Ayer leí un artículo que me ha dejado el corazón dividido entre mi amor por los animales y mi interés por el desarrollo de la ciencia, y también dividido entre la aprensión que me provocan las cucarachas y el espanto que me proporcionan los aprendices de brujo. Lo que ya no sé es si de resultas de esto tengo el corazón dividido entre cuatro, o se me divide una vez, se me regenera a lo Prometeo y se me vuelve a dividir, o sea, que no sé si las divisiones son simultáneas o sucesivas, pero poco importa. Yo les enlazo el artículo (CLIC) pero, a diferencia de otras veces, no les voy a recomendar que se lo lean, no sea que les pase lo mismo que a mí y se me convierta este blog en un poltergeist cardiaco y nos armemos todos luego un lío a la hora de recomponerlos y la tengamos. Ya saben: este trozo con amor es mío, este otro con odio es tuyo, esta arritmia con qué corazón iba, y a ver quién se ha dejado aquí una válvula tricúspide.
¿Por dónde iba?
Ah, sí, el artículo. Pues resulta que unos mozos americanos, investigando sobre neurociencia o algo, han averiguado cómo controlar los movimientos de una cucaracha. Agarran la cucaracha, la ponen hasta arriba de cables, y la controlan a través de una aplicación durante veinte minutos, que es el tiempo que tarda la cucaracha en aprender cómo desobedecer el mando a distancia. Luego dejan que descanse y se le olvide, y, hala, otra vez a la carga, y así hasta que, al cabo de una semana la cucaracha aprende lo del mando, lo del descanso y lo del mentecato que hace su horripilante vida más horripilante todavía.
Estos chavales nos seducen hablándonos del gran avance de la ciencia y luego nos conmueven hablándonos de la educación de los niños, que así tiene una forma «facil» y barata para aprender a teledirigir una cucaracha, como si con el cochecito del scalextric no fuera suficiente. Finalmente, nos venden el invento por el módico precio de 18 euros la docena de cucarachas y 74 el kit para poner a la bestezuela como si fuera un samurai, con una especie de carcasa encima del lomo y las antenas pimpando de cables, después de literalmente operarla, lo que incluye cortarle alguna que otra pata. Una carnicería. Por cierto, que la operación corre por cuenta del cliente, con lo que yo me malicio que incluirán en el pack un bono descuento para la segunda docena de cucarachas, en el caso de malograr el experimento en los doce primeros intentos y las veinticuatro primeras arcadas.
Tal vez estas cosas permitan hacer avanzar la ciencia para después curar alguna enfermedad humana, aunque de momento, parece simplemente un negocio tirando a muy asqueroso. Sobre educar a los niños en ciencias, no sé si se logra eso o enseñarles la crueldad con los animales, algo que yo pienso que la mayoría de los niños ya trae de serie. Y sí, a mí también me dan mucho asco esos bichos, pero se empieza poniéndoles cables en las antenas a las cucarachas y se termina llenándole a mi pobre Curra las orejas de electrodos. Pobre animal.