poco lo que le da la gana, hasta el punto en que hay casos en que lo que se hacen son exámenes de cultura general que no pasaría el 60% de los españoles, por poner un porcentaje amable. Porque si tú preguntas por ahí, como decía el periódico, cuáles son las dinastías que han reinado en España, hay españoles a los que habría que explicar previamente lo que es una dinastía.
Pero en fin, que el gobierno va a poner orden. Eso de que se pregunte qué pasó en 1714 no parece una buena idea, porque tal y como están las cosas, la mayoría contestará que es el minuto en el que el Camp Nou se dedica a pedir la independencia. Y por otra parte, para detectar a un español, no hay que preguntarle si sabe quién es Bárcenas, sino si le tiene un poco de envidia.
Yo, francamente, creo que bastaría con medir los decibelios que alcanza el inmigrante cuando discute. Y si todavía son pocos, le daría el libro de Belén Esteban para que se lo leyera por encima y una bandera con la condición de que sólo la usara en caso de que España llegue a una final de un mundial. Con eso y con un «vuelva vd. mañana», asunto resuelto.