Este es un libro que habla del regreso, de la vuelta a las raíces y a la tierra, al primer amor, que no se sabe bien si es amor o simplemente la fidelidad al descubrimiento de lo que no se conoce, del regreso a uno mismo. Es la vuelta al pasado que se ha quedado en el alma y no quiere salir porque no es bienvenido, porque el alma tiene tantos recovecos como las piedras escarpadas de los acantilados, rotos por la fuerza del mar y de la vida; tantos secretos como la landa que los circunda, donde no hay nada en apariencia, sólo la tierra que esconde aquello que hay que saber observar, mirar, sentir, y guardar de nuevo en el alma derrotada.
Claire Methuen abandona su vida de traductora para refugiarse en Bretaña, donde pasó su infancia. Busca el aislamiento, la soledad, y huye de una angustia con la que se obliga a vivir y contra la que no quiere luchar, una angustia que acepta, como una derrota. Su refugio es la tierra, el mar, el paisaje que hace suyo y que acoge en su interior, en su silencio. En un silencio que comparte con Paul, con quien le une la misteriosa solidaridad de los hermanos, el vínculo del origen y de la infancia, en su caso deslavazada y rota, una solidaridad en la que se aceptan todo, incluso lo que no comprenden.
En este libro pasan cosas, pasan historias, se desvelan secretos y se termina queriendo a los protagonistas, con los que se establece también una solidaridad misteriosa y a los que se termina por comprender y, en cierto modo, envidiar. El autor juega con los puntos de vista, y a mí estas cosas me encantan, me parece maravilloso cuando un autor es capaz de narrar y al mismo tiempo meterse en uno de los personajes para completar la historia y para buscar tu empatía. Y es ahí, cuando narran los protagonistas, cuando te encuentras los pasajes más literarios, con una prosa que da gusto leer (en una traducción muy meritoria, desde luego).
Es un libro que empieza en el pasado reciente y termina en el futuro, igual que El mapa y el territorio. Es como si al autor recogiera una historia y al ver que se le acaba el tiempo, decide proyectarlo en tu imaginación. En el caso de Quignard no hay una visión de la sociedad, tan solo de los personajes y de su peripecia, y por eso convierte el futuro de la historia en una certeza. Y debo decir que también dan muchas ganas de darse una vuelta por la costa de Esmeralda, en la Bretaña francesa, en el estuario del río Rancé que separa Dinard de Saint-Malo. Aunque después de leerse el libro, desde luego que te puedes ahorrar el viaje, porque está descrito con tanta precisión como lirismo. Léanlo, que vale la pena.