No llegué a conocerla en persona. La contraté a través de la conserje, una portuguesa a quien yo no entendía nada de lo que me decía pero con la que mi madre mantenía unas conversaciones de lo más apañadas. Ellas creían que se estaban hablando en francés, pero para mí que usaban una especie de esperanto ibérico que, más que lengua vehicular, se quedaba en un trasunto de ida y vuelta entre ellas. He de decir que yo tampoco entendía a mi madre cuando hablaba a la conserje, aunque las oía perfectamente porque como saben vds, cuando no se domina una lengua se tiende a hablar a gritos.
La cuestión es que a la semana de estar en París yo me dije que necesitaba una asistenta en mi vida. Es verdad que viajaba mucho y que raro era el fin de semana que me quedaba allí. Entre eso y que una mujer que solo va a casa a cenar y a dormir no puede ensuciar mucho, la asistenta parece un lujo, pero lo cierto es que las asistentas hacen una especie de reseteo que logran que, cuando llegas a casa, llegues a casa. Así es que le pregunté a la conserje portuguesa si conocía a alguien de su confianza que pudiera venir un par de días a la semana. Y me envió a Doris, de quien nunca conocí más que su letra, y su voz las dos únicas veces que hablamos por teléfono: el día que la contraté y el día que me despedí.
Teníamos un cuadernito en la cocina para intercambiarnos los mensajes. Nunca tuvieron demasiada enjundia, también es verdad. «No venga el jueves, porque no vuelvo hasta el lunes»; «Por favor, no planche los puños con raya»; «Los zapatos fuera del armario son para limpiar». Ella, por su parte, me decía «he comprado productos, le dejo la cuenta», «el botón de la blusa está en el cenicero»; » No he limpiado la terraza porque va a llover».
Sí conoció a mi madre, y a algunos amigos que coincidíeron con ella por las mañanas. Por lo visto, la primera vez que se encontró con alguien en casa se asustó un poco. Se asustó ella y la pobre Merchitas, que no se esperaba que de pronto entrara alguien (a mí se me había olvidado avisar, un despiste). Parece ser que le estuvo preguntando si yo estaba en alguna de las fotos y quién era. Se ve que tenía curiosidad. Al cabo del tiempo, cuando por fin coincidió con mi madre, ya pudo conocer todo el «who is who» foteril, porque la única foto en la que se infería claramente el parentesco era la de Curra…
Haciendo una mini mudanza en casa, un papelito ha caído de un cuaderno. Y me he dicho: esto quizá da para un post.